jueves, mayo 17, 2007

Carmen Planchuelo, La huella de los Hermanos Tonetti

La huella de los Hermanos Tonetti
Carmen Planchuelo
H OY ha venido el circo a mi barrio, yo vivo en la periferia de la ciudad, y en primavera y ó comienzos de verano el Ayuntamiento se gasta unas perras (me temo que pocas pero muy bien invertidas) en hacer que el circo visite los barrios de la ciudad. Así se inaugura el buen tiempo. Mientras les escribo a ustedes esta noche, oigo los golpes de los montadores, el circo ha terminado su única función en mi barrio y ahora se va, en un par de horas no quedará rastro de su presencia en la explanada en la que hoy nos ha deleitado con el mayor espectáculo del mundo. Mañana estará en otra esquina de la ciudad. Hace muchos años que no iba al circo, desde que era muy pequeña y mi padre nos llevaba a toda la familia al Circo Atlas, el de los Hermanos Tonetti. Para mí ese circo es “el circo” por antonomasia, no conocí otro hasta esta noche. El circo de mi infancia no estaba subvencionado por nadie, afortunadamente el de mi madurez sí, y eso me alegra, porque a mi el circo en mi remota niñez me daba pena, casi tanta como las castañeras invernales, por supuesto no el circo que era una explosión del lentejuelas, risas, magia, de animales salvajes y a la vez sumisos, de acróbatas y de payasos reidores; a mi me daba pena la gente que allí trabajaba, que no tenía casa fija, que iba en sus rulotes peregrinando de acá para allá, y me daba mucha pena pensar que si llovía el circo apenas si recibiría publico y entonces ¿de qué iban a vivir?, ¿con qué alimentar a los animales? y me daban mucha pena los niños y las personas mayores porque unos aún no sabían hacer casi nada y todo lo tenían que aprender y los otros sí sabían pero ya casi no podían, o podían con dificultad. Miraba a los niños chiquitos vestidos de encantadores, de equilibristas y pensaba que por un lado tenían la inmensa suerte de no tener que ir al colegio -como yo- pero que por otro eso de ir rodando por el mundo no me parecía nada envidiable. Las viejas estrellas vendían papeletas para la rifa del balón de reglamento y para la muñeca y nosotros pedíamos que nos compraran muchas tiras para salir del circo con nuestro premio, cosa que nunca ocurrió. Todas estas reflexiones sobre la dureza de la vida ambulante para nada perturbaban las dos horas largas de la función, mi hermano y yo estábamos ensimismados con el mundo exótico que a nuestros ojos surgía a cada instante y tan distinto del ordenado y seguro en el que vivíamos. Era mucho después -ya en casa y pasada la primera emoción- que yo pensaba que detrás del mayor espectáculo del mundo la vida no era nada fácil; a mis escasos diez años estas cosas se me pasaban por la cabeza tan solo como soplos de un aire imprevisto. Una especie de sentimiento agridulce me invadía pero se me pasaba pronto cuando de repente, en casa alguien comentaba lo divertidos que eran los payasos sus papeles repartidos a la perfección: el payaso listo de cara blanca, ceja inmensa, labios rojos y brillante como una estrella y el payaso tonto que salía a escena dando trompicones con sus enormes zapatos. Los Hermanos Tonetti lo llenaban todo, nos hacían reír hasta el dolor de mandíbula y luego en casa tratábamos de imitar el número de la pescatera, que así lo decía el payaso tonto (Nono). Muchos años después cuando supe que había muerto, arrastrado por la depresión y la crisis, volví a sentir pena por la gente del circo y la dureza de su profesión tan en el aire... Esta tarde noche he ido al circo con mi marido, frente a mi casa se levantaba la carpa de listas rojas y blancas, todo el barrio en pleno ha acudido y nosotros también. Para mi ha sido sorprendente encontrarme sentada en el banco de madera del circo, y “sorprendente” porque en mi circo de pequeña yo me sentaba en unas sillas cubiertas de loneta roja, a modo de silloncitos, de vez en cuando volvía la cabeza (altanera yo) y veía a la gente sentada en bancos corridos, nosotros siempre íbamos a silla de pista, nunca a gallinero ¡por Dios Santo!, mi señora abuela no lo hubiera permitido. Hoy en cambio he estado en las gradas de madera rodeada de chiquillería tan gritona como nosotros hace tanto tiempo, de abuelos entusiasmados, de adolescentes milagrosamente callados, de padres que recordaban su niñez mientras se atracaban de patatas fritas, chocolatinas, helados... Entre mi última visita infantil y esta median cuarenta años, “mi circo”, el de los Tonetti era un lujo de luces, de vestuario; recuerdo los caballos con sus plumas de colores en las cabezas, los perritos con unos vestidillos ridículos pero primorosos; las gentes del trapecio brillaban en sus telas ajustadas surcando el aire y los payasos lucían sus mejores galas. El circo mostraba su mejor cara, la del espectáculo y todas las luces de colores hacían que durante unas horas el mundo lo fuera también como los campos que pinta la Primavera, que dice el cantar. En el circo de esta noche, el que ha venido a mi barrio, no había ningún glamour, los caballos no tenían pompones de colores pero han saltado y obedecido al domador; los trapecistas no llevaban aquellas telas brillantes y como de luciérnagas que a mi me enamoraban pero han saltado, volado y trepado por las cuerdas arriesgando su vida como los de mi niñez; y los tigres no han pasado por arcos de fuego pero han mostrado las mismas enormes garras y su tamaño para nada desmerece de los de mi recuerdo. Los payasos han seguido cayéndose, arrojándose agua a cubos, ha habido payasos más listos que no se mojaban y esquivaban los cubos y otros que han terminado empapados. En el circo que ésta noche ha venido a mi barrio, y que ya se esta marchando, el domador es a la vez mago y payaso, los trapecistas hacen juegos malabares y las guapas señoritas en el descano venden chuches y bebidas... éste circo es modesto, lo más lejos del mundo de los sofisticados que hoy recorren el mundo pero a mi me ha gustado a rabiar, me he sentido tan entusiasmada, asombrada y asustada con los cocodrilos y serpientes como en mi infancia, he terminado con las manos rojas de tanto aplaudir y me ha conmovido como en mi niñez no, el esfuerzo, el trabajo, la dedicación, el entusiasmo, el trabajo honrado y sencillo de estas gentes que con sus vidas ambulantes nos entretienen y nos hacen felices a los que una noche de primavera hemos vuelto atrás para gozar del mayor espectáculo del mundo, este sí lo es, en este sí palpas el esfuerzo al ver las gotitas de sudor resbalar por las caras de los artistas. En la apoteosis final, la compañía ha desfilado en pleno -como está mandado- los primeros los niños, dos renacuajos de no más de tres cuatro años alegres que de la mano de sus padres han saludado como auténticos profesionales y luego todos los demás repartiendo sonrisas y despidiéndose hasta el año que viene. Las estrellas rutilantes de esta noche ahora han guardado las cajas de magia, encerrado a los animales en sus jaulas, pliegan la lona que tantas lluvias habrá aguantado y que con tantos soles se habrá decolorado en su rodar por los pueblos y ciudades de España. Ahora hombres y mujeres sin quitar del todo el maquillaje, sacan clavos, guardan cuerdas y alambres, todo lo empaquetan y mañana de nuevo a empezar de nuevo la tarea de hacer feliz al personal grande y chico de esta pequeña ciudad de provincias que como ustedes ya han adivinado, es Logroño. La huella que los queridos Tonetti dejaron en mi cuando tenía muy pocos años, se ha desempolvado esta noche y me siento tan contenta de ello, que he pensado que ¿a quién mejor que a ustedes se lo iba a contar...?

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