miercoles 31 de enero de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
El Saulo nacionalista
Tremendo tuvo que ser el conflicto interior que sufrió Francisco Rodríguez antes de dar su consentimiento a la privatización. Privatizar era un verbo maldito en el vocabulario del BNG, formaba parte de las peores herejías, parecía una línea roja que no se podía sobrepasar, pero el máximo guardián de la ortodoxia lo hizo, poniendo en el calendario de efemérides un hecho tan histórico como la conversión de Recaredo.
No es la conversión, sino la reconversión la que obliga a abjurar de la antigua fe en el Estado. Tal como enseña la experiencia ferrolana, estar bajo el amparo de una estructura estatal sólo garantiza que la muerte del sector reconvertido será lenta, gradual y poco dolorosa, hasta que llegue el momento en que no quede nada. Rodríguez tiene razón al afirmar que la SEPI sólo está acumulando razones para anunciar al cabo de pocos años que la situación es insostenible.
El nacionalismo tenía dos sentimientos que era fácil conciliar en la oposición: el amor por el sector público, y la defensa de una economía gallega robusta y autónoma. Había mucha contradicción en eso, porque la dependencia de una industria estatal impedía el desarrollo de iniciativas y acentuaba la dependencia de Galicia; a pesar de todo, el equilibrio se mantuvo.
De hecho, el BNG se opone a las reconversiones del naval ferrolano, sin abandonar su fe en el Estado. La desconfianza hacia el capital privado era más fuerte que la evidencia de que el sector público estaba ejecutando poco a poco a los astilleros, cambiando, eso sí, el nombre del verdugo: Astano, Izar, Navantia. Un derroche creativo.
Es de suponer que la nueva Xunta, y la llegada a Industria de un nacionalista, causaría una enorme alegría en la SEPI. El BNG de toda la vida, fiel creyente del estatalismo económico, sería un aliado, y a eso habría que añadirle la crónica incapacidad de empresarios y banqueros gallegos para unirse tras un mismo proyecto.
Se equivocó la Sociedad Estatal de Participaciones. El conselleiro Blanco se da cuenta de que el mejor compañero del nacionalismo no es el Estado, sino el capital autóctono. El adorado sector público se ha ido transformando en un mero enterrador, que sigue al pie de la letra un diseño económico en el que Ferrol es un anticipo de Galicia. ¿Qué tipo de nación sería ésa?
Es una reflexión en la que coinciden Barreras y las cajas de ahorro, y que enfurece a la SEPI. Más que el rechazo a la opción privatizadora, lo que sorprende es el tono insolente en que se produce, y esa permanente alusión a la legalidad europea que contrasta con el desprecio que esa misma legalidad mereció en el caso de Endesa.
Pocas normas y reglamentos comunitarios quedaron sin vulnerar a fin de favorecer a Gas Natural. El Gobierno español acumula amonestaciones por su comportamiento arbitrario, sin importarle demasiado, mientras que aquí su organismo industrial se resiste a renegociar con Bruselas un acuerdo que además admite interpretaciones.
Así como en el abordaje a Endesa había un perjudicado, en el caso de los astilleros de Fene se trata de beneficiar al contribuyente, rescatando unos recursos ociosos que están costando un dineral. Sin embargo, la reacción de la SEPI es hostil y, además, incoherente porque no ofrece ningún plan que mejore el que tiene sobre la mesa.
Sea cual fuere el desenlace, hay una fe centenaria que se desmorona: la que ve en el sector mal llamado público la salvación. Don Francisco, camino de Fene, es el último en caerse del caballo.
martes, enero 30, 2007
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