jueves, mayo 17, 2007

Blanca Sanchez de Haro, La envidia de Felix y la de Machin

viernes 18 de mayo de 2007
La envidia de Félix y la de Machín
Blanca Sánchez de Haro
L EO temprano la “Contraportada” de Félix. Siempre me levanto temprano y con la inquietante sensación de que no tendré tiempo en todo el día para hacer lo que quiero hacer. Y todos los días acaba sobrándome tiempo, claro que con el tiempo que me sobra normalmente ya no puedo hacer nada, porque me sobró tiempo, pero agoté las fuerzas, el ingenio y las ganas de hacer cosas. Así que ya a última hora de la tarde, penúltima de la noche, apoyo la cabeza en el regazo de mi marido, sentados con su niña frente al televisor y me dejo dormir. Últimamente hago demasiadas cosas, aunque eso no es lo importante, ya os digo que me sobra tiempo para hacerlas, pienso en demasiadas cosas, eso si fastidia, porque acabo pensando en todas a medias y no atendiendo a ninguna con la suficiente concentración. Y me veo que es miércoles y ni siquiera se me ha ocurrido nada que pueda contar en Vistazo. Amén de mis demás tareas de contadora, totalmente abandonadas esta semana. Pero leo a Félix temprano y pienso en lo que dice. La envidia. Siempre he ignorado este defecto en los demás. Yo, sin falsas humildades, no lo he tenido nunca. Y lo he ignorado porque lo que veo en el envidioso enfermizo no es el defecto de la envidia, sino el de la ignorancia de sus propios valores. Quizá si supieran que todos somos envidiados alguna vez, incluso él, incluso por las personas a las que él envidia, dormiría más tranquilo. La envidia negra, como dice Félix, no es defecto, es una consecuencia de otros defectos humanos, sobre todo en la vista. Quien no ve bien, no entiende y quien no entiende, se revuelve. La envidia blanca es otra cosa y esa envidia a mi me recuerda a la de Machín. “Tengo envidia de tus cosas, de tu casa y de tus rosas porque están cerca de ti. Y mira si es grande mi amor, que cuando digo tu nombre, tengo envidia de mi voz”. Leo a ratos el libro que me recomendó Plá. “El Valle de los Espíritus” de Margarita Monjo. Y a ratos sólo, que hasta para leer no basta con que te sobre tiempo, tienen que sobrarte también ganas. Y como no conozco la envidia (siento mi arrogancia, pero lo repetiré hasta la saciedad) admiro la capacidad de ser tan profundo, de llegar tanto a mi alma con tamaña sencillez y limpieza. No creo en la envidia blanca; ni en la de Félix ni en la de Machín, no creo en la envidia sana, ni en la buena envidia. Ese término no existe. La envidia blanca sólo es admiración o ganas de aprender de otros, o cariño, o amor. Igual que no creo en los celos buenos. La envidia y los celos sólo son malos, sobre todo para quien los padece. Quizá por eso siempre ignoré a los envidiosos, porque imagino que el castigo que se aplican a sí mismos es lo suficientemente doloroso e infernal ya, y que con eso tienen bastante. Me preocupo más de los defectos que sé que tengo o de los que, cuando los veo en los demás, considero que puedo llegar a tener, y éste no es el caso. A lo que nunca me he resistido es a congratularme con lo inteligentes e ingeniosos que son los envidiosos, me divierte y hasta me admira. Parecen la astucia y la inteligencia condiciones indispensables para envidiar. Las actitudes del envidioso requieren de ciertas habilidades para llegar a los demás, necesita que los demás se sientan frustrados y mal para engordar su ego y eso no es fácil por lo que desarrollan un ingenio que me fascina. El uso taimado y preciso de la mentira, la habilidad para parecer otra cosa, los giros que pueden darle a las cosas en un sentido y en otro tienen por fuerza que desarrollar el intelecto, igual que si estas todo el día levantando piedras se te pondrán los brazos como a Iñaki Perurena en sus mejores tiempos. Un tonto puede ser también envidioso, pero no hace la misma gracia. Se conforma sólo con sentir y masticar su envidia. El mentiroso inteligente, aunque nunca acabe de sentirse satisfecho por ello, busca salirse siempre con la suya, y casi siempre lo consigue. Es más, suele hacerse pasar por tonto, por mezquino o por ruin, para ser infravalorado y no despertar la alerta de nadie, y consigue su objetivo haciendo creer a los otros que lo vencieron. Pasa todos los días. El envidioso conoce las normas de la gente de bien y sabe lo que es y no es permitido, las acepta incluso, pero el envidioso tiene disfraz y eso le permite trasgredirlas sin sentirse “anormal”. Prueben ustedes, es fácil, estas semanas hemos tenido muestra de cómo se puede hacer en estas mismas páginas. Casi fue antesdeayer cuando pasó por última vez, y quizá por eso la contraportada de Arbolí hoy. ¿A ustedes les fastidia y les carcome la envidia de que alaben y loen al Sr. Plá o a Miguel Martínez, o a Félix Arbolí? (pongo ejemplos de quienes sé que no se van a dar por aludidos y que me van a entender) Pues introduzcan en su foro un comentario soez e insultante. El envidioso parece tonto; si se lo van a borrar. Están confundidos; el envidioso es muy listo y sabe que ese comentario y lo que suscite es lógicamente intolerable y será borrado por dirección. Se salió con la suya, ya castró el foro y el sentido que habían tomado las opiniones sobre el escrito del compañero. El envidioso con nuestra propia defensa nos destruye. Es una mezquindad, sí estoy de acuerdo, pero a mí no deja de fascinarme. La mala envidia es la que existe y la que a mi me resulta simpática. Todavía no le gané partida a ningún envidioso inteligente porque mis propias normas o mi propia defensa fueron astutamente utilizadas contra mí. Tal vez me dejen intentarlo algún día. En buena lid, siempre en buena lid, que el envidioso como yo, puede ser persona de ley, seguro que incluso todos lo son. La envidia blanca, la sana envidia, debe ser otra cosa. Esa cosa dulce y dramática que sirve para emocionarse con las canciones. “Tengo envidia del pañuelo que una vez secó tu llanto, y es que yo te quiero tanto que mi envidia es tan sólo amor. Envidia, envidia, tengo envidia y es de tanto amor.”

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