martes 30 de enero de 2007
Educar para la indignación
XABIER ETXEBERRIA /CATEDRÁTICO DE ÉTICA EN LA UNIVERSIDAD DE DEUSTO Y MIEMBRO DE BAKEAZ
El 30 de enero, aniversario de la muerte de Gandhi, es considerado por muchos como día de la paz. Pero comenzó siendo sobre todo día de la 'educación' en la no violencia, día para recordarnos que uno de los caminos decisivos para construir la paz es educar en ella.Esta educación para la paz siempre ha tenido muy presente que no basta con estimular argumentos racionales contra la violencia. Que es decisivo también cultivar sentimientos de paz con tal vigor que puedan desplazar a las emociones que acompañan a la violencia y puedan además generar motivaciones activas hacia la construcción de una convivencia en justicia, solidaridad y cooperación.Partiendo de este supuesto, se ha fomentado la educación en actitudes de escucha, respeto, empatía, tolerancia, diálogo, etcétera. Algo decisivo. Pero a veces esto ha conducido a que algunos tengan una percepción falsa respecto a la educación para la paz: a que la conciban como persiguiendo a toda costa la concordia, el que no haya conflictos. Incluso al precio de plegarse ante el violento. Contra esa visión inadecuada se ha insistido mucho, con razón, en que la educación para la paz no es educación para evitar el conflicto, sino para gestionarlo -y si se puede, transformarlo- de modo positivo, lo que incluye negar relaciones de violencia.Por mi parte, quiero hoy insistir en esta línea. Quiero ahondar en ella especialmente motivado por el cruel atentado terrorista de ETA, precisamente el día 30 del pasado mes. La perversión moral de las emociones emergió en quienes pudieron alegrarse del atentado: una minoría ciertamente, cada vez más reducida además, pero que está ahí. Tampoco hubo actitud moral, sentimiento moral, en aquéllos a quienes les incomodó, pero por razones estratégicas. El sentimiento moral, uno de los sentimientos morales, debió ser el de indignación. Es el que experimentamos la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas. Lo que ya es un buen punto de arranque.Como primer paso, la educación para la paz debe comenzar apreciando firmemente los sentimientos de repulsa que emergen ante la injusticia, hasta el punto de tratar de estimularlos cuando no afloran -especialmente, favoreciendo el que nos pongamos en la piel de la víctima, el que empaticemos con ella-. En primer lugar, porque, por contraposición, revelan lo que es justo: en el '¿no hay derecho!' indignado se afirma intuitivamente un derecho quebrantado. En segundo lugar, porque dan una fuerte energía psíquico-moral para enfrentarse a la injusticia. En el caso citado, que voy a seguir teniendo especialmente presente, para enfrentarnos a la violencia terrorista de ETA. Habrá que comenzar por sentir indignación y no indiferencia ante sus acciones.El segundo paso en el proceso educativo es clarificar, y si es preciso purificar, ese sentimiento de indignación. Será sentimiento propiamente moral cuando la in-dignación es producida por lo que percibimos como in-dignidad debido a que daña la 'dignidad' de las personas. Esta indignación se distingue así de la motivada exclusivamente por el daño que se hace a nuestros intereses particulares: a veces nos indignamos por lo que no deberíamos indignarnos (así, el partidario de ETA que se indigna por que se enjuicie a los responsables de atentados); y a veces la indignación, aunque relacionada con un acto injusto, no es conexionada con la injusticia sino con lo que afecta a nuestros objetivos específicos, personales o grupales. En el atentado de Barajas hubo gravísimos daños a la dignidad, extensibles de algún modo al conjunto de la ciudadanía, pero concentrados hasta el límite en las dos personas asesinadas. Es, por esta razón, una llamada a nuestra más profunda indignación, que debe ser estimulada en los procesos educativos.Precisamente porque lo que debe contar en última instancia es la dignidad y no los intereses particulares, conviene tener siempre una actitud crítica ante la indignación por lo que percibimos como quebrantamiento de nuestros derechos personales, a fin de discernir si la violencia que sufrimos remite a derecho humano vulnerado. Normalmente el sentimiento de indignación estará espontáneamente más purificado cuando nos indigna el quebrantamiento de los derechos de los otros, pues se trata ya de una indignación solidaria. Si esos otros no son de nuestros grupos de identidad, la purificación todavía será mayor. Lo que quiero indicar con esto es que la razón última de nuestra indignación debe ser que se ha quebrantado la dignidad de un humano, sus derechos en cuanto humano. Con lo que en ese acto de indignación unimos lo más particular, con la fuerza de la concreción que ello da (nos indignamos porque en Barajas han asesinado a Carlos Alonso Palate y Diego Armando Estacio, ecuatorianos), y lo más universal (en ellos rememoramos a todas las víctimas).El tercer paso en la educación para la indignación es orientar el sentimiento y su fuerza motivadora hacia la acción. Para ello conviene precisar convenientemente el objeto de nuestra indignación, al que propiamente hay que enfrentarse. Si la referencia central es la dignidad, lo que nos indigna es el acto de violencia e injusticia, y también la persona que lo comete en cuanto sujeto de iniciativa de ese acto, pero no la persona en cuanto persona, que, incluso siendo criminal, sigue siendo sujeto de dignidad. Éste es ciertamente un momento difícil para el sentimiento, que espontáneamente no gusta de estas precisiones, que desea dirigirse contra la totalidad de lo que el otro es. Pero conduciremos el sentimiento hacia la acción moralmente correcta cuando consigamos que asuma la distinción. Sólo entonces la respuesta motivada por la indignación no se convertirá ella misma en indignidad, pues respetará la dignidad básica de todo otro violento en la persecución y coacción a la que haya que someterlo. El terrorismo no debe ser ocasión para debilitar este criterio básico de las leyes democráticas.Algunos pueden pensar que con criterios como éstos se debilita la fuerza de la indignación. Creo por mi parte que lo que se pretende con esta educación para la indignación que estoy proponiendo es encauzar esa fuerza, pero no negarla. Encauzarla, precisamente, imbricando el sentimiento con la razón moral.En realidad, en una educación para la indignación inspirada en la no violencia se pretende ir algo más lejos. No se busca sólo no cometer indignidad con quien ha cometido indignidad. Se desea explícitamente incentivar un proceso que conduzca a la restauración de las relaciones cívicas y sociales con los que la cometieron. No puedo entrar aquí a detallar las condiciones del mismo, y me contento con subrayar que, en sus mínimos, deben imposibilitar la generación de más acciones indignas y reparar todo lo posible las indignidades sufridas por las víctimas. En la medida en que se logre ir avanzando en esa dirección, la indignación originaria sufrirá una transformación. En cierto sentido podrá parecer incluso que el sentimiento se ha apagado. En realidad, habrá pasado por todo un proceso que lo habrá purificado moralmente, que lo habrá dejado adecuadamente dispuesto para nuevas indignaciones que deban emerger ante nuevas indignidades.Cuando escribo estas líneas, y ante la violencia que he tenido más directamente presente, ante su último zarpazo quizá frustrante como nunca, los últimos objetivos pueden ser vistos como ilusorios, incluso si se aceptan en principio. Los formulo como horizonte hacia el que avanzar, que conviene que tengamos presente incluso cuando nos resulta difícil dar los primeros pasos, cuando estamos de lleno en el momento de la indignación más estricta.xetxeberria@bakeaz.org
martes, enero 30, 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario