domingo, enero 28, 2007

Iñaki Ezkerra, Esperanza

lunes 29 de enero de 2007
Esperanza
IÑAKI EZKERRA i.ezkerra@diario-elcorreo.com

Esperanza' es la palabra mágica y recurrente de nuestro actual momento político. La esperanza es la solución para el problema terrorista que no ha podido solucionar la palabra 'paz' pese al insobornable y sistemático ahínco con el que algunos nos han insistido en ella. Durante meses y meses se nos ha dado de una manera inclemente la tabarra con la paz, aunque aquí nadie estuviera en guerra. Y cuando ya hemos pasado por el 'proceso de paz' y por 'los gestos por la paz' y por 'las conferencias de paz' y 'por la paz un padre nuestro' y 'por la paz un avemaría' nos cae encima el ladrillo de la esperanza. ¿Qué ha hecho uno para merecer esto? Yo creía hasta ahora que los únicos seres en el Universo a los que les molestaba la falta de esperanza, a los que les indignaba que uno confesara esa carencia y se lo tomaban como una cuestión personal eran los curas de mi colegio, que decían cosas como que Hemingway «era un desesperado» igual que quien dice que era un criminal. Yo creía, vamos, que la desesperación y la desesperanza sólo eran un delito para el clero de la escuela franquista que me cayó en suerte, pero ahora me encuentro con que la política gubernamental, que tanto anda dándoselas de laicista, se basa en la esperanza ni más ni menos y acaba de pasar de un gran salto en el vacío a las virtudes teologales.A partir de ahora y durante los próximos meses no va a haber delito más grave ni más condenable en este país que no tener esperanza. Al que diga que no tiene esperanza es que se le ha caído el pelo. Desde las más altas instituciones del Estado se nos dice que «tenemos derecho a la esperanza» como si ésta fuera, en efecto, un derecho más inalienable y básico que los que figuran en la Constitución o en la Carta Universal. Son frases hechas, de acuerdo, coletillas retóricas que quizá no quieren decir exactamente lo que están diciendo para quien las repite como un muñeco de cuerda, pero debemos ponernos en guardia frente a ellas porque de tanto oírlas a todas horas podemos tomarlas por axiomas y dogmas doctrinales. Se nos dice que «tenemos derecho a la esperanza» como si ésta fuera la repera, el no va a más de lo que se puede aspirar en la vida y no lo que es, un recurso 'desesperado' ante lo que no llega o llega en forma de fracaso rotundo, un placebo, un clavo ardiendo, una mentira, un triste premio de consolación. O se nos dice también que «nadie tiene derecho a quitarnos la esperanza» en otra versión de esa misma idea tan sutil; como si lo de quitarnos la vida fuera algo secundario; como si el mayor delito de los terroristas no fuera el asesinato sino desesperanzarnos; como entendiendo la proclamación del derecho a esperar por la derogación del derecho a desesperar; como si fuera, en fin, más grave ser pesimista que terrorista.

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