sabado 12 de mayo de 2007
¿Qué opina sobre nuestra juventud?
Félix Arbolí
S IEMPRE hemos pensado y yo el primero, que tenemos una juventud desorientada, ajena a toda norma de conducta, indiferente a sus mayores, olvidada totalmente del de arriba y constituida en agrupaciones más o menos numerosas que se rigen por un jefe o cabecilla que a falta de carisma en muchas ocasiones, hace gala de su evidente mayor potencia física. La fuerza de los músculos frente a la razón. Estoy seguro que si se hiciera una encuesta callejera bien enfocada y que abarcara un amplio sector de la población, realizada a conciencia para lograr la fiabilidad de los datos obtenidos y no un engañoso reflejo de la realidad como pasa la mayoría de las veces, ganarían los que achacan a nuestros jóvenes todos los males habidos y por haber, los involucran con toda clase de vicios y los consideran merecedores de una sacudida que les haga despertar sus dormidas conciencias. Algo que les incite a recuperar y usar correctamente el tremendo valor y la inmensa fuerza que les hacen tener una enorme influencia en la buena marcha y progreso de la nación. Pero pretenderán que esa transformación no solo se haga en el aspecto relacionado con la política, sino también en recuperar la perdida fidelidad a unas creencias y el respeto a serie de valores que hacen al ser humano superior al resto de las criaturas. Algo que al parecer, según nos la presentan, han rechazado y olvidado. No nos atreveríamos a arriesgar un simple denario de los cinco que dicen nos entregan al comienzo de nuestra andadura en esa masa moldeable, tan llena de vida y tan sorprendente en sus reacciones. Considero, no obstante, que si quisiéramos opinar con imparcialidad sobre este asunto, no podríamos hacerlo más allá del círculo familiar e incluso en una inmensa mayoría del de los propios hijos, ya que al salir de nuestros límites habituales sólo podríamos encontrar un mundo desconocido, hostil y extrañamente amañado. Una apreciación negativa y errónea por la falta de datos fiables que nos empeñamos en presentar como verdad absoluta y definitivo resultado, con una evidente irresponsabilidad por nuestra parte. En este caparazón estaba yo encerrado, lo reconozco, creyéndome en posesión de una certeza que no necesitaba argumentos para sustentarla, ni intentaba descubrir los motivos para retractarme de lo que era realmente un tremendo error. A veces nos obcecamos en una idea y cerramos puertas y ventanas para que no pueda penetrar una brisa de duda capaz de socavarla o alterarla. Estamos acostumbrados a que los medios de comunicación nos presenten y hablen con frecuencia de una juventud irresponsable, contestataria, sometida a una serie de excesos y extraña a todo tipo de creencias. Sin ideales, ni causas dignas que la motiven. Unos jóvenes cuyo mundo, según se empeñan en hacernos creer, se limita al denostado botellón, las trifulcas y vandalismos callejeros, el consumo de drogas y la práctica del sexo sin complejos, ni limitaciones. Individuos que siguen los impulsos de sus instintos sin sujeción a regla o pauta de comportamiento alguna. Esto es lo que nos cuentan los agoreros de la noticia. ¿Quién andará detrás de esta falsa y mezquina manera de considerarla y lanzarla cuesta abajo?. Yo lo sé, pero espero y quiero que sean ustedes los que hallen la respuesta. No es nada difícil. ¿A quién beneficia ese empeño de engañar a nuestros jóvenes y hacerles entrar en ese camino de aparentes rosas y excitantes placeres, para dejarlos rodar pendiente abajo hacia un final donde de las rosas solo quedan las espinas y de los placeres amargos recuerdos?. Árboles cortados, sin apenas haber empezado a dar frutos y convertidos en patéticas y degradantes representaciones de una muerte prematura en una crónica poco anunciada, para evitar que seamos capaces de reaccionar y meditar sobre esta horrenda realidad. Y contemplamos esa muerte física y moral de tantos jóvenes con la mirada vuelta por la cobardía de no involucrarnos en el problema, al que dan escasa relevancia en la prensa para no espantar la clientela a los poderosos vendedores del polvo que degrada y mata. Siendo testigos mudos e indiferentes de este genocidio espiritual y corporal, porque los que desaparecen son jóvenes anónimos fuera de su ambiente familiar. Criticamos severamente su actitud, cuando no hemos intentado hallar las posibles soluciones a este mal que se extiende imparable entre protagonistas de un presente sin futuro, que en su ingenuidad no fueron capaces de distinguir la tremenda desgracia que se ocultaba tras esos melodiosos cantos de sirenas. Sé que éste es un panorama bastante extendido desgraciadamente y que con no muy buenas intenciones intentan que creamos se trata de algo enraizado mayoritariamente entre nuestros jóvenes, generando agudas críticas y demoledoras conclusiones. Despreciamos al drogadicto y evitamos no sólo su posible contacto, sino su cercanía. Le hacemos asco y en lugar de considerarlos unos enfermos, víctimas de la mentira y avaricia de un prójimo que solo tiene de humano la apariencia física, lo tratamos como apestados, peor que a los parias de la antigua India o los ilotas de la más remota Esparta. He conocido a jóvenes esclavos de la droga y los he visto llorar viendo sus hinchados y picados brazos donde ya no quedaban huecos para la aguja letal, buscar desesperados mi ayuda ante su terrible situación en los escasos momentos de lucidez . Pueden creerme si les digo que me han dado ganas en esos instantes de haber cogido una metralleta y vaciar el cargador en los culpables de este tremendo crimen contra la Humanidad. De maldecir a los políticos y autoridades envueltos en ridículas trifulcas vecinales y barriobajeras e inyectarles con esa aguja contaminada para que experimentaran el dolor y sufrimiento, la indignidad e impotencia de estos seres en sus propias carnes y sentimientos. Así sabrían lo que es esa horrible adicción y reaccionarían de forma contundente a solucionar y eliminar esa lacra, con el mismo empeño, recursos, publicidad y medidas coercitivas que han empleado en su guerra contra el tabaco, droga también, pero no de tan nefastas y rápidas consecuencias. He conversado con madres que me han emocionado y han hecho sentirme en cierta manera responsable por mi pasividad ante la tragedia que la droga del hijo ha causado a toda la familia. Siempre me ha gustado acompañar y comprender las desgracias ajenas, quizás para sentirme mucho más agradecido a Dios por haberme librado de ese infierno, o darme cuenta de que a pesar de mis problemas, debo considerarme tremendamente afortunado, al no tener entre los míos a un candidato a esa muerte prematura y llena de sufrimientos. He sido testigo de los alarmantes deterioros físicos que su uso ocasiona en el día a día y me he enterado por compañeros de su entorno de su anónima y desventurada muerte, la mayoría de los casos en un solitario callejón o intransitado camino donde al inyectarse esa dosis encontraron el final de su vida y de sus amarguras. Hay que buscar la cabeza de esa enorme serpiente, (que como la de Eva prometía un paraíso cuando estaba ofreciendo castigo, dolor y muerte), y cortarla en seco, sin miramientos ni contemplaciones, como hacen en China y tantos otros países, ajenos a su dinero, la sonoridad de sus apellidos y su enorme influencia y poder en la política y los negocios. Hasta que no nos decidamos de una vez a coger al toro por los cuernos y detener su poderío y embestida, no habremos terminado con esta corrida que sobrepasa con exceso los reglamentarios tres avisos. Pero afortunadamente ésta no es la única y verdadera cara de nuestra juventud. Junto a los casos expuestos, evidentemente negativos, hay miles, millones de jóvenes que viven felices, limpios de mente y sanos de cuerpo, haciendo de su vida un digno caminar entre rosas que no parecen marchitarse y que comparten el escenario con un campo verde de esperanzas y un cielo azul cuajado de ilusiones en formas de estrellas luminosas. Esta juventud responsable, tolerante, solidaria, cumplidora de sus obligaciones, respetuosa con sus mayores, sin dejar por ello de tener y defender de forma correcta sus propias opiniones y portadora de unos valores eternos, como proclamaba José Antonio en su utópica doctrina falangista. Jóvenes que nos dan una admirable lección en todos los aspectos, de este mundo y del más allá, a los que nos creemos pertenecer a una generación modélica y civilizada. Y esto, en un mundo tan dado a la extravagancia, el libertinaje y la carencia generalizada de ideales, supone un mérito extraordinario. Es como surcar en un débil balandro las peligrosas y extensas aguas del Atlántico o “Mar oceana”, como lo llamaban en tiempos de Colón. La mañana del domingo, al pasar ante una iglesia en un taxi, me sorprendió gratamente, justo es reconocerlo, ver a gran cantidad de jóvenes entrando en el templo a la hora en que el toque de la campana anunciaba la misa. Me fijé que los había de toda clase social, procedencia, solos, en parejas y por grupos. No se celebraba nada especial, sólo el santo sacrificio de la misa. Suficiente para que esta juventud, que no se airea, ni se muestrea, ni se tiene en consideración para opiniones y encuestas, ofrezca su silenciado testimonio, no por ello inexistente. Es la otra cara de una moneda, donde no figura la cara del César, porque pertenece a Dios. Leo en la prensa que en la tarde-noche del viernes y a través del SMS se había convocado una “Kedada” juvenil. Más de cinco mil chicos y chicas acudieron a esta cita llenos de entusiasmo y carentes de complejos. “Para que luego digan que todos los jóvenes somos violentos o ignoramos qué queremos hacer con nuestras vidas”. “!Ésta es la juventud de Madrid!”. Fueron las palabras con las que un chaval de 19 años contestaba a las preguntas de un periodista, -no precisamente de “salsa rosa” o similares-, que cubría algo sorprendido el espectáculo. Ni hubo alcohol, ni altercados, ni revolcones, ni provocaciones. La policía no tuvo que intervenir en ningún momento de las largas horas que duró tan insólita concentración. El lugar elegido fue la Casa de Campo, ignoro si como medida de purificación de este lupanar público o buscando espacio y aire libre, no digo de contaminación porque sería demasiado. Hubo música, actuaciones de Gen Verde y algunos otros artistas solidarios con la idea. Objetivo de la organización, cuya procedencia ignoro y nada me importa, era acercar a la fe y dotar de un ideal a los jóvenes. Maravillosa consigna que dignifica a todos los participantes. En el transcurso de la misma un emocionado recuerdo para ese “joven de 83 años”, Karol Wojtila, el inolvidable Juan Pablo II, (mi entrañable y recordado Papa), como él mismo se definió en sus encuentros con la juventud durante una de sus visitas a España. Ésta es la juventud que nadie comenta y que se mueve persiguiendo un noble ideal porque está viviendo un presente lleno de esperanza y de fe en ese futuro que está llamando a la puerta con insistencia y a la que tenemos obligación de oír, comprender y ayudar, sin caer en precipitadas descalificaciones.
viernes, mayo 11, 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario