lunes 29 de enero de 2007
Veinte años después: los dos sabios
Era una vez un sabio llamado Sidi Mehrez. Estaba muy irritado por el lugar donde vivía, una linda ciudad a la orilla del mar Mediterráneo; los hombres y las mujeres vivían de manera depravada y el dinero era el único valor importante. Como Mehrez era también santo y hacía milagros, resolvió atar su bufanda alrededor de Túnez y arrojarla al océano. Los edificios empezaron a caerse, el piso se levantó, los habitantes entraron en pánico al ver que estaban siendo empujados en dirección hacia la muerte. Desesperados, resolvieron pedir ayuda a un amigo de Mehrez, llamado Sidi Ben Arous. Ben Arous consiguió convencer al riguroso santo de que interrumpiese la destrucción, pero desde entonces todas las calles de Túnez son inclinadas. Camino por el bazar de esta ciudad africana, traído por el viento de esta peregrinación con la cual celebro los 20 años de mi camino de Santiago (1986). Estoy con Adam Fathi y Samil Benali, dos escritores locales; a quince kilómetros están las ruinas de Cartago, que en un pasado remoto fue capaz de enfrentarse con la poderosa Roma. Discutimos la epopeya de Aníbal, uno de sus guerreros; los romanos esperaban una batalla marítima (las dos ciudades estaban separadas por apenas algunas centenas de kilómetros de mar), pero Aníbal enfrentó el desierto, cruzó el estrecho de Gibraltar con un gigantesco ejército, atravesó España y Francia, subió los Alpes con soldados y elefantes y atacó el Imperio por el norte. Venció a todos los enemigos en su camino y, de repente, sin que hasta hoy alguien sepa realmente por qué, paró delante de Roma, y no la atacó en el momento exacto. El resultado de esta indecisión hizo que Cartago fuera tachada del mapa por los navíos romanos. Pasamos por un lindo edificio: en 1754, un hermano mató al otro. El padre de ambos resolvió construir este palacio para abrigar una escuela, manteniendo viva la memoria de su hijo asesinado. Comentó que, al hacer eso, el hijo asesino también sería recordado.–No es bien así –responde Samil.–En nuestra cultura, el criminal divide la culpa con todos aquellos que le permitieron cometer el crimen. Cuando un hombre es ejecutado, aquel que le vendió el arma es también responsable delante de Dios. La única manera del padre de corregir lo que consideraba su error fue transformando la tragedia en algo que pudiese ayudar a los otros: en lugar de la venganza que se limita al castigo, la escuela permitió que la instrucción y la sabiduría pudiesen ser transmitidas desde hace más de dos siglos. En una de las puertas de la antigua muralla hay una linterna. Fathi comenta el hecho de que yo sea un escritor conocido, mientras él todavía lucha por reconocimiento:–Aquí está el origen de uno de los más célebres proverbios árabes: «La luz ilumina apenas al extranjero». Digo que Jesús hizo el mismo comentario: nadie es profeta en su propia tierra. Siempre tendemos a valorar aquello que viene de lejos, sin jamás reconocer toda la belleza que está a nuestro alrededor. Entramos en un antiguo palacio, hoy transformado en centro cultural. Mis dos amigos empiezan a explicarme la historia del lugar, pero mi atención fue totalmente desviada por el sonido de un piano y empiezo a seguirlo por los laberintos del edificio. Termino en una sala donde un hombre y una mujer, aparentemente ajenos al mundo, tocan la Marcha turca a cuatro manos. Me acuerdo de que algunos años atrás vi algo semejante –un pianista en un centro comercial, concentrado en su música, sin prestar atención a las personas que pasaban hablando alto o con las radios encendidas. Pero aquí estamos apenas nosotros tres y los dos pianistas. Puedo ver la expresión en el rostro de ambos: alegría, la más pura y completa alegría. No están allí para impresionar a ninguna platea, sino porque sienten que éste es el don que Dios les dio para que conversen con sus almas. En consecuencia, terminan también conversando las almas de Adam, Samil, Paulo, y todos nosotros nos sentimos más próximos del significado de la vida. Escuchamos en silencio durante una hora. Aplaudimos al final, y cuando vuelvo para el hotel, me quedo pensando en la tal luz. Sí, puede ser que ella apenas ilumine al extranjero, pero será que eso hace tanta la diferencia cuando estamos poseídos por este gigantesco amor por lo que hacemos.
domingo, enero 28, 2007
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