jueves, mayo 17, 2007

Garcia Brera, Soplatontunas, giliestupideces y falsipromesas

Soplatontunas, giliestupideces y falsipromesas
Miguel Ángel García Brera
N O soy nada original al comenzar mi colaboración semanal si aseguro que no tengo muy claro de qué voy a escribir, aunque sí sé por qué me encuentro ante esta tediosa tesitura. Apenas ha comenzado la campaña electoral y ya estoy harto de escuchar soplatontunas, giliestupideces y falsipromesas. No sólo a los candidatos, sino a los colaterales, como al pobre Solbes, haciendo mutis por el foro en el Congreso, o al taimado Sebastián, hecho un Fuché de pacotilla, o al propio presidente Zapatero exigiendo que Rajoy y su partido le ayuden a conllevar una política terrorista en la que. al margen de la calificación que merezca, no ha dado la más mínima entrada ni información al partido al que exige la ayuda. ¡Y no se la pide, se la exige! Lo escuchaba y no lo podía creer, sinceramente lo digo. Por si fuera poco, el navajeo se produce con hedor de cloaca y cada cual intenta salir del submundo en que se residencia la política, ya sea haciendo chistes guarros, como el ministro de Justicia que, con cara de estreñido -nadie ve la paja en su propio ojo- pide laxantes para sus adversarios, o bien, como el vicepresidente económico, echando las culpas a otro y contestando -o, mejor dicho, no haciéndolo- a las preguntas parlamentarias remitiendo a que las responda Sebastián. Y éste, ¿que dice? Pues, en el colmo de la desesperación, casi infantil, de quien. frente a la brillantez de su oponente, queda apabullado, por diferencia entre sus escasas dotes oratorias, escaso conocimiento de los temas y opasitismo activo en despachos de la Moncloa, en lugar de contestar, como propone Solbes, lo que hace es preguntar por lo que nadie preguntaría sin llevarse el capón que, hasta la propia izquierda le ha dado. Por eso, y por el aburrimiento que me he zampado durante tres sesiones de debate, y hoy voy camino de la cuarta, sin mejor esperanza, aunque Esperanza se llame la mejor de quienes componen estas ternas mitineras, decía que no se de qué escribir; o mejor dicho, que no tengo ánimo para escribir de nada. Así es que, por no dejar la página en blanco, metido en la negra miseria del aburrimiento preelectoral y sabiendo las consecuencias que para la marcha de España tiene, por mucho que se diga que los comicios son municipales, como si no tuviéramos ya ejemplo de otros de igual rango que fueron el prólogo de cuanto luego vino y no para bien, me saldré del tema y me meteré en el de la grave responsabilidad que debemos sentir los católicos al conocer que un alto porcentaje de los inmigrantes hispanoamericanos pierden la fe tras unos meses en España. La nación católica por excelencia vive tan en contradicción con el Evangelio, que nuestros hermanos del otro lado, empiezan a pensar que sus maestros les enseñaron algo en lo que no creen los españoles. Eso sí, algunos periódicos cantan victoria porque, en cuestión de cargarse niños en el vientre de su madre, las inmigrantes lo hacen diez veces más que las españolas. Y a propósito de esto, la noticia de que en Japón se han inaugurado los buzones para bebes abandonados, dada con énfasis, como si se tratara de un invento de ultima generación, me confirma la idea de que aquí, por mucho que se quiera inocular cierta memoria histórica, no somos muy dados a estudiar ni conocer la historia ni siquiera más reciente, porque lo cierto es que no hace tantos años que en España dejó de existir algo parecido, y que había funcionado varios siglos: Los tornos de las inclusas, asistidas por religiosas, donde se entregaban anónimamente los bebés no queridos, para educarlos en lugares públicos y darlos en adopción. Todavía hoy esos tornos existen en muchos conventos, aunque no para abandonar niños, lo que está penado por la ley, sino con la función, en conventos de clausura, de recibir donaciones o entregar, sin contacto directo, los exquisitos dulces que en muchos de ellos se fabrican y venden.

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