lunes 28 de mayo de 2007
¿Viene de lejos la conspiración para romper la unidad de España?
Ismael Medina
M E contaba uno de mis tíos, Otón, que durante la guerra solían reunirse algunos grupos hacia el final de Franco Rodríguez, no muy lejos de la línea de combate de la Ciudad Universitaria, para apostar algunas de aquellas manoseadas pesetas de emergencia (las de plata habían desaparecido de la circulación) en qué parte de Madrid caerían las granadas de cañón que pasaban con penetrante silbido sobre sus cabezas. "Esa enfila hacia la Telefónica", sostenía uno. "Caerá en el Retiro", le retrucaba otro. Y así cada tarde, después de malcomer en una tasca del barrio de Tetuán o zamparse un mendrugo con algo no siempre identificable al amparo del portal de una casa abndonada. Traigo a colación esa lejana anécdota de tiempos agrestes de guerra como ejemplo de la llamativa capacidad de adaptación del género humano a las más adversas e incluso trágicas circunstancias. Podría relatar otras situaciones equiparables, vividas por mí en aquellos y otros tiempos, no sólo en España. También como periodista en áreas conflictivas. Se aprende a supervivir, e incluso a jugar y a reír, cuando la muerte acecha a la vuelta de cada esquina, como ahora sucede en Palestina, Afganistán, Iraq, Sudán, Colombia y otros muchos lugares de este mundo convulso. O desde hace largo tiempo en Vascongadas. El miedo tiene un límite traspasado el cual se convierte en algo tan cotidiano y llevadero como abrir el paraguas cuando llueve. Acomodarse con el miedo sin perder el miedo es una de tantas paradojas que la persona protagoniza en su existencia. Y de la misma manera que muchos animales mimetizan su pelaje con el medio en que han de cazar y pueden ser cazados, así el hombre, y en particular el "animal político", propende a enmascararse por miedo a que pueda reconocerse su verdadera catadura. Ahí reside la clave del travestismo político que en la actualidad, y en España más todavía, alcanza dimensiones de plaga. El transaccionismo pseudodemocratizador a que asistimos tras la muerte de Franco, y aún antes, no fue otra cosa que la versión política de la célebre casa Cornejo, la de alquiler de trajes de toda condición, sobre todo en vísperas de carnaval. Y de carnaval partitocrático llevamos ya consumidas tres décadas sin que se atisbe en el horizonte cuando llegará su entierro de la sardina. EL MIEDO COMO INSTRUMENTO DE OPRESIÓN LA sociedad española, al igual que cualquier otra del consumismo en masa, se escandaliza cada vez que la televisión le muestra los cuerpos rotos de las víctimas de enfrentamientos o actos terroristas en escenarios más o menos lejanos. Son ocasionales lágrimas de cocodrilo que el maridaje entre la política y los medios manipulan y encauzan hacia la letrina de sus conveniencias de poder. Algo así como las botellitas de cristal en que los romanos recogían sus lágrimas para dar testimonio de que habían llorado, persuadidos de la fugacidad del llanto. Era tópico en un lejano periodismo la evaluación numérica de los muertos a la hora de dar noticia en primera página: uno en el ámbito de su difusión, dos o más en el nacional, diez en el europeo, cien en su extrarradio y mil en China. Ahora los muertos se valoran en función política. Se hincha el perro noticioso a tenor de las proclividades ideológicas de un gobierno y del partido o partidos que lo sustentan y controlan cada medio desinformador. Cuando, por ejemplo, se trata de Irak, lo políticamente correcto es envolver en la falacia de una justiciera "insurgencia" los sanguinarios atentados suicidas o con coches bomba en mercados, mezquitas, centros de empleo o lugares concurridos por la población civil de signo religioso contrario, forzada a convivir con el terror y a sortear la amenaza cotidiana de la muerte para, por lo menos, seguir viviendo en la estrechez. No es progresista, sin embargo, recordar los cientos de miles de cadáveres que se cobró el régimen de Sadam Husein. Ni las atrocidades de montoneros y tupamaros que provocaron la reacción social, estimularon el golpe militar y a cuyos cabecillas más significados incorpora Kirchner a su gobierno y estructuras de poder. Ni las durísimas acciones represivas de Turquía contra los kurdos. Ni el bandolerismo de las FARC colombianas que mezclan los crímenes en nombre de la revolución con el negocio del narcotráfico, compartido con sus capos. Ni la satrapía de Mohamed VI con quien se hacen pingües negocios. Ni tantos otros comportamientos brutales como se registran en Estados ideológicamente afines o escondidos bajo la chapuza de la Alianza de Civilizaciones. La sembradura del miedo se ha convertido en prioritaria arma psicológica de la guerra partitocrática. Guerra, sí, puesto que están rotos los diques de la normalidad constitucional, si es que no estaban ya calculadamente resquebrajados, que lo estaban, cuando se articularon en el ferial de los chalanes. El triunfo electoral del P(SOE) en 2004 se produjo sobre el tufo del miedo, aventado con arteras mañas sobre la sangre y los cuerpos destrozados de los trenes de Atocha. Un miedo a las consecuencias para nuestras tropas desplegadas en Irak que Rodríguez y sus secuaces excitaron desde antes aún de que comenzara oficialmente la campaña electoral. Las acometidas contra el Partido Popular entre el 11 y el 14 de marzo fueron en realidad la desembocadura de una estrategia de guerra psicológica perfectamente diseñada en su planteamiento y en sus objetivos. LA INSTRUMENTALIZACIÓN POLÍTICA DEL TERROR A tenor del desarrollo del la vista de la causa no se sabrá quienes pudieron instigar desde la sombra el genocidio del 11 de marzo y diseñaron el operativo con técnica muy propia de avezados servicios secretos. Incluso puede resultar que el tribunal carezca de pruebas fehacientes para condenar como autores a los encerrados durante cada sesión en la jaula de cristal. Servirán de chivo expiatorio, si acaso, los que se suicidaron o fueron suicidados en el piso de Leganés. La matanza del 11 de marzo guarda nada desdeñable similitud con el sangriento y lejano atentado del tren de Bolonia, del que también se derivaron llamativas alteraciones políticas en Italia. Es incuestionable en cualquier caso, y al margen de la polémica sobre si existió o no conspiración, que Rodríguez no habría ganado las elecciones en una situación de normalidad. Fueran culpables o no los que ahora se sientan en el banquillo o la incitación al atentado proviniera de mano oculta y experimentada, hay materia sobrada para alentar la sospecha de que se buscaba alterar el resultado de las inminentes elecciones. No habría sido suficiente para el logro de esos mismos resultados electorales la insistencia en meter el miedo en el cuerpo de los españoles por eventuales muertes de soldados españoles en Iraq (menos probables entonces que ahora en Afganistán o en el Líbano) o por atentados de Al Qaeda como represalia. El miedo no habría envenenado las urnas sin la matanza del 11 de marzo. Y aún así, la ventaja que los amedrentados dieron al P(SOE) fue insuficiente para un consistente distanciamiento del PP. Es muy posible que Rodríguez hubiese seguido la misma ruta en el supuesto de alcanzar la mayoría absoluta. Además de su dependencia de Chirac y Mohamed VI, amén de su condición masónica, ya era preso del miedo a sus limitaciones, propias de los incapaces que alcanzan metas de poder por sucesivas carambolas. Debió ser aviso suficiente para prever su futura andadura que se rodeara de un equipo de personajes tan mediocres o resentidos como él y se afanara en mover la silla a quienes en el partido podían hacerle sombra, empezando por Nicolás Redondo en Vascongadas, un obstáculo para las negociaciones con la banda terrorista, emprendidas en 2002, fiel al guión a que se debía. Y sabedor, asimismo, de que sus opositores en el seno de partido, como se ha demostrado, eran más deudos del dinero que de pruritos ideológicos. La disciplina del culo bien aposentado y untado rebana de cuajo cualquier atisbo de rebeldía en un sistema lectoral de listas cerradas y bloqueadas como el arbitrado por los pseudomocratizadores para su exclusivo provecho. Ya lo dijo Alfonso Guerra con cínica desenvoltura cuando todavía era el Cicuta de Felipe González: "El que se mueve no sale en la foto". Ahora que y no tiene en la mano el disparador se aplica el cuento y no se mueve más de lo tolerado. Ser diputado y presidente de una comisión parlamentaria forra bien el riñón y no es cosa de arriesgarse a perder la bicoca. EL MIEDO PROPIO Y LA INOCULACIÓN DEL MIEDO EN LA SOCIEDAD SI un día, y vuelvo a la anécdota del comienzo, les hubiera estallado cerca una de las granadas de cañón por cuyo destino apostaban, se habría acabado el juego de no tener miedo al miedo. Estaban persuadidos de que los blancos de la artillería nacional eran distantes. No es el caso de Rodríguez el mismo que el de mi tío Otón y sus amigos. La matanza del 11 de marzo, gracias a la cual accedió al poder, le aportó dos enseñanzas a Rodríguez: que otro atentado lo podría descabalgar; y que el pavor de una sociedad adocenada la hace manipulable. De ahí que el miedo le empuje a ceder ante los que pueden hacerle daño ( separatismos y terrorismos etarra e islamista) y a una desaforada política encaminada a meter el miedo en el cuerpo enfermo de una sociedad en la que, como ha escrito Umbral, "ya nadie se escandaliza por nada". Está justificado el miedo de Rodríguez, compartido por su cohorte de achorizados, a que ETA o cualquiera de los brazos de Al Qaeda recurran a un bombazo capaz de hacerle saltar del sillón presidencial. ETA le avisa de continuo a través de "Gara" de que actuará si no cumple los compromisos contraídos en las múltiples mesas de negociación celebradas hasta el presente. El último recordatorio alude a la reunión secreta de 29 de mayo de 2006 en la que el P(SOE) aceptó "iniciar la fase de conversaciones oficiales con Batasuna superando la política de exclusión, tratar de incorporar al PSN y cerrar el acuerdo político antes del 31 de julio". Los etarra-batasunos se quejan de que haya transcurrido un año sin se haya consumado por completo el primer punto del acuerdo, aunque se diera oficialidad pública a las conversaciones con el encuentro que, ante periodistas y cámaras de televisión, celebraron en San Sebastián Pachi López y Rodolfo Ares por el P(SOE) y Arnaldo Otegui, Rufi Echevarría y Olatz Doñabeitia por el conglomerado terrorista. Rodríguez y su entorno se han apresurado a negar la denuncia de "Gara". Tachan estas revelaciones, al igual que otras anteriores, de "fabulación" que beneficia a la derecha. Sólo les falta sostener abiertamente que el terrorismo etarra actúa al dictado de los "fascistas" del PP. Tocomocho que ya han utilizado en varias ocasiones al acusar a los populares de que su crispada ofensiva contra el gobierno democrático favorece a los terroristas, burda tesis reiterada con descaro por el actual ministro de Justicia y el fiscal Zaragoza Pero los hechos son los que son y no lo que desde las covachuelas moncloacas se quiere hacer que parezca. No es necesario ajustar las piezas de un complicado rompecabezas. Basta un ejercicio más sencillo: escribir en una página las exigencias de ETA, sean las difundidas por portavoces encapuchados, mediante comunicados, por sus portavoces batasunos o a través de "Gara"; y en la otras las continuadas cesiones del gobierno y los comportamiento de la Fiscalía General del Estado, de la Abogacía del Estado y de algunos magistrados, entre ellos el escaparatero Garzón. El paralelismo no deja espacio para la duda: Rodríguez es presa de un miedo cerval a que la banda terrorista tire de la manta y saque a la luz secretos mucho más ominosos para él y su gobierno de títeres de los que hasta ahora ha hecho públicos o insinuado. ¿Acaso los enlaces escondidos de un "proceso" que, iniciado desde los sótanos del P(SOE) en 2002, pasa por la reunión de Carod-Rovira y Ternera, junto a otros misteriosos emisarios en la sede del CIEMEN, cerca de Perpiñán, y en cuyo recorrido habríamos de situar la algarada revolucionaria contra el PP entre el 11 y el 14 de marzo de 2004? MARCHAN DE CONSUNO EL GOBIRNO Y ETA-BATASUNA EN LA SEMBRADURA DEL MIEDO NO sólo se mantienen abiertas y en funcionamiento las vías políticas de comunicación el gobierno y ETA-Batasuna por medio del PSE-P(SOE) con Otegui, que para eso se han forzado los mecanismos judiciales merced a los cuales sigue libre y traspone, un día tras otro, los límites de la legalidad con impudicia y total impunidad. Existen otros cauces subterráneos que avisan a Ternera y otros compinches de que han sido localizados por miembros de las Fuerzas de Seguridad que no están en el ajo para que se escondan y sigan siendo útiles al "proceso". También gozan de total impunidad los descarados apoyos de ETA-HB a su franquicia AVT, tanto si se trata de las listas que hizo posibles Conde-Pumpido como a las ilegalizadas a las que se invita a votar para luego jugar con los números. Y por si fuera poca esta chulería, se requiere a sus adeptos para que lo hagan con el DNI nacional-marxista, otra provocación tolerada. Pero superior enjundia encierran los atentados y agresiones en que se encela con ritmo creciente la guerrilla urbana, convencida de que puede actuar a sus anchas y sin temor a la Justicia. Inclinación a la violencia revolucionaria que se extiende a Cataluña con el renacimiento de Terra Lliure y que festonea la campaña electoral, con signo socialista, en otros lugares de España y no sólo en el cacicato de Chaves. Existe, sin duda alguna, una llamativa connivencia para la sembradura del miedo entre el aparato de poder rodriguezco, el radicalismo separatista y el complejo terrorista etarra-batasuno. Un tenebroso doble juego de amedrentamiento social sin el cual sería insostenible la sórdida mandanga del "proceso de paz". No sería posible pregonar la paz a toda voz si la paz existiera realmente. Y existía antes de que el PSOE llegara al poder a lomos de la matanza del 11de marzo de 2004 que supuso la ruptura abrupta de la paz. Pero no bastaba. Había que mantener vivo el miedo para que Rodríguez pudiera recrearse en el papel de pacificador y avanzar a su amparo en la dinámica revolucionaria de quebrantamiento de la unidad de España, de consolidar la marcha hacia un totalitarismo que precisa su perpetuación en el poder y de retornar, en definitiva, a los nefastos tiempos de la II y III Repúblicas para vengar la memoria de su abuelo, convertido en tótem de la contramarcha histórica. Lo más grotesco de esta actitud es la duplicidad enfermiza de Rodríguez de creerse sus mentiras y, al propio tiempo, poner en práctica sin disimulo alguno las exigencias terroristas. Pero tiene una explicación psiquiátrica. Me refiero a la condición de mitómano atribuible a Rodríguez y algunos de los suyos, en especial Pepino Blanco. La mitomanía se define como "tendencia morbosa a desfigurar, engrandeciéndola, la realidad de lo que se dice". Y en una segunda acepción, como "tendencia a mitificar o admirar exageradamente a personas o cosas". Cuadran las dos al actual presidente del desgobierno de España. Miente como un bellaco, pero está persuadido de que sus mentiras son verdades inamovibles. Y de que sus desvaríos responden en realidad a una estrategia pacificadora equiparable a la de un gran estadista. EL MONARCA FUE PIONERO EN EL "PROCESO DE PAZ" LA consternación se acrece, no obstante, cuando se hurga en las hemerotecas como ha hecho Lorenzo Contreras en un artículo titulado expresivamente "El Rey, en 1999, se adelantó a ZP". Contreras ha mirado por el retrovisor de la historia y ratifica la animosidad del monarca hacia Aznar, a la que en más de una ocasión me referido. Lo más inquietante de este desencuentro radica en la actitud diametralmente opuesta de uno y otro respecto de la amenaza terrorista. Recuerda Lorenzo Contreras la declaración institucional del entonces presidente del gobierno en septiembre de 1999, a raíz de las amenazas terroristas contra dirigentes del PP: "No hay niveles tolerables de violencia y ningún ciudadano tiene obligación de soportarla por el hecho de pertenecer a partidos políticos democráticos". Pero el monarca "no estaba por la labor" y dijo en presencia de Mayor Oreja, entonces ministro de Interior, un día después del atentado de Guecho: "A pesar de lo de anoche en Bilbao, hay que seguir con los contactos". Y de inmediato matizó, como es su costumbre: "Lo que no digo es cómo". Actitud que se reprodujo dos meses después, en ocasión de la Pascua Militar. Aznar mantuvo su actitud: "Los atentados no son compatibles con el diálogo y la participación en las instituciones democráticas". Pero el monarca tampoco abandonó su criterio favorable al dialogo. Preguntado por los periodistas en el corrillo posterior a la ceremonia dijo (copio de la crónica de Contreras) "que convenía mantener los contactos con la organización terrorista o, al menos, con el entorno de ella". No parece que el monarca se haya apeado del burro si tomamos en consideración que no hace mucho reiteró lo mismo y provocó razonables y destempladas reacciones. Rodríguez era en 1999 un diputado irrelevante que calentaba disciplinadamente la poltrona. Este antecedente, que también recuerda Lorenzo Contreras, da pábulo a la interrogante de si el "proceso de paz" con el terrorismo viene de lejos por oscuros pasadizos, de igual manera a como la promoción de los separatismos y la marcha hacia un difuso confederalismo de Estados-nación autónomos, incluída la eventual incorporación de Navarra al sueño de Esukal Herría, estaba larvada en el texto constitucional. Y a la sospecha de que Rodríguez fue llevado torticeramente a la dirección del PSOE, y luego a la presidencia del gobierno, para que cumpliera con entusiasmo esa abominable tarea.
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