jueves 10 de mayo de 2007
YA LO DECÍA EL FILÓSOFO: TODO CAMBIA
Félix Arbolí
D ECÍA Heráclito de Éfeso, el antiguo filósofo griego del siglo VI antes de Cristo, que todo cambia, nada es. El famoso y archiconocido “Panta Rei” de nuestros tiempos estudiantiles. Desde los más lejanos tiempos nuestra vida está influenciada poderosamente por los filósofos, esos amantes del saber, gracias a los cuales la Humanidad abandonó sus balbuceos y se adentró en la magia de la ciencia y el raciocinio. Un mundo sin Filosofía es como un cuerpo sin alma. Porque en esta apasionante ciencia tenemos el principio y los fundamentos de lo que necesitamos para tener el conocimiento y la razón de todo cuanto nos rodea, importa y apasiona. Eso de que el saber no ocupa lugar no me convence, es más bien todo lo contrario, llena nuestras mentes vacías y estériles con sabios consejos y atinadas reflexiones para hacer nuestro recorrido vital con un enfoque más sólido y preciso. Leer el pensamiento filosófico de un Sócrates, Platón, Aristóteles, Heráclito, Tales de Mileto, etc, etc con el intento de estudiar en profundidad sus doctrinas y asimilarlas para conseguir una comprensión de la realidad que nos rodea, es una atinada decisión. Soy un apasionado de esta ciencia legada por la Hélade, esa antigua y siempre sorprendente Grecia que es nuestra madre cultural. Desde nuestro nacimiento estamos sometidos a una mutación constante. Nada es lo que parece, ni vivimos nunca el mismo instante, aunque todo lo que ha sucedido y sucede ha de repetirse pasados determinados ciclos. Las guerras, la moda, las costumbres, todos los acontecimientos que rigen la vida humana están condenados a reiterarse cada cierto tiempo con mayor o menor fidelidad, pero muy similares resultados. Hasta el alma, ese desconocido soplo de nuestra vida, que se halla presa en la cárcel corpórea está supeditada a estas normas. Ya Pitágoras de Samos, la calificaba de inmortal y la capacitaba para poder cambiar o emigrar pasando de una forma de vida a otra, teoría que encontramos asimismo en la doctrina hindú de la reencarnación. Todo es pues pura especulación filosófica. A nivel de la calle, de nuestra vida rutinaria, advertimos asimismo este sometimiento implacable al cambio en las personas, sus costumbres y formas de comportamiento. Una transformación que se hace más ostensible en la mujer, de forma especial y destacada en sus modas y maneras de vivir. Es la más intrépida y lanzada, carente de complejos y con absoluta firmeza en sus decisiones. Yo recuerdo, como algo anecdótico y justificativo de lo que expongo, una foto de mi hermana con pantalones ajustados hasta más abajo de las rodillas y como si estuviera subida a un árbol, que se hizo en unos estudios de San Fernando por simple capricho, cuando las mujeres apenas usaban esa prenda entonces exclusiva del varón. Se veían algunas rompedoras de cánones en esta cuestión, pero en horas de playa y no sin cierto sonrojo ante la expectación que causaban. Por eso mi hermana sólo se los puso para la foto. Creo que no volvió a utilizarlos hasta que pasados algunos años se fue generalizando su uso, aunque en sus tiempos de moza de buen ver y espigada figura, no era nada frecuente y habitual verla sin el vestido o la falda propios de su sexo. La moda de los pantalones femeninos tardó en cuajar entre las mujeres españolas, pero cuando la Eva ibérica se decidió sin preocuparse lo más mínimo del que pudieran decir, los adoptó y hoy es su indumentaria más frecuente y extendida. Menos mal que en los años sesenta llegó Mary Quant, con su minifalda y nos brindó la oportunidad de admirar nuevamente las piernas femeninas con inusitada generosidad. La mujer es radical en todas sus determinaciones. No ya sólo en el amar y el odiar, donde llegan a extremos difíciles de superar y soportar, sino en la forma de comportarse, siempre sorprendente e imprevisible, pasando de la ternura al enfado, de la caricia a la dureza y de la solicitud a la indiferencia con una rapidez y facilidad que cogen al hombre desprevenido e indefenso. Perdónenme mis lectoras, pero es opinión generalizada y hasta aceptada por muchas de las protagonistas. A pesar de la maravillosa compañera que me ha tocado en suerte, he tenido algunas experiencias de este tipo, sin comprender aún sus razones. No existe el término medio. En el vestir, no podían ser una excepción, todo lo contrario. Pantalones largos, más o menos estrechos, alternando con esas falditas que abarcan algo más que el cinturón. Aunque siguiendo esos ciclos reiterativos de los que hablaba al principio, vemos que inician su aparición trajes y modelos que están más cerca del baúl de nuestra abuelita que de las actuales y atrevidas innovaciones. Aunque también he de destacar la osadía de las que se empeñan en bajar la parte superior de la blusa o el vestido, hasta límites que enseñan más de lo que ocultan y subir la falda a una altura donde a la vista no le hace falta excesiva imaginación para averiguar su intimidad. O esa costumbre que nos han traído nuestras inmigrantes latinas de dejar al descubierto tripa y ombligo por arriba y mostrar las braguitas o esas tiras triangulares que las sustituyen por la exagerada bajada de sus pantalones. Estoy viendo más prendas íntimas en mis años de retirada, que en las aventuras de mi juventud y años de matrimonio. Pero cuando la mujer dice ¡allá voy!, más vale quitarse de en medio y dejarle el camino libre. Es como cohete, bien dotado de propergoles. Imparable. ¿Y el hombre?. Tan retrógrado como siempre. Si no ha tenido que salir de ningún armario y pertenece a ese cada día más escaso grupo llamado heterosexual, lucirá sus clásicos pantalones largos, con más o menos cambios de hechura y confección de un año a otro, pocas diferencias, y llegado el verano, volverá a sus tiempos infantiles vistiendo esos pantalones cortos, que fuera del entorno playero y a algunos carcamales les sientan igual de bien que a un cura dos pistolas al cinto. No he visto cosa más ridícula que un viejo con pantalones cortos luciendo sus canijos y deformados “remos” posteriores. Cada edad requiere lo suyo y hay que saber aceptar la realidad con dignidad. ¿ Por qué será el hombre tan apegado a las tradiciones y tan cobarde en tomar decisiones?. En lo único que ha cambiado es en amariconarse en el pelo, con ricitos y caracolillos incluidos, en hacer ostentaciones de cuerpo “diez”, aunque su masculinidad no guarde la debida consonancia con esa apariencia de “hombre cacha” y en mirar a la mujer como un compañero más en sus paseos y alternancias, sin demostrarle esa elegancia, cortesía y tratamiento que tuvimos nosotros. Hoy abre la puerta y sale impertérrito, no ya solo sin dignarse cederle paso, sino en sostener la puerta para que ella pueda salir. Claro que no todo el monte es orégano, gracias a Dios y hay ejemplos más que suficientes como para mirar el futuro con esperanza. Este cambio es contraproducente y negativo, como es fácil apreciar. Y de acuerdo con el pensamiento pitagórico, es presumible que las aguas vuelvan algún día a su cauce y el hombre vuelva a ser hombre en todos sus actos. Que no es mucho pedir, ¡vive Dios!. Esta fiebre del cambio no tiene fronteras, ni restricciones. Lo palpamos en el ambiente, en el habla, en los gustos, diversiones y hasta en las distintas maneras de enfocar nuestras creencias. Nada es igual a ese ayer que aún no ha torcido la esquina y ha desaparecido de nuestra vista. Cuando trabajaba en el Banco Central de San Fernando, mi primer empleo, tenía que aguantar y someterme a un verdadero martirio y una continua explotación desde que entraba a las nueve de la mañana y salía a las dos para comer, y regresaba a las cuatro de la tarde para salir a las ocho de la noche. Hora que siempre se pasaba ampliamente pues tenía que dejar cuadradas las operaciones del día con el cajero. Era una vida amargada por las continuas exigencias de un director más atento a incrementar las ganancias del accionista y agradar a ese molesto y potentado cliente que llegaba siempre a última hora y con prisas, que a las limitadas energías del infeliz empleado al que apenas le dejaba encender un cigarro, porque era un tiempo valioso que perdíamos para los intereses del banco. No pude resistirlo, pues obstaculizaba mis aspiraciones de universitario y escritor por la falta absoluta de tiempo. Hoy, el cambio experimentado en el mundo de la banca ha recorrido años luz y no tiene nada que ver con el que yo tuve que soportar. Todo es moderno, amplio, abierto, cómodo, con unas mesas coquetas y unas señoritas llenas de encanto, fuera de los cristales blindados que han quedado para usos exclusivos de cajeros, que atienden al cliente con la más amplia de sus sonrisas y con la misma delicadeza que si se tratara de un Polanco o un Ortega. Claro que estos señores no pisan el banco, son los altos directivos de la entidad los que acuden solícitos a sus despachos para ofrecerles toda la información que precisen, realizar sus operaciones por muy engorrosas que sean y toda clase de servicios que puedan interesarles. Así da gusto trabajar. Lo que yo digo, que en mi época fuimos unos “pringaos” en todos los terrenos y ahora que estamos más para allá que para acá, vienen los vientos favorables del cambio. ¡Qué época la actual, Dios de mi vida!. ¡Lo que hubiera disfrutado mi “body” en estos años de libertad y modernismo en todos los aspectos!. También hemos experimentado una profunda transformación en nuestras creencias. De signo negativo opino yo. Se ha esfumado el concepto de Dios de nuestra mente y en nuestro corazón apenas quedan vestigios. Se falta con excesiva frecuencia y naturalidad el debido respeto a doctrinas, símbolos y personas por el hecho de estar relacionadas con la religión, como si la doctrina de Marx regresara con toda su carga de ateísmo. Hay una nueva tendencia, terca y petulante empeñada en desacreditar lo que deberíamos venerar y eliminar lo que debería presidir todas nuestras actividades. ¿Es también reversible esta nueva postura ante la fe, de acuerdo con ese ciclo?. Sería lo deseable. Aunque mientras, aprovechan esta desorientación y vacío religioso comecocos propagadores de nuevas y extrañas doctrinas y sectas, incluso las incomprensiblemente satánicas, que acaparan a los débiles con engañosas promesas y extravagantes escenarios, ritos y ceremonias. Gandhi, el famoso político y apóstol de la no violencia, artífice de la independencia de la India, sentenciaba “Si quieres cambiar el mundo, cámbiate a ti mismo” . Algo muy parecido opinaba el escritor ruso Tolstoi. Lo difícil es conseguir que este cambio de nuestra mentalidad y manera de ser, al llegar a ese paso atrás de nuestros ciclos, nos lleve de nuevo a conseguir un mundo mejor. Lo fácil la crítica a los demás y no aportar nuestra necesaria colaboración para mejorar el panorama que tanto nos desagrada. Cambio, si, pero no incontrolado y a lo loco. Meditado y preciso.
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