lunes, enero 29, 2007

De nuevo sobre la integracion do los inmigrantes en nuestra sociedad

De nuevo sobre la integración de los inmigrantes en nuestra sociedad
Luis Miguez Macho

30 de enero de 2007. El viernes pasado, José Javier Esparza publicaba en estas mismas páginas electrónicas un artículo, tan interesante como todos los suyos, que da plenamente en la diana de los dilemas que plantea en sociedades como la nuestra la presencia de minorías crecientes de origen extranjero y culturas diferentes a la autóctona y mayoritaria. La cuestión tiene la suficiente importancia como para merecer una glosa.La inviabilidad del multiculturalismoEsparza nos recuerda la solución aplicada en otras épocas bajo sistemas sociales y políticos muy distintos al que hoy tenemos: permitir a esas comunidades autoorganizarse, pero siempre en una situación subordinada al grupo predominante, que en nuestro caso sería el autóctono y mayoritario. Sin embargo, hay que dejar claro desde el primer momento que algo semejante es total y absolutamente incompatible con los principios del Estado de Derecho de origen liberal, que se basa en la igualdad de los ciudadanos ante la ley.En las modernas sociedades pluralistas y democráticas, que conservan los principios del Estado liberal de Derecho, cualquier concesión a la existencia de comunidades diferenciadas y organizadas conforme a sus propias reglas a lo único a lo que conduce es a la creación de situaciones de privilegio. Las minorías a las que se consiente autoorganizarse quedan exentas, al menos parcialmente, del cumplimiento de las leyes aprobadas por la mayoría, pero siguen participando en la formación de esa mayoría y, por tanto, se les ofrece la oportunidad de imponer sus creencias como ley para los demás.La consecuencia es la opresión de la mayoría por las minorías privilegiadas, con lo que, como explica perfectamente Esparza, el conflicto está servido. Así pues, una sociedad regida por los principios del Estado de Derecho que acepta el llamado multiculturalismo es inviable, y por eso también la única salida posible al dilema que tenemos planteado es la que propugnan los liberales consecuentes, que en esto tienen toda la razón.Tienen razón en el caso concreto, pero no en abstracto. Me explico. La historia enseña que probablemente la forma más eficaz de gestionar sociedades con minorías relevantes de culturas distintas a la dominante sea la que se mencionaba al principio, es decir, dejarlas que se autoorganicen manteniéndolas en una posición subordinada. Pero como acabamos de ver que eso no es compatible con el Estado de Derecho de origen liberal, no queda otro remedio que ser coherentes con lo que éste exige.La integración supone el respeto de unos límites, pero ya no estamos de acuerdo en cuáles sonEn este punto es necesario hacer una precisión fundamental: el que los sistemas representativos de origen liberal se rijan por la regla de la mayoría no significa que sean cáscaras vacías que se puedan rellenar con cualquier contenido material que esa mayoría apruebe. No otro sentido tiene la consagración constitucional de ciertos principios y valores superiores, que parten del reconocimiento de la igual dignidad de todos los seres humanos y de los derechos inalienables que le son inherentes.Esta idea, por supuesto de raíz cristiana y, por consiguiente, incomprensible para quienes provienen de otras tradiciones religiosas y culturales, pone límites muy precisos no a lo que cada uno puede pensar, pero sí a cómo puede manifestar esas creencias. Y del respeto de aquéllos no puede ser eximido nadie que se halle en el territorio del Estado, sea nacional o sea extranjero: por eso integrar a los inmigrantes es, primero que nada, hacerles ver cuáles son los límites que no pueden franquear.El problema, el gran problema, y eso también lo dice Esparza, es que en la actualidad los fundamentos materiales de nuestro orden social y político se han vuelto polémicos. Ya no estamos de acuerdo entre nosotros mismos en lo que significa la dignidad de la persona. Y una sociedad que duda de sus propios fundamentos morales, una sociedad decadente, en suma, está condenada a ser botín para quienes todavía tienen algo en lo que creer.

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