El artista que consiguió la gloria póstuma gracias a una abeja
Ely del Valle
LA VIÑETA DE ENIO
Pajarracus Alcaldibus.
Pasar a la historia está muy bien, siempre y cuando los demás nos recuerden por aquello por lo que hemos luchado toda la vida, y eso es algo que, por lo visto, muy pocos tienen asegurado.
31 de enero de 2007. Acaba de morir el compositor checo Karel Svoboda. Por lo visto este artista del pentagrama del que, perdónenme la ignorancia, jamás habría tenido noticia si no fuera por los abnegados redactores de la sección de obituarios, tuvo una vida plagada de éxitos profesionales. Leo, por ejemplo que durante décadas fue el compositor favorito de los checos, además de estar considerado como el principal impulsor del musical en su país. El titular de su trágica desaparición es, sin embargo, "Muere el autor de la sintonía de La abeja Maya". Si no fuera porque es metafísicamente imposible, sería como para pensar que el bueno de Karel -que por lo visto ha pasado a mejor vida voluntariamente tras pegarse un tiro- cogió la pistola después de leer semejante epitafio. No es que tenga nada en contra de la cancioncilla en cuestión, pero dejarte las cejas componiendo la banda sonora del musical Drácula, para que al final se te recuerde gracias a ella, tiene que ser un tanto frustrante. Así de duro es esto. Ya puedes hincharte a hacer cosas trascendentales con la esperanza de dejar una huella profunda en las generaciones venideras, que al final, en el mejor de los casos, se nos recordará por cualquier chuminada campestre. Beckham, por ejemplo. Quince de sus treinta y dos años pelándose las rodillas detrás de un balón, y qué se apuestan a que cuando sea un viejecito venerable y le llegue su hora, alguien titulará la noticia como "Adios al Spice Boy". Fijo. Es lo mismo que lo del presidente de Unió Mallorquina en Andratx. ¡No habrá hecho cosas en pro de sus votantes, aunque en mi supina ignorancia no esté capacitada para enumerarlas! Sin embargo, seguro que pasará a la gloria de las hemerotecas por meter un caballo en su casa para intentar clavársela al juez que investiga la legalidad de su vivienda haciéndole creer que es una cuadra. Como poco deberían hacerle un monumento por su amor a los animales, porque ya les hubiera gustado a los lobos de Félix Rodríguez de la Fuente semejante tren de vida, pero ni eso. Y no hablemos de los alcaldes que intentan alcanzar la inmortalidad construyendo una obra que les convierta en referencia obligatoria en los libros de texto -y, de paso, les sirva de pretexto para construir de estrangis seiscientos adosados, aunque ésa es otra historia- y, al final, pasan a los anales del pueblo como "el chalado que construyó un auditorio con capacidad para seis mil personas, cuando a lo más que se puede aspirar es a reunir ochocientas juntando a todos los vecinos de los catorce pueblos más cercanos y eso sólo si son conducidos por la Guardia Civil". Por eso, queridos niños, no os partáis la crisma intentando pasar a la posteridad consiguiendo el premio Nobel de la Paz a cualquier precio. Al final, aunque lo logréis, lo más probable es que terminéis siendo recordados, como el pobre Svoboda, por una abeja japonesa de colorines peinada como Julie Andrews.
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