viernes 18 de mayo de 2007
Apuntaciones sobre la bandera y el himno
Antonio Castro Villacañas
L OS progres, en su afán de conseguir cuanto antes la vuelta al pretérito perfecto, que como todo el mundo sabe es la República de 1936, dicen cuando les viene bien que desde Isabel y Fernando no ha sucedido nada mejor en España que el suicidio a lo bonzo de las Cortes franquistas y el subsiguiente despliegue por todos los poros del Estado de las huestes democráticas, cristianas, franquistas y monárquicas reclutadas por el Rey Juan Carlos y Adolfo Suárez para mejorar sus respectivas situaciones personales, logradas a lo largo del régimen de Franco por medio de inteligentes lametones al culo del Caudillo. Como es natural, no dicen nada sobre el indiscutible hecho de que los Reyes Católicos unieron territorios y pueblos, mientras que la Santa Tra(ns)ición, mientras miraba de reojo al Ejército en cada minuto de los días que duró el proceso de acoso y derribo del Estado vigente, tantas veces jurado y loado, sentaba las bases de una progresiva desunión de culturas, pueblos y territorios. En la construcción del nuevo régimen democrático monárquico tuvo mucha influencia el miedo a las fuerzas armadas y a los restos del franquismo. Hoy, treinta años después, creo que podemos dar por no existente cualquier clase de recelo respecto del Ejército, por muy diversas causas que no deseo ahora examinar... Pero todo el que observe con un mínimo cuidado la realidad política española se dará cuenta de que siguen existiendo múltiples manifestaciones de temor a un siempre posible nacimiento de algún tipo de acción política "franquista" y "fascista", como les gusta decir a los progres. Dicen quienes presumen de saber algo de estas cosas que la tra(ns)ición se hizo mediante un cierto número de pactos secretos entre los Bellidos Dolfos que movía un impulso soberano y aquellos españoles que dentro o fuera de nuestra Patria encabezaban grupos de oposición al franquismo y a quien parecía iba a ser su continuador a título de rey. Uno de esos pactos se acordó en Madrid el 27 de febrero de 1977, tras ocho horas de conversaciones, bebidas, comidas e intercambio de pitillos "Ducados" entre Adolfo Suárez y Santiago Carrillo, reunidos al efecto en el más que aceptable chalet de José Mario Armero. El todavía máximo representante del Movimiento Nacional creado por Franco ofreció la inmediata legalización del PCE a cambio de que los comunistas aceptaran la versión democrática y parlamentaria de la monarquía, lo más parecida posible a una república, que se proponían instaurar los intrigantes cortesanos de Juan Carlos. Una muestra práctica de tal aceptación sería que el PCE respetara e incluso en algún modo asumiera como símbolos patrios la bandera y el himno que eran los oficiales el 14 de abril de 1931. Santiago Carrillo dilató cuanto pudo su acatamiento al "nuevo orden" monárquico, y una de sus últimas sugerencias fué la de que tales símbolos se entendieran sobre todo como propios y privativos del Ejército tras liberarlos de cualquier concomitancia franquista... La monarquía republicana es un hecho que alienta las esperanzas de cuantos creemos preferible sustituirla por una república monárquica. La bandera bicolor que figura en el primer documento constitucional sellada con el escudo del águila de San Juan, fué pocos años después sustituida inconstitucionalmente por la que hoy recoge a un escudo en esencia más dinástico y borbónico que nacional, con lo que dejó de expresar la ambición común de que España fuera siempre una, grande y libre, lema inequívocamente incompatible con las tendencias separatistas y colaboracionistas de la monarquía republicana. Al himno nacional se le quitó el texto redactado por José María Pemán, por lo que se privó a los españoles la posibilidad de cantar con orgullo que su Patria fué la primera en seguir sobre el azul del mar el caminar del sol, o que los yunques y las ruedas deben forjar un nuevo mundo de amor, ya que con toda evidencia tales frases no pueden ser tenidas como propias de una monarquía democrática y parlamentaria, sino de un régimen totalitario; de modo y manera que los españoles estamos obligados a tararear -chunda, chunda, tarata tata chunda-, eso sí, con orgullo, las notas de nuestro himno, y a sentir sana envidia de los pueblos que pueden cantar a plena voz las glorias de su pasado y la ambición de su futuro. De hecho, el himno y la bandera se han convertido más en símbolos militares que nacionales. Dígalo si no el restringido uso que de uno y otra se hace en la mayor parte del territorio nacional y de los actos oficiales. De hecho, también la mayor parte de los medios de información, partidos políticos y centros de enseñanza conceden análoga importancia a las enseñas republicanas -pese a ser éstas radicalmente anticonstitucionales- que a las honradas con el signo de "la gallina" o "el aguilucho", como suelen decir para referirse a las que sustancialmente han sido y seguirán siendo siempre legales, y por supuesto más hermosas que las borbónicas. Y, sin embargo... Poco a poco el pueblo reacciona. A pesar de la creciente campaña en su contra; a pesar de la cobarde complacencia de quienes juraron una bandera y hoy se conforman con otra; a pesar de todo lo que hacen en su contra los enemigos y lo poco que a su favor hacen quienes debían ser sus amigos, los símbolos de España están donde deben estar: en la calle y en los corazones de los españoles.
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