jueves 1 de febrero de 2007
MEDIOS DE COMUNICACIÓN
Censura preventiva al cristianismo
Por José Francisco Serrano Oceja
No hace mucho, el intelectual italiano Ernesto Galli della Loggia reflexionaba en la prensa sobre la mayoritaria alergia del mundo de la comunicación y de sus medios, y por ende de la cultura, a la hora de tener presentes los valores cristianos y de mostrar cierta permeabilidad al pensamiento de la Iglesia en sus informaciones.
Lamentaba que la perspectiva católica estuviera poco presente en ese universo, hecho que no se corresponde con la realidad de un país que se confiesa mayoritariamente católico. Escribía entonces que "en el circuito cultural y de la comunicación los valores laicos tienden a presentarse como la norma absoluta, el estándar ideológico aceptado e interiorizado, mientras que la perspectiva y los valores religiosos corren el riesgo de ser prácticamente expulsados del sentido común, de ser de hecho rebajados al rango de 'opinión': una opinión todavía legítima, pero que parte ya con el estigma de minoritaria, casi en el límite de lo excéntrico".
Más allá de las culturas profesionales periodísticas que, indudablemente, están impregnadas de forma abrumadora por un pensamiento progresista, si el mensaje no pasa no es sólo porque tenga el filtro de los mensajeros. Los criterios culturales que subyacen a los esquemas de lo noticiable, del conflicto, de las tendencias, están impregnados de un positivismo y de un relativismo alarmante. Son una censura preventiva que por la vía de los hechos llevan a cabo la modernidad y su post contra el cristianismo.
Existe una implícita censura cultural en los medios por causa de que se generaliza la incapacidad de comprensión de la naturaleza y de la novedad de lo cristiano. Paradójicamente ocurre esto en momentos en los que Benedicto XVI hace esfuerzos ímprobos por explicar que el cristianismo es un acontecimiento, no una ideología, ni un sistema de ideas y creencias. Acontecimiento, el gran tótem de la comunicación formal, y el primer y principal examen de conciencia para el periodismo del espectáculo.
Un análisis de la presencia de lo religioso y de lo eclesial en los medios de comunicación de masas no debe olvidar la ideología de progreso que impregna la conciencia del papel de los medios en la sociedad y en la cultura. La quiebra del progreso, tal y como se está viviendo en nuestros días, arranca de la incoherencia que supone que la ley que rige en la acumulación de progreso material, y que conduce al bienestar personal y social, no sea equiparable, ni rija, en todos sus términos, con la ley motor del progreso moral. El hombre contemporáneo ha progresado acumulativamente en lo material pero no lo ha hecho de la misma forma en lo moral, en los valores de la convivencia, del encuentro, del diálogo social.
Los medios, que por su naturaleza están destinados a contribuir decisivamente al progreso social y cultural de los pueblos, se transforman en plataformas legitimadoras de un freno en la evolución ética. El progreso en los valores no es, por más que nos empeñemos, una conquista de hoy para siempre; el progreso moral continúa siendo una asignatura pendiente del hombre en sociedad. Las conquistas morales también se pierden y se desperdician. Así, se da un progreso tecnológico que no se corresponde con un progreso moral que facilite el adecuado uso social de la tecnología.
El progreso por causa y razón de los acontecimientos ha sido sustituido, en los medios, por el progreso de los intereses de los políticos y de los mercados. Ahora los periodistas no hacen ni dirigen los medios; son los economistas y la nueva tecnocracia mediática empresarial la que marca los horizontes de viabilidad de las empresas. ¿Dónde queda el público?
La actualidad del mundo de la comunicación de la Iglesia en España, con la reciente entrega de los premios Bravo de la Conferencia Episcopal, y con la presentación del mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, en la festividad del patrono de los periodistas, san Francisco de Sales, ha supuesto un singular aliciente para una reflexión de esta naturaleza. Joaquín Navarro-Valls, que fuera sombra comunicativa de Juan Pablo II, lo dijo bien claro en Madrid: "La gran tragedia de una parte de la comunicación es el esfuerzo que realizan algunas instituciones por aparecer en los periódicos cuando no tienen nada que decir. La comunicación periodística no puede ser más que la transmisión de una experiencia que uno considera verdad; sin esa experiencia, no hay comunicación. Si no se cree que la comunicación es verdad, no hay periodismo, sino propaganda".
La comunicación de la Iglesia contribuye al progreso material y moral de la sociedad, porque nace de una verdad, de una experiencia de verdad, de la elocuencia de la vida.
miércoles, enero 31, 2007
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