viernes, mayo 11, 2007

Miguel Angel Loma, Ya estan aquííí...

sabado 12 de mayo de 2007
Ya están aquííí...
Miguel Ángel Loma
S E duelen porque no les comprendemos, porque no sabemos valorar sus esfuerzos y sacrificios realizados únicamente por nuestro bienestar, y se enfadan mucho cuando aparecen con las notas más bajas de la clase («¡Ingratos!», mascullan entre dientes). La opinión universal sobre ellos no es que sea mala, es pésima, se les identifica con distinguidos mercaderes de la mentira, con ociosos buscadores de problemas y con los mayores trincones del reino. Quizá por eso, cíclicamente, les gusta lavar su imagen y darse un baño de multitudes en actos muy preparados por sus incondicionales, actos donde cualquier sandez emitida desde un estrado es aplaudida como si se tratase de un enjundioso descubrimiento del pensamiento humano. Y así, de vez en cuando, bajan de sus torres de marfil a besuquear críos y estrechar manos, visitar mercados y asilos saludando a tenderos y ancianos, pero siempre rodeados de tipos con gafas oscuras, no sea que a alguno de los saludados le dé por cantarles las verdades del barquero. Siempre presentes en los medios de comunicación, pero siempre quejosos porque nunca ocupan todo el tiempo que quisieran; que si por ellos fuera, aparecerían sus rostros hasta en la carta de ajuste y en las repeticiones de los goles del domingo. Aunque pertenecen a diferentes especies, padecen todos un extraño complejo jirafil que les hace estirar ridículamente el cuello hasta asomar el careto por donde sea, así como una extraña amnesia selectiva sobre declaraciones y promesas realizadas en el pasado. Si hay triunfos, son de ellos; si hay fracasos..., silban mirando al cielo señalando distraídamente hacia quien les acompaña, o a quien les precedió en el cargo; que no hay profesión más generosa que la suya a la hora de encontrar justificaciones y excusas, ni resulta fácil recordar que alguno haya confesado haber cometido algún error en sus gestiones; aunque sus pifias las pagamos todos. Incapaces de reconocer el mérito a los que no se arropan bajo sus mismas siglas, ni de llegar a acuerdos duraderos sobre los asuntos que verdaderamente nos afectan, logran un sorprendente consenso cuando se trata de subirse un sueldo tan injustamente corto para la «abnegada labor» que dicen realizar. Y debe ser por eso por lo que denominan a sus emolumentos «indemnizaciones». Pertenecen a la casta de los elegidos, amantes de la moqueta y del vehículo oficial, usuarios del gratis total y del usted no sabe con quién está hablando, habituales de la lisonja servil y de una desinteresada amistad con el selecto mundo de los banqueros. Aunque disponen del poder de decidir sobre los más graves asuntos, su profesión es de las pocas que, junto con la prostitución, no necesita acreditar preparación alguna para su ejercicio. Cuando están en la oposición hablan de listas abiertas, de modificar los sistemas de representación, de acercar el poder al pueblo, de articular nuevas formas e instrumentos para una mayor proximidad respecto a los representados..., pero pronto se olvidan de la calle y hasta del precio de lo más elemental, porque, tal como está configurada la cosa, siempre acaban resguardándose de la zafia humanidad que les elige y manteniéndose al margen de la agreste realidad social. Ellos dictan nuestras necesidades y lo que es o no demanda social, y en ese juego son capaces de arrasar con instituciones fundamentales de nuestra civilización con tal de aparecer en los papeles como los vanguardistas del progresismo universal. Se consideran imprescindibles y antes de acostarse observan de soslayo las luces de la ciudad y se consuelan con un pensamiento sosegador: «¿Qué sería de estos infelices sin mí?». Por no respetar, ya ni respetan los tiempos que ellos mismos se fijaron para darnos la paliza electoral y, como disparan con pólvora del rey, ya no se sabe cuándo comienzan ni acaban las campañas; que todo el año es campaña y todo el año están en celo electoral. Dicen que toda generalización es injusta, así que posiblemente también lo sea la mía y seguro que los hay dignos de admiración, pero el desprecio general que provocan los políticos profesionales y el rechazo universal que suscitan entre la población, debiera ser motivo de reflexión para plantearnos seriamente la reforma de un sistema que ha convertido la política en una actividad despreciable; y más que por su bien, por el bien común que a todos nos afecta y cuya gestión tan despreocupadamente solemos abandonar en sus manos. Porque a la altura que estamos de la historia, no es serio que sigamos funcionando con un sistema que se basa en el dominio de unos grupos de poder herméticos, elitistas y de natural tendencia hacia la corrupción. Como tampoco es serio que el gobierno del pueblo signifique introducir un papelito en una caja cada cuatro años, sin más opciones ante los incumplimientos electorales, que dejar pasar el tiempo y cambiar el signo del papelito en la siguiente cita electoral. En fin, que ya están aquí otra vez los mismos de siempre con sus aburridos y repetidos discursos. Que la paliza nos sea leve. P.D.: Creo que ha quedado suficientemente claro que mis cariñosos comentarios van dedicados a los políticos profesionales, de un lado y de otro; a los que viven del cuento de la política sin defender otra idea ni principio que no sea el de aparecer en unas listas que te garanticen llegar a tocar poder, ocuparlo y retenerlo; a los usufructuarios de la tiranía de la partitocracia en que se ha ido convirtiendo este sistema. Pero es de justicia excluir de dicha categoría, aunque se encuentren incardinados en las listas de esos mismos partidos, a aquellos que se juegan la vida tan solo con el hecho de aparecer en ellas. Y por supuesto, nada de lo anterior va dedicado a quienes sin ser profesionales de la política y siguiendo un deber moral, saltan a ella superando el asco del barrizal en que la han convertido; a todos esos que serán silenciados sistemáticamente en los medios de comunicación; a quienes aún creen en la poesía del servicio a los demás, y que se merecen algo mejor que ser despachados con la prostituida calificación de políticos.

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