DEMETRIO PELÁEZ CASAL
AILOLAILO
Turismo de calidad y "Opá" en el chiringuito
S alguien entiende algo, que levante la mano. El caso es que los datos sobre turismo ofrecidos por organismos supuestamente serios y fiables hablan de que a Galicia siguen llegando turistas con cuentagotas, sólo el 3%, o poco más, del que entra en todo el pluripaís plurinacional, pero por otra parte los expertos afirman que debemos mirar el panorama con cierto optimismo, ya que por estos lares nos caen, mayoritariamente, guiris "de calidad". O sea, de los que se menean el bolsillo y gastan con cierta alegría, porque ahora la calidad se mide no asegún sea tu nivel de educación, de talante o de cultura, sino asegún pese tu cuenta corriente y tu Visa platino.
¿Que eres un pringao desde el punto de vista económico y no tienes ni para darte una mariscada en un restaurante decentillo? Pues te catalogan de forma ipsofláutica como turista indeseable, aunque sepas recitar a Séneca de memoria y te interesen mucho los museos. ¿Que eres un baboso y un ordinario pero enciendes los puros con billetes de 100 euros? Entonces tienes calidad por arrobas, chavalote, y ni siquiera te echarán a fumar a la puñetera calle. Ya te encontrarán un reservado como Dios manda.
En suma, que aquí tenemos poca cantidad pero mucha calidad, según los datos oficiales, aunque entonces resulta muy difícil explicarse por qué muchos hoteles de cinco estrellas están con el agua al cuello y repensando con preocupación su futuro. ¿Qué pasa, que ahora la calidad se aloja en pensiones de media estrella y come bocatas de choped en las escaleras de A Quintana? ¿O será que incluso los turistas de calidad -con dinero, se entiende- miran cada vez con más atención la pela?
En realidad, da igual lo que digan las estadísticas, y menos aún cómo se mida la calidad de los forasteros. Lo único que cuenta es que, más gracias al clima y, hasta ahora, a las malas comunicaciones que a nuestro buen hacer turístico, Galicia se ha librado, de momento, de esas terribles hordas rubiales que cada verano -en realidad ya casi todo el año- invaden Levante, Canarias, el sur y en general todo el Mediterráneo en busca de sol, más sol; cerveza, más cerveza, paellas grasientas, discotecas horteras y noches al ritmo del Opá, el tractor amarillo y otras glorias por el estilo.
Quizá estemos atrasados en turismo y quizá merezcamos recibir muchos más forasteros, pero líbrenos Alá de esos ejemplares chancleteros que desparraman sus carnazas en playas atosigantes de aguas calentorras y liban hasta la extenuación en chiringuitos infumables creados ad hoc para ellos.
Ojalá siempre sigamos así, recibiendo a turistas por lo general agradables, por lo general sin grandes fortunas, por lo general poco excéntricos, que buscan algo más que hot dogs bañados en mostaza y apartamentos destartalados a pie de playa. Quizá en eso, sólo en eso, resida la calidad.
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