EL ANÁLISIS
Zapatero versus Garzón, o lo que una mutua atracción llegó a forjar
Miguel Ángel Orellana
Consumado el auto judicial y, con él, el papel del magistrado como guía de Otegi por cuenta del presidente, y un juez de la Audiencia Nacional apadrinó la senda de un proetarra.
30 de enero de 2007. "Importante resolución del juez Baltasar Garzón. No imputará a Arnaldo Otegi por su comparecencia en rueda de prensa tras el atentado en la Terminal 4 de Barajas. El auto del magistrado nos invita a algo muy difícil en España. Nos invita a matizar. Garzón, un hombre que ha hecho tanto por acorralar a ETA, no puede ser sospechoso. Pues bien, el juez traza los límites. Otegi no ha perdido sus derechos individuales. La izquierda abertzale no es una organización delictiva. Es un espacio político, como la derecha o como el centro. Es una importante resolución cuando se atisba un entusiasmo persecutor que hemos de evitar nos acerque a las fronteras del linchamiento. En los últimos días, algunas personalidades públicas han hecho declaraciones que parecen proceder más de las vísceras que de la razón. Si hemos de ser muy duros con ETA, y hemos de serlo, necesitamos serenidad. Necesitamos recordar que la ley que invocamos también está en vigor para los demás". Iñaki Gabilondo, desde Cuatro, el canal en abierto de PRISA, abrió paso de esa almibarada forma al día en que Baltasar Garzón lanzó a Arnaldo Otegi el cabo para pasar a la otra orilla, donde le espera la moqueta. Una guía sobre lo que es legal y lo que no lo es Fue para quedarse un buen rato con la boca abierta. El gran reserva de Rioja que un fino gourmet y acusación en el caso pensaba iba a descorchar, devino en un simplón tinto de verano o, peor aún, en un savin en tetrabrik con gaseosa, un mejunje de difícil digestión e imposible aceptación por quienes se rebelan contra las gigantescas farsas, solemnes pirámides de polvo que las versiones oficiales, la voluntad de los poderosos y la sumisión de los medios suelen realizar sobre escándalos cuyas razones no conviene a los amos del sistema que salgan a la luz jamás de los jamases, porque pondrían al descubierto la gran mentira. Lo que Baltasar Garzón pergeñó sobre la hierba leguleya de la Audiencia Nacional nos obliga a todos. Aunque nos ahoguen las contradicciones que detectamos en nuestro intento de seguir el hilo. Y sin embargo, la discusión tiene sentido político en el aquí y ahora. El auto se asemeja a un manual para que los jefes de Batasuna sepan, a partir de ahora, qué actos podrán realizar sin molestia alguna de la policía y cuáles serán prohibidos por su juzgado. Los últimos representantes del nazismo europeo echarán mano de Garzón para pasear por la calle tranquilamente. Su estética antidemocrática y etnicista nos seguirá recordando pues que el totalitarismo no es un peligro lejano, que está ahí, demasiado cerca, levantando a diario la voz amenazante, despreciando la vida y la libertad de los ciudadanos. Un espectáculo indigno y lacerante que es posible no sólo porque hay nazis revestidos de izquierda abertzale, sino porque la enfermedad moral del País Vasco alcanza a la Judicatura. Es Baltasar Garzón el que permite que los nazis, los que están del lado de los asesinos y desprecian a las víctimas, los que se ciscan en los derechos humanos y en las libertades, estén en la calle y mezclen amenazas con las frases del comuno-fascismo imperante. Hay nazis en la calle, pero hay muchos más (nazis y colaboracionistas) en los despachos. Y el juez magnífico escenificó el pasado viernes el más sorprendente giro de 180 grados en su postura respecto a la persecución judicial de la "izquierda abertzale". El volantazo de Garzón El mismo magistrado que ilegalizó Batasuna y que comenzó a investigar los diferentes sumarios contra al entorno de ETA, adujo que no está demostrado que la izquierda abertzale "esté en manos de ETA" y que es "simplista" e "inconstitucional" intentar "criminalizar" ese movimiento. Baltasar Garzón se negó a imputar por un delito de desobediencia al líder de Batasuna, Arnaldo Otegi, y a otros once cabecillas de la ilegal formación por su participación en diversos actos públicos recientes, como la rueda de prensa que convocaron el 30 de diciembre, después de que ETA dinamitase el alto el fuego sepultando a dos ecuatorianos bajo los escombros del aparcamiento de Barajas. En su auto, el juez estrella mantuvo que los batasunos no realizaron sus apariciones públicas como responsables del partido ilegalizado sino como "representantes de la izquierda abertzale". Por ello, les permitía participar en los actos públicos "que consideren oportunos", mientras no haya indicios de que han sido convocados por Batasuna, como que aparezca su emblema en los carteles anunciadores o en los logotipos que se exhiban. Las organizaciones abertzales, prosigue Garzón, tienen "todo el derecho a manifestarse, desarrollarse o actuar en el marco político del Estado" en "igualdad de armas con los demás". Asimismo, el magistrado sostuvo que no se ha demostrado que la izquierda abertzale haya asumido los postulados de Batasuna o de ETA. Es más, llegó a afirmar que "existen indicios en contra" de esa tesis. El juez basó su argumentación en la fiscalía y en los informes policiales recabados, a pesar de que en uno de ellos destacó que en la rueda de prensa tras el atentado terrorista Otegi habló por boca Batasuna, cuyo nombre mencionó en al menos siete ocasiones. La nueva línea divisoria establecida por el anómalo Baltasar Garzón en esa resolución tiene una trascendental importancia, pues precisamente en su juzgado se apilan los principales sumarios contra las organizaciones abertzales como Batasuna, Gestoras Pro Amnistía, Askatasuna o Udalbiltza Kursaal. Además, se ha producido en un momento en el que la Justicia está estrechando el cerco judicial al entorno de ETA, después de declarar terroristas a sus cachorros y evitar la excarcelación del sanguinario etarra Iñaki de Juana Chaos. La palanca del Poder Por fortuna, cualquier español informado sabe quién es Baltasar Garzón, por encima de la barahúnda mediática que habitualmente le rodea: lo sabe el PSOE (con Felipe González y contra Felipe González); lo sabe el PP (con José María Aznar y contra José María Aznar); lo sabe la legión de otrora amigos (con Javier Gómez de Liaño y contra Javier Gómez de Liaño); lo saben jueces y fiscales de la Audiencia Nacional; lo saben, en fin, Iñaki Gabilondo y demás Polancos, que en estos tiempos son quienes lo jalean. Fue un juez de raza, pero su condición profesional desapareció al ubicarse en el mapa de las relaciones de Poder. Ahí es un actor más, junto al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. Es decir, que usó y usa la judicatura como palanca para situarse en ese proceloso mundo de la lucha por el Poder. Cuentan que, desde que fueron presentados, José Luis Rodríguez Zapatero y Baltasar Garzón sintieron una mutua atracción. Los efectos de tan imprudente amor pudieron ser contemplados de primera mano la semana pasada en la Casa de América, donde el juez hizo gala de una gran intimidad con el presidente del Gobierno. Siendo el matrimonio la primera causa de divorcio, el desamor de la experiencia dejará sin duda indeleble huella. Ya se sabe que ambos son cambiantes cual veletas en lo que a sus fidelidades amicales y políticas compete. De momento, y aprovechando el enamoramiento, son dos extraños compañeros. A Garzón se le quedó pequeño su juzgado hace tiempo, pero sus intentos por ser fiscal del Tribunal Penal Internacional o, más aún, Premio Nobel de la Paz, o, hace tan poco, presidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional, resultaron baldíos. Las ambiciones del magistrado están todas puestas en la percha del PSOE. Pero Zapatero, encantador, lo ha atraído sin necesidad de ofrecerle nada concreto, aunque Garzón espera su premio. Indignante, pero cierto.
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