miércoles, mayo 09, 2007

Oscar Molina, Por la de en medio

jueves 10 de mayo de 2007
Por la de en medio
Óscar Molina
A lo largo de treinta años de vida política española en democracia han existido multitud de debates más o menos enconados que se han ido resolviendo al gusto de unos u otros sin que la mayoría de ellos haya acabando derramando sangre sobre el río de la convivencia. Así ha ocurrido con la generalidad, pero no con todos. Ha habido controversias que sí han traído exclusión, humillación, pena, llanto y sangre a algunos españoles a manos de otros. Las motivadas por los nacionalismos. Si buscamos un denominador común en las situaciones más o menos colectivas que hayan generado muerte y sufrimiento en España por razones políticas, siempre hallaremos que detrás de ellas se encuentra la causa nacionalista. En toda pequeña o grande historia española de asesinatos, secuestros o extorsiones llevadas a cabo por quienes desean obtener réditos políticos de sus acciones subyace el mito de una patria mitificada que pretende situarse por encima del individuo y a un nacionalista dispuesto a apretar el gatillo por ella. En España se ha porfiado por el modelo social, por reconversiones industriales, por los derechos de los homosexuales, por la política educativa, por el aborto, por el curso de los ríos, por la pertenencia a la OTAN, por el papel de la Iglesia, por el divorcio, por la corrupción de unos, por el empeño de otros en alinearse con los Estados Unidos en una guerra, por un barco hundido, por…pero hasta ahora nadie ha matado, secuestrado o chantajeado a otros por nada de esto. Se han podido dar ejemplos más o menos edificantes, se han podido desvelar deslealtades o exhibir conductas más o menos decorosas, es cierto. Pero nada que lleve el adjetivo de político ha traído a España los padecimientos que el nacionalismo lleva tradicionalmente debajo del brazo. No hay que irse ni siquiera al extremo de hablar de muertos. Sólo el nacionalismo es y ha sido capaz de decretar la muerte civil y el vacío social de personas concretas e individuales por no plegarse a los supremos dictados de los portadores de presuntos valores eternos. Es la única idea legalizada que decreta la superioridad de los derechos de una entelequia, la patria soñada y mitificada, sobre los del individuo. Es un islote ideológico con un altar en el que se celebran sacrificios unitarios en aras de un bien comunal. La inmolación literal de personas, pero también el asesinato de la libertad de expresión más fundamental, apuñalada cada vez que se multa a alguien por no rotular en catalán; el martirio de la Razón más básica, cada vez que algún coadjutor de los sumos sacerdotes enseña a unos niños, que no tienen más patria que el gol, ni más sueño que un futuro de ovaciones, a odiar un himno vestidos de futbolistas. El único discurso capaz de hacer a alguien sentirse extranjero en su casa, si no comulga cada puñetero día en que alguno de los santones de la cosa da una homilía o interpreta “ex cátedra” la sarta de majaderías que convierten a la noche de los tiempos en el origen de todo por lo que vale la pena hacer sufrir. El único portador autorizado del “tipex” de la Historia, y del leño con que se ha de volver a escribir. España es una nación con los problemas e inquietudes de cualquier otra de su tiempo, pero sufre una enfermedad degenerativa con pronóstico fatal que nadie se atreve a diagnosticar, y mucho menos a tratar: el nacionalismo. Esta dolencia letal no ha traído ni tolerancia, ni respeto, ni felicidad ni prosperidad. Al contrario, sólo tiene pegas, y lo peor es que son muy pocos los que hoy podrían tirar por la calle de en medio diciendo de una vez que ya está bien. No hay políticos cuyo anhelo electoral no sea el conseguir una mayoría lo suficientemente amplia como para no tener que sufrir el chantaje de aquellos a quien no se atreven a cerrar la boca. Va siendo hora de que un montón de personas que se encuentran a ambos lados del panorama ideológico y cuentan con el aprecio que les da su coherencia y sentido común, decidan dar un paso adelante para desterrar de una vez el repugnante pasteleo de gobernar España con quien no tiene otro objetivo que destruirla. Si es necesario, tirando por la de en medio y poniendo su nombre y apellidos en listas electorales que no lleven las siglas de siempre. Es imprescindible que en España se hable de si hacemos el Estado más grande o más pequeño, del medio ambiente, de los problemas de los pensionistas, del modelo económico, de relaciones exteriores, de sanidad, de cómo erradicar la pobreza, de inmigración, de acceso a la vivienda, de las ayudas al campo, del paro… de Política, con mayúsculas. Es absolutamente insoportable que todos estos debates se vean interrumpidos por las chorradas de los profetas depositarios de verdades nacionales, “moderados” o radicales. Resulta insufrible ya que el centro de nuestra vida política y social sigan siendo las mentecateces de Carod Rovira, los llamamientos a boicots, los referéndums de Ibarretxe, la legalización electoral del Terror y el olor nauseabundo de las tiparracas de las Tierras Vascas. Y si hay que tirar por la de en medio y hacer temblar a los que, de uno y otro lado, no han sabido o querido poner fin a la sinrazón…pues se tira.

No hay comentarios: