martes, enero 30, 2007

Felix Arbolí, Imitadores chapuceros

miercoles 31 de enero de 2007
IMITADORES CHAPUCEROS
Félix Arbolí

U NO de nuestros más asiduos lectores y comentaristas, RIVILLA SAN MARTÍN, del que tengo la grata sensación de que es sacerdote y por lo tanto, de los privilegiados que se han sentido tocados por la “varita mágica” de Nuestro Señor para que se dedique en cuerpo y alma a su servicio y alabanza, me sorprende una vez más con la agudeza y oportunidad de sus temas sobre los aspectos más vigentes de la actualidad. He de aclarar, que también sigo sus exposiciones y llamadas de atención en la prensa escrita, pues soy asiduo de El Mundo y La Razón. Entre sus obligaciones pastorales que, me figuro, cumplirá con entusiasmo y auténtica vocación y el tecleo de su ordenador los días le deben resultar cortos y las noches casi inexistentes. ¡Dios le conserve tanta vitalidad y envidiable energía e inspiración!. En una de sus últimas intervenciones en nuestras páginas, sección “Cartas al Director”, donde aparece casi de continuo, habla del intento de unos mentecatos, (no encuentro calificativo más preciso), para imitar el ceremonial y los ritos de la Iglesia Católica en sus distintas celebraciones y sacramentos, para celebrar actos del más recalcitrante laicismo. Es como intentar comparar una película original con la copia que hacen los chinos y otros “listillos”, con cámara oculta, durante la proyección de la cinta en la sala cinematográfica. Hay veces que se ve el techo, donde debe estar el suelo y unos oscuros y grises donde deberían lucir los más bonitos colores, sin olvidar las que no se ven nada desde su mismo principio. Pero, ¿quién se lo reclama a la chinita que nos la vendió, si todas nos parecen iguales y mucho menos al mantero, generalmente senegalés o de un país vecino y similar?. Por eso comprar en el top-manta es como echar esos euros a cara o cruz. Si aciertas, te ahorras un buen pellizco, pero si no, lo pierdes todo. No estoy abordando el tema de la legalidad de estas copias y posteriores ventas a bajo precio, ni en oir a los que excusan este procedimiento por el excesivo precio que alcanzan los originales en el mercado. Yo melómano al máximo, suelo surtirme con los regalos que esposa e hijos me hacen de los que salen al mercado y son de mi agrado. Ya conocen mis gustos. Jamás podría escribir una sola línea sin tener la suave música de fondo de una sinfonía de Grieg, Mozart, Vivaldi, Bach, Haydn, Beethoven., Tchaikosky, Offenbach y Dvorak, entre los clásicos. Wagner, me gusta, pero en otros momentos, no es música para buscar la relajación que necesito. Eso si, alternando con Glennn Miller, Sinatra, Julio Iglesias ( que me ha ayudado mucho en estos especiales momentos, aunque a algunos no le parezca oportuna su introducción), Michael Bublé, Nat King Cole, Whiney Houston, Serrat y algunos otros que ahora no recuerdo y tendría que buscarlos en mis discotequeras. Pero todo versiones originales. La Iglesia Católica, la nuestra, al menos, la mía, tiene un ceremonial precioso, lleno de musicalidad y maravillosas interpretaciones, sin dejar por ello de evidenciar un gran recogimiento y una sublime espiritualidad. Es la elevación de lo terreno y material a lo Supremo y espiritual, donde el oficiante sirve de intermediario entre lo humano y lo divino. Hasta el vestuario del sacerdote en los diferentes actos de su liturgia, es vistoso, solemne y apropiado a su importancia. No suelo asistir con frecuencia a estos actos, ya lo he dicho en diversas ocasiones porque no soy muy amigo de ceremonias y rezos compartidos. Prefiero concentrarme en la soledad y el recogimiento de mi cuarto-estudio o en la misma butaca del salón donde nos reunimos la familia, para hablar ínfimamente con ese Ser en el que creo y al que venero y pedirle lo que deseo o necesito o agradecerle el que me permita estar aún entre los míos. Que no es poca suerte. Pero a veces, en bodas, bautizos, primeras comuniones, funerales y demás actos obligatorios, necesarios o apetecibles, soy testigo de ese ritual y, la verdad, me siento transportado en algunas ocasiones a espacios años luz distantes de mi estancia corporal, ante la majestuosidad, belleza, lirismo, emoción y sentimiento que oigo y admiro se escenifica ante el altar, porque advierto, sin lugar a dudas que Dios está presente y satisfecho viéndonos a todos los presentes reunidos y hermanados en su homenaje y adoración. Y ese sentimiento tan limpio, profundo e inenarrable, jamás puede causármelo un burdo imitador, por mucha banda y fanfarria que quiera agregar a su errónea y ridícula actitud. Yo jamás asistiría a un acto de esa clase, porque admito que una persona no creyente o perteneciente a otra institución religiosa, no quiera casarse según los cánones y ceremonias de la Iglesia Católica. Cada cual tiene pleno derecho a elegir su religión o no inclinarse por ninguna. Respeto su libertad de opción confesional. Pero no estoy de acuerdo y por ahí andan los tiros, es que con motivo de la campaña sin tregua que algunos políticos, intelectuales, artistas y escritores, tienen emprendida contra nuestra iglesia que, aunque les pese, también es o ha sido la suya, a pesar de que ahora renieguen o apostaten, intenten copiar los ritos, liturgia y ceremonias de nuestra iglesia en sus actos y celebraciones, para sorprender y seducir a los incautos. Ignoran que ningún señor con su banda cruzada y su bastón de mando, en un salón más o menos preparado y florido, puede inculcar a esa pareja el calor, la emoción y la vistosidad de las que se celebran en el templo, en presencia del sacerdote y bajo la protección de ese Cristo y esa Virgen símbolos indiscutibles del amor más sublime y verdadero. Y lo dice un hombre que, desgraciadamente para él, no frecuenta los sacramentos, sin causas muy excepcionales. Por ejemplo, durante el reciente funeral de mi inolvidable cuñado, en la enorme y preciosa capilla del tanatorio (me quedé sorprendido que en ese sitio, pudiera encontrar belleza y encanto), me gustaron y asimilé las palabras de esperanza y consuelo que el sacerdote dedicó a mi hermana, su viuda y a sus hijos y nietos. Precisas, sin hacer una tragedia del asunto, todo lo contrario, dándole el aliento de su llegada y unión con Dios, donde todo es felicidad. Y me emocionó y transportó a espacios casi siderales la elección de la música de fondo, durante todo el acto. “La mañana” de Grieg, que junto al “Claro de luna “ de Debussy, son mis favoritas. Qué bien sonaba y “sentaba” esa sinfonía en el silencio impresionante de un acto de estas trágicas características. Dos mil años llevan intentando cargarse a nuestra Iglesia y nadie ha podido conseguirlo. A más persecuciones y martirios, mayor pujanza en la fe y más número de adeptos. Podemos estar más fríos o más metido en el seno de la Iglesia pero nunca politicuchos de tres al cuarto y triángulos, actores de pacotillas e intelectuales de chichinabos, podrán hacernos desistir de la fe que mamamos, respetamos y en cuyo seno queremos llegar al sueño eterno. Ellos que sigan su senda y nos dejen en paz, que a nosotros nos sobran sus barrabasadas e ignoramos sus provocaciones porque, ya lo dice el refrán, “rebuznos de burro no llegan al cielo”.

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