jueves 10 de mayo de 2007
Dos apuntaciones sobre progresía y borboneo
Antonio Castro Villacañas
P ROGRESÍA. Una noche del siglo pasado, a finales de los ochenta,se reunieron en el "Bocaccio" de Barcelona, un bar muy pijo que no sé si ya existe, un puñado de jóvenes pequeños burgueses entre los que destacaban Félix de Azúa, Juan Cueto, Rosa y Oriol Regás, Gonzalo Suárez y Eugenio Trías. En su habitual comentario de las cosas que pasaban en Cataluña y España hubo lugar para que alguno de ellos se manifestara indignado por el uso y abuso que, según su juicio, en aquellos momentos estaba haciendo de ciertos valores radicales una determinada izquierda, hasta el punto de convertirlos en imperativos kantianos. Los reunidos convinieron enque tal tipo de mitología no tenía nada que envidiar ni reprochar a la de la burguesía contraria. Gonzalo Suárez se comprometió a divulgar tal convenio en la revista "Triunfo", que entonces era el "no hay más allá" en cuanto a izquierda pija se refiere. Barcelona y Madrid fueron, por tanto, las ciudades en que se engendró, se dió a luz y se bautizó "la progresía", en principio tan solo una divertida autocrítica, hoy una más o menos acertada descripción de cierta realidad política. Los "progres" nacidos en los años de la tra(ns)ición han evolucionado en dos sentidos distintos. Unos han pasado del antifranquismo minimalista -no se debe olvidar que bastantes de ellos eran hijos de notorios franquistas- al radical maximalismo, y ahora son unos groseros antiamericanos, unos finos anticapitalistas, unos antiglobalizadores con distingos, y unos falsos anticonsumistas. Otros, ante el triste espectáculo que a diario ofrece una derecha carente de verdaderas ideas y creencias, se han acercado a ella con el fin de rearmarla ideológicamente y -de paso- ganarse la vida lo mejor posible. Entre estos últimos más de uno tiene un claro pasado marxista-leninista, lo que explica su tendencia al dogmatismo. Entre los otros, no resulta fácil deducir cómo aquellos antifranquistas moderados han pasado a ser radicales maximalistas, nacionalistas extremos, identitarios separadores, etc. En ambos casos, los "progres" parecen haber protagonizado un raro tipo de evolucionismo político que en cierto modo explica, aunque no justifique, el recelo e incluso la burla que muchos españoles demuestran tener con respecto a la "progresía" doctrinal y práctica. BORBONEO. Aunque sea de uso público, la Academia de la Lengua Española no recoge en su diccionario esta palabra, que alude a un particular modo de practicar el tejemaneje político, muy utilizado en España desde 1704 y sobre todo a partir del retorno de un Fernando VII tan indeseable como Deseado. Tampoco aparece en nuestro oficial vocabulario la palabra "bobón", quizá por ser un simple aumentativo de la sí políticamente correcta "bobo". De ésta se nos ofrecen en el citado censo verbal diversos contenidos, de los que el más utilizado -y el que mejor conviene a mi propósito- es el que sirve para calificar a una persona de ingenua o candorosa en extremo. Es evidente, como todo el mundo sabe, que los "bobones" no tienen nada de bobos. Nunca están en Babia, aunque casi siempre estén cazando... Uno de los mayores bobones de este reino es Luis María Anson, conocido periodista y miembro de la Real Academia Española por sus muchos méritos, entre los que no podemos olvidar su capacidad para ejercitar el más eficaz borboneo. Si será bobón este tipo que no deja de llamar Juan III al Borbón y Battemberg que vivió y murió sin reinar en España aunque ostentara el título de Conde de Barcelona. El pasado 3 de abril, aprovechando que el errata Otegui presentó en público el eslogan propagandístico a utilizar por sus huestes durante los días de la campaña electoral de este mes de mayo, el fino canelo bobónico arrimó el ascua encendida del rencor político a la sardina ideológica de su acreditado vasallaje. Para ello equiparó el lema batasunero, "Ya llega la primavera", con los versos del himno de la Falange que proclaman la esperanza y la seguridad de que "volverá a reir la primavera que por cielo, tierra y mar se espera". Su memoria histérica le hizo recordar que "hubo un tiempo en que algunos falangistas obligaban en colegios y universidades a los que no lo eran a alzar el brazo y cantar el •Cara al Sol•. Al que se resistía le vejaban. Si se declaraba juanista, le pegaban sin piedad. Satrústegui y sus jóvenes, entre ellos Leopoldo Calvo-Sotelo, libraron más de una batalla campal contra los falangistas en el paseo de la Castellana". He transcrito en su totalidad el párrafo del fino canelo Anson para que mis lectores comprueben la calidad de su borboneo. Yo no niego que en algún momento y en algún colegio o facultad se forzara a alzar el brazo y cantar algún que otro himno carlista o falangista a algunos alumnos. A su debido tiempo, todos los españoles fuimos obligados por el Estado franquista a respetar y honrar como Himno Nacional lo que hasta ese momento se conocía como Marcha Real, y años después también se nos obligó a todos los españoles a reconocer la Monarquía Borbónica como ideal forma de gobierno, de modo y manera que el uso y hasta el abuso circunstancial del "Cara al Sol" no deja de ser una mínima mota vejatoria en el amplio y espléndido tapiz que recuerda los muchos miles de españoles, falangistas o no, que con ese himno en los labios o en el corazón encontraron la muerte o la consagración de su vital esperanza. Que yo sepa, ni a Alfonso XIII ni a ninguno de sus hijos nadie les obligó en Roma, o fuera de ella, a cantar el "Cara al Sol", cosa que sí hicieron muchas veces por gusto propio o por propia conveniencia. Lo que sí estoy en condiciones de afirmar es que, contra lo que recuerda la histérica memoria de Anson, falangistas y juanistas nunca mantuvieron batallas campales en el madrileño Paseo de la Castellana, entre otras cosas porque las huestes del señorito Satrústegui se reducían a diez o doce colegiales de pega y pago que provocaban desprecio y no aversión en las nutridas falanges juveniles. El también señorito Leopoldo Calvo ya por entonces se afanaba más en sacar provecho de su falso apellido que sus primos, los verdaderos Calvo-Sotelo, sumidos en el doloroso silencio que les provocó el asesinato de su padre. Leopoldín borboneó el "Cara al Sol" cuantas veces le convino, alguna de ellas a mi lado, en voz baja o a grito pelado según las circunstancias, por supuesto para él siempre favorables. Sigo copiando: "•Volverá a reir la primavera falangista•. •Ya llega la primavera batasuna•. Eso sí que es memoria histórica. De un totalitarismo a otro...", ha escrito el fino canelo Anson. Su memoria histérica le impide reconocer que no hay totalitarismo comparable al de cuantos nos quieren hacer creer que el Supremo Hacedor otorgó a una cierta familia, para siempre, la propiedad y la explotación de una finca llamada España. Es la misma clase de memoria que le impide recordar la figura del pretendiente a ser Juan III, disfrazado de miliciano falangista... Memoria histérica. Una de las peores armas bobónicas y progres.
miércoles, mayo 09, 2007
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