viernes, enero 26, 2007

Carlos Luis Rodriguez, De Eisenmann a Piñeiro

sabado 27 de enero de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
De Eisenmann a Piñeiro
¿Esa Galicia que, para simplificar, encarnan Gayoso, Os Tonechos y Superpiñeiro, existe de verdad, o es un invento de los que quieren reducirla a un cliché ridículo? La pregunta es crucial, y las consecuencias de la respuesta exceden el modelo televisivo, para adentrarse en la cultura, en la identidad y todas esas cosas serias.
Sostienen algunos que esa Galicia puede que exista, si bien es magnificada a propósito por los que se empeñan en negar su modernidad. Los seguidores de esas estrellas de la pantalla, convenientemente informados, no dudarían en reclamar programas de más enjundia. En el fondo, el gallego medio rechaza Luar, pero está narcotizado por la pachanga, por lo cual sería necesario desintoxicarlo con productos de calidad.
¿Quiénes dicen esto? Los que son relegados por la sociedad a la condición de minoritarios, a pesar de que procuran presentarse como representantes de sus valores. Es esta gente la que adopta una pose social de compromiso profundo, que espera ser retribuido con el éxito, la audiencia, la popularidad. No es así. Son precisamente los showman modestos, que sólo pretenden entretener, los que cosechan el aplauso.
En el menosprecio de esa Galicia populachera late también el error de considerarla un producto de Fraga. En realidad, don Manuel no la inventa; sabe aprovecharse de ella, le saca partido, la camela y hace que se sienta orgullosa de ser como es. Nada tenía que temer de la intelectualidad adversa porque su radio de acción era muy limitado, y notable su desconocimiento del país profundo. Sus manifiestos desgarrados estaban tan fuera de contexto como un monje tibetano en la romería de O Corpiño.
En fin, que el síntoma inequívoco de que el cambio político se ha hecho mayor es el anunciado retorno de Superpiñeiro a la gallega. Dejando Luar donde estaba, el cambio demostró cautela, con Os Tonechos superó la adolescencia, y ahora con esto, y la rehabilitación de Eisenmann, la izquierda gobernante alcanza la madurez.
Sólo un inciso para subrayar las diferentes fomas de adaptación. Como en la fórmula sacramental, el mentor de la Cidade da Cultura renuncia al Satanás fraguista, a sus pompas y no a sus obras, en tanto que Xosé Manuel vuelve sin más, sin golpes de pecho, para aportar su audiencia.
A lo que íbamos: la izquierda da un paso fundamental, que es romper el tópico de que lo verdaderamente popular es de derechas. ¿La cultura comprometida? Es bueno tenerla a mano en la oposición porque ayuda a transmitir la idea de que no sólo apetece el poder, sino unos nuevos valores, unos principios frescos, etcétera.
Tampoco es malo que acompañe los momentos inaugurales del cambio, sobre todo si los dirigentes recién llegados son más bien sosos. Superada esa fase, barridos los confeti, cuando en la gestión diaria no es suficiente con la consigna en pareado, sobreviene la necesidad de ir al encuentro de la Galicia sumergida, y entonces se dan cuenta de que faltan elementos con menos glamur que el intelectual, pero más cercanos a la gente. Es la hora de Gayoso, el momento de Tucho, la tesitura ideal de Piñeiro.
Esto es una Revolución Cultural, sin la aparatosidad de la china y con un libro rojo en forma de share. Hay que alegrarse por compañeros que sufrieron un sambenito injusto, por la Galicia televidente que los sigue, y por esa izquierda que se da cuenta de que sólo con los pensadores habituales no se va a ninguna parte. Ahora sí que el cambio empieza a tener futuro.

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