viernes, mayo 11, 2007

Ignacio San Miguel, Las hojas muertas

sabado 12 de mayo de 2007
Las hojas muertas
Ignacio San Miguel
Q UIZÁ vieron la película de Marcel Carné “Las puertas de la noche” (“Les portes de la nuit”, 1946), película encuadrada en el “realismo poético” del cine francés. Contemplada con perspectiva, era una época romántica aquella. Todavía se podía ser comunista en aquel entonces. Había que forzar algo las conciencias, pero se hacía. Y es que estaba el existencialismo para ayudar. Se conseguía un comunismo con barniz existencialista que limaba aristas. Y Juliette Gréco arrastraba su enlutada melancolía en Saint-Germain-des-Prés, modulando languideces con su voz sugestiva. Y Sartre aplaudía. ¡Y qué antinazis eran aquellos comunistas! De hacerles caso, el comunismo había traído la libertad a Europa, derrotando al nazismo. Ah, pero quedaba el mundo capitalista, oprimiendo a las pobres gentes. De ahí la melancolía. La película expresa este espíritu con fidelidad, ayudada por la canción “Les feuilles mortes” (“Las hojas muertas”), escrita por Jacques Prévert (el tándem Carné-Prévert, ya saben) y musicada por Joseph Kosma. La cantaba Yves Montand, protagonista de la película, actor comunista, casado poco después con Simone Signoret, también comunista. La canción habla de tiempos pasados más felices, de un sol más esplendente, de un campo más florido, de un tiempo ya pasado que sólo ha dejado las hojas muertas de los recuerdos. Pero el tiempo de aquel negro romanticismo también pasó. Europa prosperó, llegaron nuevas generaciones. Los hijos de una burguesía acomodada se embarcaron en una revolución que mucho mas tenía que ver con caprichosos estudiantes bien alimentados que con mal pagados proletarios. Pero fue una revolución que adquirió arraigo en la sociedad, con su relativismo destructor de normas, su inmoralismo, su hedonismo y la negación del esfuerzo y el mérito. Los tiempos heroicos y románticos del comunismo existencialista de la posguerra fueron quedando reducidos a las hojas muertas de la canción. La situación creada deprimió las fuerzas intelectuales, creativas, artísticas. Francia dejó de ser el foco cultural que había sido durante siglos. Europa inició una larga marcha de desmoralización y decadencia. La revolución de los sesenta fue una revolución estéril. Acabó siendo la revolución de la nada. Claro que no la consideraron estéril los marxistas que aspiraban a la destrucción de la cultura burguesa, tradicional. Impotente para realizar la revolución proletaria, el marxismo se dirigió directamente a la cultura, que era la idea de Gramsci. Y en este objetivo, los marxistas tuvieron éxito, hay que reconocérselo. Luego vino el derrumbe de la Unión Soviética, con lo que los marxistas se quedaron sin su máximo referente. Se quedaron huérfanos. Esto pareció remover aún más su bilis, y arrecieron sus ataques a la cultura burguesa, como se ha visto, por ejemplo, en España. Sin embargo, los vientos de la Historia parece que empiezan a cambiar de dirección. La victoria de Nicolás Sarkozy en Francia puede que tenga un significado de alcance. Puede ser el indicio de que algo se mueve en la sociedad francesa. Puede ser el síntoma de un cansancio. Porque más allá de los apartados técnicos, pragmáticos sobre vivienda, sanidad, educación, etc. del programa de Sarkozy, han abundado los mensajes filosóficos. Ha habido un reiterado rechazo del espíritu de los sesenta, del relativismo, de la disgregación familiar. Ha exaltado Sarkozy los valores tradicionales de familia, patria, religión… Sí, porque ha llegado a eso: a hablar de la religión como componente necesario de una revolución espiritual. Y está claro que no lo hubiera hecho de no prever que esas palabras iban a tener una acogida favorable, como así ha sido. Y esto es lo importante. Porque Sarkozy puede ser simplemente un político hábil y haber fingido unos ideales que no profesa. No podemos asegurar que sea así, pero entra dentro de lo factible. No importa. La gente ha acudido masivamente a las urnas y le ha dado la victoria por mayoría holgada. Por tanto, su mensaje es el válido en la actualidad. ¿Es demasiado arriesgado decir que la sociedad francesa mayoritariamente ha acabado por rechazar el espíritu de los sesenta y apuesta por una renovación conservadora? Algunos habrán pensado, sobre todo en España, el país de la derecha miedosa, que el mensaje de Sarkozy era demasiado audaz, carente de la prudencia adecuada. Es así como piensa el político español de derecha. Porque ¿cuándo se ha atrevido la derecha española a defender los valores espirituales o la religión? Quizás en lejanos tiempos. Pero no se le diga ahora a ningún político español que haga tal cosa. La católica España no está para esos trotes. Le toca a la laicista Francia hacerlo. Y con éxito, como se ha visto. Sarkozy no ha sido imprudente, sino acertado. Ha dado justo en la diana. El tiempo pasa y las épocas se suceden. La savia de la vida sigue fluyendo y nuevos brotes surgen cuando las hojas muertas de la floración pasada yacen pisoteadas en tierra. A los que creemos en la necesidad de una renovación, una revolución de las ideas y sentires en la avejentada Europa, nos agradaría poder pisar las hojas muertas de estos años estériles, bañados de una filosofía nefasta y decadente. No es imposible que esto ocurra si Francia vuelve a ser el faro cultural de Europa y lanza un mensaje de regeneración. España acabará siguiendo su estela, aunque rezagada como suele ser habitual en ella. El tiempo dirá.

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