sábado, enero 27, 2007

Camacho, La galaxia derretida

sabado 27 de enero de 2007
La galaxia derretida

IGNACIO CAMACHO
POR IGNACIO CAMACHO
SI Beckham era un futbolista mediocre engullido por un personaje descomunal, Ronaldo es un ser humano del montón embutido en un pelotero superlativo. Florentino Pérez los juntó a ambos porque, como buen experto en negocios, le importaban poco los jugadores y las personas, pero el fútbol es un dios arbitrario que se toma venganza de quienes lo desafían jugando a Prometeo. Así que castigó el delirio florentinista negándole los laureles que prometía aquella constelación de dinero y talento, y provocó la caída sucesiva de todo aquel racimo de teórica excelencia desparramada. Primero se fue Figo, luego abandonó el propio Florentino, después se retiró Zidane -el único con lucidez bastante para negarse a sí mismo el sinsabor de la decadencia- y ahora se marchan Becks y Ronaldo en un estrépito de galaxias derretidas, cuyos restos se desperdigan por el firmamento con un halo de cometas sin rumbo.
El inglés es un caballero de exquisitos modales y una profesionalidad rigurosa, capaz de fabricar un montón de dinero con sólo retratarse al salir de la peluquería; sus problemas empezaban cuando se quitaba los modelos de Dolce y Gabanna y salía al campo disfrazado de futbolista. El juego retrataba sus carencias y lo desposeía del halo que le aureola en la calle con la luz mítica de un icono posmoderno: sólo es un jugador vulgar, dotado del perfil de postal de una estatua griega. A Ronaldo le sucede todo lo contrario: perezoso, malcriado y remolón, un Peter Pan desmotivado y tornadizo, se transforma en pantalones cortos en una manada de búfalos en estampida. Tiene un instinto terminal que se expresa con una verticalidad predadora; como los grandes cazadores de la sabana, se mimetiza con la hierba hasta que atisba la presa y entonces arranca con la determinación y la frialdad de un killer. Fuera de la cancha y lejos del gol, es un exiliado triste que se amustia en la galbana de su crónica alergia al esfuerzo.
A ambos los ha liquidado Capello, que más que un centurión romano es un capataz de altos hornos, un hombre que entiende el fútbol como un proyecto metalúrgico y dirige los equipos con la mística iluminada de un apóstol de la teología del sufrimiento. El italiano ha secuestrado la voluntad del presidente Calderón, un cliente de sastres caros al que le viene ancho el traje de presidente del Real Madrid, y ha impuesto la dictadura del músculo, el rigor chusquero y la palla lunga, el pelotazo hacia ninguna parte. Todas las dictaduras tienen exiliados, y Beckham y Ronaldo han sido los primeros deportados de esta autocracia militarista que ha convertido al Madrid en una nave a la deriva. Decía Marguerite Duras, citando a Flaubert, que hubo un tiempo en que, caducados los viejos dioses y sin florecer aún el cristianismo, el hombre estuvo solo en la Historia. Así el Madrid, periclitado el olimpo florentinista, no encuentra aún la nueva religión que ilumine su prestigio. Duras hablaba de Adriano, pero para Capello y Calderón, Adriano es un brasileño que juega en el Inter y al que también se le ha pasado el arroz.

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