miércoles, mayo 09, 2007

Joan Pla, De la mar de Ulises y de los amigos inmortales

jueves 10 de mayo de 2007
De la mar de Ulises y de los amigos inmortales
Joan Pla
M E estrené en "Vistazo a la Prensa" el 14 de febrero de 2003 con un artículo dedicado a Emilio Romero, titulado "El gallo de Pueblo y sus 200 plumas". Me refería a los 200 colegas que eran periodistas escritores o escritores periodistas en aquel gran periódico. Vi a Romero por última vez el día en que cumplía 80 primaveras. Hacía veinte años que había dejado la dirección de "Pueblo", pero todavía tuvo "gancho" para reunir a ciento diez, venidos de toda España, de los que habíamos trabajado con él. Le dimos una cena de homenaje en Madrid y creo que todos nos sentimos muy a gusto entre compañeros, pese a que ya todos habíamos tomado partido y la izquierda, el centro y la derecha se repartían la totalidad de nuestros votos o de nuestras militancias. Irma Deglané siempre me llamó "fenicio", sin más razón que su puro capricho, igual que Tico Medina creyó que yo era "xueta" mallorquín, es decir, judio neoconverso. Hubo otros que, en un exceso originalidad prestada, dieron en llamarme "mediterráneo", mientras Serrat cantaba aquello de "porque nací en el Mediterraneo". A Manolo Vicent también le dio por autodefinirse "mediterraneo" y yo le escribi una carta desde Mallorca en la que, poco más o menos, le decía que nacer en un pueblo de Castellón o en una isla del archipiélago balear y proclamarse " hombre del Mediterráneo " no deja de ser una vulgaridad y, lo que es peor, una majadería solemne. Aquí, después de 25 años de aislamiento, que son los que un servidor lleva apartado del bullicio y de la zarabanda cultural de Madrid, no vale de nada presumir de lo que, en realidad, somos. Aquí, dices que eres "mediterráneo" en tus escrituras y en tus pinturas y van los paisanos y, amén de chotearse de ti, le compran los libros a un japonés, los cuadros a un pintor abstracto de Pittsburg y escuchan a José María García, que es asturiano, o a Luis del Olmo, que es leonés. Hoy, viernes, 4 de mayo, posiblemente se hablará de Manolo Vicent. Alguien pronunciará su nombre entre la multitud que se reúne en la isla para celebrar los noventa años de Eduardo Bonnín, fundador de los Cursillos de Cristiandad. Vicent tiró a matar contra esa cristiandad en aquella película que interpretaban el nieto de Paco Rabal y el veterano Juan Luis Galiardo. Con todo, al leer a Manuel Vicent, siempre me viene al corazón lo que dijo aquel amigo de Flaubert que, un minuto antes de morir, exclamó ante el paisaje mediterráneo: "¡ Demasiada belleza, cerrad la ventana !" Recuerdo el día y la hora en que un periodista del Opus Dei, director de "Nuevo Diario", me quitó la colaboración que yo mantenía en su periódico, después de publicar un reportaje con los cuatro primeros escritores que obtuvieron el Premio Alfaguara. Firmé aquel reportaje y saqué a los cuatro a toda plana. Se trataba de un cuarteto espléndido: Jesús Torbado, Manuel Vicent, Hector Vázquez Azpiri y Daniel Sueiro. A los cuatro les hacía una entrevista y la de Vicent, puesto que por aquellas fechas navideñas del 69 se iba Manolo de vacaciones a su casa junto al mar, hube de inventármela. Contaba para ello, claro es, con su permiso y con las indicaciones que me hizo por teléfono, antes de marcharse a la costa natal. Por aquellas fechas, igual que ahora, había envidias en el gremio y una colega que nos iba a la zaga en lo de escribir desnudos y en lo de amar a pierna atada y a bragas blindadas, me acusó de fraude ante el director que, aunque elogió con grandes palabras el fondo y la calidad literaria de mi escrito, me echó a la calle por la falsedad que implicaba la forma, es decir, el fingido diálogo o entrevista que publiqué en "Nuevo Diario". Me dijo: " Queda Ud. despedido y créame que lo siento, porque escribe Ud. maravillosamente, pero la línea ideológica de este periódico sólo me autoriza a publicar lo que es verdad y Ud. no ha publicado la verdad: el Sr. Vicent no está en Madrid, ni ha contestado a las preguntas que bajo su firma hemos publicado y que Ud. afirma haberle formulado. Lo siento, pero su acción es contraria a nuestros principios editoriales. Le deseo mucha suerte, que no dudo ha de obtenerla en otro tipo de publicaciones". Así terminó mi breve paso por la redacción de "Nuevo Diario", un día antes de que Romero me abriese la puerta grande de "Pueblo". Íbamos al Café Gijón con nuestros premios debajo del ala y nuestra inocente vanidad olía a sobaco, deliciosamente. Torbado con su teoría de "Las corrupciones", por la que tres son las corrupciones del hombre, a saber: la pérdida de la fe en Dios, la pérdida de la fe en los demás y la pérdida de la fe en si mismo. (Aún no se había separado de Alicia y tenía alquilado, como yo mismo, un pisito en Moratalaz, de cuatro mil pesetas al mes, pero ya tenía, eso sí, una máquina de escribir eléctrica y soñaba con tener una casa frente al mar de Ulises, como la que le preparó Huarte a Cela en la Bonanova, en tiempos de Charo Conde, la enamorada de Caballero Bonald. Carrascal, Martínez Garrido y yo, a la sombra del gallo Romero, éramos los novelistas premiados del diario "Pueblo". Vicent, con su "Pascua y Naranjas", iba de progre con el pobre Manolo Summers y con Chumy Chúmez, que en gloria estén. Se decía entonces que la prosa de Manolo Vicent acabaría siendo más rica que la de Azorín, pero siempre pensé que se parecía más a Gabriel Miró, el gran olvidado de nuestra literatura. Después, cuando se hizo definitivamente famoso en la columna de "El País", dejando huella indeleble de su calidad en "Triunfo" y en "Hermano Lobo" y cuando le dieron el Premio Nadal (1986) por su "Balada de Caín" ya nos habíamos dispersado. Estuve un par de veces en el "Gijón" y todo el mundo me habló de él, pero no conseguí verle. Era ya un preboste de las letras y Umbral se obstinaba en retratarlo como a "una especie de Azorín cabreado". Con otros periodistas y escritores "mediterráneos" también he dialogado hace poco de nuestra condición marinera: Ya lo dijo nuestro paisano, el poeta Foix i Mas: "Si mous l´arbre del mar, cauran els fruits defesos" ("Si mueves el árbol del mar, caerán los frutos prohibidos") y eso es, precisamente, lo que nos ha sucedido, cuando hemos abandonado el mar y nos hemos instalado en Madrid. El don o virtud levantina de la estampa, la imagen triunfal que damos en la meseta, cuando nos vestimos de marineritos iluminados por el mar, caen todos nuestros frutos prohibidos, nuestras grandezas y nuestras miserias levantinas. No obstante, en Madrid no se percatan de la falsedad con que contamos, con la pluma o con el pincel, la luz de nuestro mar y el mítico fulgor de nuestra naturaleza mediterránea. En Madrid, que yo sepa, sólo se enteran de la falsedad con que publicamos la mejor y la más verdadera entrevista que he hecho en mi vida, aquella que me valió la expulsión irrevocable del "Nuevo Diario" del Opus, que en paz descanse. Por lo demás, se nota que a Vicent se le olvida de vez en cuando el color y el sabor del mar, a juzgar por los destellos electrónicos de su prosa impecable de ahora. Si vuelve a la barca de los amigos, hará memoria de la hora y del lugar en que nació el demonio. Sin esa información, es inútil hablar del mar. En su "memoria azul" faltan los versos de Lorca: "El mar es el Lucifer del azul/ el cielo caído por querer ser la luz".

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