jueves 10 de mayo de 2007
PAPÁ HEMINGWAY
Antonio Parra
E N 1928 la madre de Hemingway le mandó a su hijo por correo una tarta de chocolate y un smith&wesson del calibre 32, el revolver que tenía su padre cuando se suicidó. Ernesto cogió el arma y la lanzó a las aguas negras de un lago. Cuenta en alguno de sus cuentos cómo vio desaparecer el objeto. Las aguas del Wyoming Lake lanzaron burbujas y círculos concéntricos al sumergirse la pistola. Esas burbujas fueron una premonición. Lo persiguieron al autor de Adiós a las Armas de por vida. Llegaron a ser fantasmas obsesivos en su memoria. Para conjurar esta tortura el escritor acudió a la botella. Él mismo, hostigado por las aguas negras de aquel lago, se sumergió en otras más tenebrosas todavía, las del alcohol. Hay algo de fluidez líquida en sus novelas. Algo de ahogado. Quizás presintiera cómo iba a acabar. Hemingway escribía como un pez torturado que no encuentra la salida, náufrago del destino, ni el banco ictiológico al que pertenecía. O al clan. Fue todos los años de sus días un desarraigado que paseó por el mundo la imagen del buen norteamericano, el buen salvaje roussoniano, caído de un guindo o del paraíso de Walden. Fue en realidad un bisonte lejos de la manada. Por eso cazaba, pescaba y escribía una palabra detrás de otra con dificultades, eso sí, como si se tratase de un albañil romano empeñado en pintar un cuadro recomponiendo las piezas de sus mosaicos. Los capítulos de sus novelas no deberían llamarse capítulos sino teselas. Hay algo de artesanía laboriosa para analizarse a sí mismo, siguiendo un método freudiano. El recuerdo de la pistola de su padre le persiguió de por vida y fue un presentimiento fatídico. También don Ernesto acabó suicidándose al igual que otros miembros del clan como su sobrina Margot. El suicidio debió de ser cosa de familia. Gracias a esta laboriosidad su prosa resulta fácil pero esta facilidad con tanto trabajo conseguida no responde a los parámetros de su vida siempre torturada. Por eso resulta mucho más fácil encariñarse con sus libros. Hemingway no debió de ser muy buena persona. Un tío antipático que empinaba demasiado el codo. Se pasó parte de su corresponsalía en la guerra del 36 rodeado de putas y en la barra del Chicote. Luego en sus crónicas resultaban tan vívidas que surgía la impresión de que estaba en las mismas trincheras. Sender Ramón J., el gran Sender, uno de los mejores escritores españoles del siglo XX, que lo conocía bien dijo cosas muy gordas del bueno de Hemingway. Que era un espía, que despreciaba olímpicamente a los españoles, y que sus aficiones no eran más que una máscara. En resolución, que no era un tipo al que se le podía comprar un coche de segunda mano. Y es que el arte va por un camino y el carácter del artista por otro. Se debería marcar una bisectriz entre el hombre y la obra. En la historia universal el hecho se repite: Villon era ladrón y formó parte de una compañía de bandidos. Dostoievski, jugador, Ruiz de Alarcón cheposo y acomplejado. Shakespeare de cuya vida se sabe poco pero se sospecha que estuviera relacionada con los bajos fondos isabelinos de Londres no era un dechado de virtudes. Lo mismo que Quevedo, muy pendenciero pues tenía una inteligencia fuera de lo normal y un manejo del castellano y de la navaja como no hubo otro. Mató a un menda por un lance de amor. Cervantes, ah Cervantes, que también fue homicida y tuvo que huir a Roma y refugiarse en el Vaticano en casa de un cardenal, lo tenemos de palanganero en una casa llana en Valladolid. Hagamos gracia al lector de contarle cómo era Valle Inclán (menuda pieza) o Azorín un tipo muy vehemente que quiso pegarle tres tiros a Ramiro de Maeztu. Y sin embargo en sus escritos parece un tipo muy sereno y tan mosquita muerta bajo el paraguas rojo de su eutrapelia. Dicen que con buenos sentimientos se suele escribir pésima literatura. Acaso la frase es irresponsable y exagerada pero aquí se suele mentar con frecuencia a la madre y madres no hay más que una, o buscarle los tábanos a un autor que nos disgusta. En España donde siempre se murmura y se pone en berlina la conducta de los demás, la paja en el ojo ajeno, y la viga en el tuyo, cuentan mucho la honra y el qué dirán el cómo es con quién se acuesta con quien se levanta un escritor determinado – y mira que la literatura no es una profesión en la cual se acomoden doctrinos ni candidatos a la hornacina de esos del cuello de medio lado porque la literatura es un pacto un poco con el barro del que nos fraguaron y un compromiso con la sociedad en que vivimos y esta es profesión dura, las navajas se esconden bajo rosas y sonrisas y no hay que fiarse demasiado de los lamerones ni de los que hostigan gratuitamente y se refocilan en la provocación y el desplante, este es un oficio duro y vocacional- pero en América, en Reino Unido o en Francia o Alemania se separa el cómo es de lo que hace. Lo que dice del cómo se dice. El creador del Viejo y el Mar fue un esplendido contador de historias y uno de los hombres más famosos del mundo, paradigma de autor halagado por los medios de comunicación, pero daba el pego. Era un tipo muy aburrido, violento, machista, un mal amante y un tipo fastidioso. Él era el peor personaje de sus libros. Sus biógrafos arguyen que este mal carácter tuvo su origen en los 200 fragmentos de metralla de un obús austriaco que le atizó en las piernas el 8 de julio de 1918. A resultas de la explosión quedó afectado a sus genitales. Fue parcialmente impotente de por vida y algo sordo. Tales complejos lo llevaron a la botella, a la depresión, a las pastillas y al electrochoque. Finalmente se pegó un tiro en su casa de Ketchoum (Idaho) Siguió la senda de su progenitor. Estaba enfermo de diabetes, los riñones los tenía hechos cisco. Padecía depresiones. Era rencoroso, fatuo y algo gilipollas. El nombre de su arma suicida: una carabina Boss. Mens mórbida in corpore mórbido decían los galenos. Quiere decirse que si estás enfermo tus escritos adolecerán de la misma enfermad, pero este aserto que vale para algunas cosas de las reglas del clan, no se cumple necesariamente entre los mortales y es un poco lo que diferencia al hombre de las fieras que se agrupan en mutas y en bandadas. Hemingway supo vivir fuera de clan. Y a la contra. Es un autor que despista. Sus novelas ofrecen la imagen de un hombre feliz, un buen salvaje siempre jocundo, que se divertía con mujeres de la vida y todo le sonreía. La verdad, según algunas referencias de la guerra civil, sus borracheras en Chicote acababan en reyerta y en una ocasión quiso tirar al estanque del Retiro a dos chicas de alterne, consumido por el alcohol, desesperado por la impotencia. Su vida- París, Pamplona, las cacerías en el Kilimanjaro, Key West, La Habana de Batista- no fue una fiesta. Pero conviene insistir que la magia de la literatura consiste en eso: en el arte de la seducción. Un autor puede aparentar cólera en un párrafo infernal y adornar el siguiente con imágenes beatíficas. Nadia tiene que ver el plano real con el plano ideal. Por eso en muchos casos las broncas literarias son puro teatro, de cara a la galería. De manera que si el infierno dicen que está empedrado de buenísimas personas en el Parnaso de la gloria se cuentan a puñados los malvados. Un plumífero determinado puede dar la impresión de estar de un humor de perros y sin embargo es más feliz que unas castañuelas. O borracho y está más sobrio que un juez. Papa Hemingway da la impresión de chicarrón del norte, y era todo lo contrario: un hipocondríaco, aprensivo, un débil mental, algo cobarde, tímido con las mujeres, que amaba la guerra exteriormente porque en el 36 no se mostró tan valiente. Cuentan algunos como Barea y lo refrenda Sender que siendo corresponsal de guerra cuando bombardeaban Madrid se iba por la pata abajo. Nunca estuvo en el frente pero su descripción del frente de la Granja es magistral. El lector parece que lo vive y empieza a respirar hasta el perfume de los pinos rojizos de Valsaín en Por quien doblan las campanas que escribió precisamente en la barra del susodicho establecimiento. Incluso en la actualidad sigue siendo uno de los escritores preferidos de los norteamericanos. ¿Será por el culto que rinde a la violencia? Por término se venden un millón de sus libros todos los años. Por mimetismo hacia él algunos, caducos, se dejan crecer la barba, se visten de safari y se van a matar ciervos a las reservas de Montana. Pero allí sólo podrán matar pulgas y coger unas trompas de aquí te espero. Es el icono del perfecto Rambo pero don Ernesto era una obra maestra de contradicciones en la vida real. Nada es lo que parece. Su aspecto amable y bonachón, abierto, se compadece poco con la descortesía y hasta maldad, pues había en su carácter algo de perverso. Y con perversidad trata a Gertrude Stein y a Scott Fitzgerald o Sherwood Anderson, amigos suyos de Paris. Sin embargo, el pego que da es que París era una fiesta: juergas, mujeres. Era una trola. Con Hemingway la literatura empieza a ser algo estereotípico. Es la fuerza de la imagen. Mentiroso compulsivo y algo misógino maltrataba a las mujeres y sin embargo, traza un maravilloso y tierno personaje femenino en la Susan de Farewell to Arms. Profundamente creativo y profundamente destructivo como acaba de decir un crítico. Nunca resolvió sus contradicciones interiores. Por eso acabó pegándose dos tiros en la boca. Se trata de un caso en que la genialidad despista. El autor nada tiene que ver con la obra. A veces con buenas intenciones y creencias se pueden escribir bodrios y al revés. La naturaleza es salvaje. Carece de ética y el arte verdadero de un rigor moral. La historia va a su bola indiferentemente de lo que nos pase, cómo seamos o cómo nos sintamos. Esa es la magia precisamente de la literatura. Hasta los místicos dan el pego. Así que menos globos. Hay gente que parece anda a la rebatiña con anhelo de provocación y mentándole a uno la madre. A mí plin. Yo me conuselo leyendo el Adiós a las armas. ¿Y el insulto al centinela? Bueno. Bueno. Eso es otro tema. Lo abordaremos otro día. Vayamos por partes. De momento válganos decir que en este país se confunden el culo con las temporas y hay tantos argumentos ad hominem. Harta mala baba y peor sangre. No hay que hacerlos caso. Que ladren y si rabian, que les pongan un bozal. Buenos días nos dé Dios
jueves, mayo 10, 2007
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