jueves, mayo 17, 2007

Juan Urrutia, Autofagia

viernes 18 de mayo de 2007
Autofagia
Juan Urrutia
¿ LES suena el nombre de Jennifer Chowdhury? Se trata de una estudiante del Programa de Telecomunicaciones Interactivas de la Universidad de Nueva York que ha inventado un videojuego bastante peculiar. Chowdhury sintió pena y dolor al enterarse de la cantidad de personas para las que resultaba más interesante pasar horas y horas enganchadas a Vistazoalaprensa que charlar o “charlar”, ya me entienden, con sus parejas. Así pues, ni corta ni perezosa creó un videojuego cuyo intríngulis está en ir intimando con la pareja frente al ordenador. Consta de unos sensores instalados en un sujetador y en unos calzoncillos, calzoncillos, bendita palabra, que han de ser palpados si se quiere avanzar en el juego. El invento en cuestión, en principio, no tiene mala pinta, pero hará que vertiginosas gotas de sudor corran por la frente de más de uno cuando su hijo adolescente y pareja le digan “vamos a mi cuarto a jugar con el ordenador.” ¿Qué nos ocurre para necesitar ayuda informática a la hora de relacionarnos con nuestras parejas? ¿Qué tiene el ordenador para ejercer ese poderoso influjo destrozahogares? Si conocen la respuesta a alguna de las dos preguntas remítanmela al apartado de correos 48012 de Bilbao adjuntando en el sobre dos sellos si desean que les responda. Lo cierto es que desde la infancia las relaciones humanas van perdiendo importancia en pro de ordenadores, tostadores, automóviles y otras maquinas a las que amamos con lascivia de la más pecaminosa. Cuando yo era niño robábamos cochecitos de niño escogorciados de los contenedores y nos tirábamos con ellos por la cuesta más tremebunda que encontrábamos. Perdíamos más dientes que los niños de ahora, pero los perdíamos entre amigos. Qué bonito era jugar con la cuadrilla del barrio vecino a tirarnos piedras y cosas peores. Sangrábamos, sí, pero lo hacíamos en un sano clima de compañerismo al tiempo que, sin saberlo, aprendíamos el valor de la amistad cuando necesitabas que alguien te arrastrase hasta casa. Desaparece paulatinamente la costumbre de robar fruta y la bucólica estampa del dueño del frutal rompiéndole la quijada al zagal de una patada. En los tiempos modernos el gran dictador es el PC, Personal Computer para los amigos, que nos absorbe interminables horas, las cuales robamos a hijos, parejas y mascotas, por Dios saque ya a ese pobre perro del frigorífico, y, sin darnos cuenta, nos deshumaniza, nos aturde y convierte en esclavos del temor que nos produce coger un resfriado un día antes de las vacaciones. Permanecemos enclaustrados en nuestras cuevas sin disfrutar del aroma de la flor del tabaco, sin escuchar el canto nupcial del grillo o hacer el amorcillado embutido que nuestras abuelas enseñaron a preparar a nuestros padres tras la matanza, por mucho que estos traten de ocultarlo en ciertos círculos urbanos. Tal vez nos dimos cuenta demasiado tarde de que todos los que nos rodean son unos pelmas y por tanto nosotros también, recíprocamente hablando. Eso es lo que nos lleva a ocultarnos tras una pantalla como lo hizo aquella araña que estuvo dos semanas viviendo en la oreja de un niño de Oregon. Y no lo hizo por el precio de la vivienda, sino por eso exactamente. Todo artículo, incluso uno de esta calaña, necesita un colofón. Ya saben, una conclusión final que dé sentido al desarrollo del tema y produzca un cierto impacto en el lector e incluso, en el caso de los buenos articulistas como mis queridos vecinos de página, haga pensar o ver el asunto desde un enfoque diferente. La conclusión final de estas líneas es que, por mucho que me haga estornudar el polen, no debo mezclar los antihistamínicos con la cerveza.

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