viernes 18 de mayo de 2007
Soy poeta de versos escondidos.
Félix Arbolí
Soy poeta de versos escondidos en las noches oscuras de la mente, de ilusiones que mueren lentamente en un mundo de seres resentidos. Soy poeta de seres perseguidos, una rama que va contra corriente, o esa barca que lucha inútilmente contra el viento y la mar enfurecidos. Soy poeta de absurdos cometidos, quijote y soñador, algo demente, y abogado de pobres y oprimidos. Soy poeta de sueños reprimidos, porque sueño en un mundo diferente, y me ahogo en un mar de enloquecidos. DÍAS pasados y con ocasión de un acto y en un lugar que no vienen al caso, me presentaron a un poeta. Nada especial, si tenemos en cuenta el dicho popular que afirma que “de poeta, músico y loco, todos tenemos un poco”, aunque, desgraciadamente, más de esto último que de los anteriores. Quedé gratamente sorprendido ante la oportunidad de conocer y poder conversar con un ser al que presuponía llevar el lirismo en sus neuronas y la rima en la sangre. Siempre he sentido la poesía en lo más profundo de mi sensibilidad y me he considerado un poeta en gestación y vocación que no cumplido fielmente los deberes y ha quedado esperando inútilmente poder darse a conocer. Para mi la poesía es algo muy serio. Es el acto de desnudarse en cuerpo y alma, sin aspavientos, complejos, ni limitaciones ante el lector y hacerle vibrar con nuestros más íntimos y veraces sentimientos, expresados con esa cadencia poética que sólo unos privilegiados son capaces de comprender y admirar, cuando el verso alcanza la profundidad y la fuerza necesarias. Mi nuevo compañero, de destacada biografía docente y literaria, tuvo la gentileza de dedicarme su último libro y primero de poesías que publicaba. El título, que no voy a mencionar para evitar herir susceptibilidades, era de esos que invitaban a su lectura y daba una equivocada versión de su contenido. Por mucho que lo intento y han sido varias las ocasiones, no he logrado emocionarme, ni sentirme motivado con esas palabras colocadas sin rima, ni medida, tan aceptadas modernamente. Yo lo considero prosa con aspiraciones poéticas. Pero nada más. Mi nieta a sus once años, sin haber llegado a conocer aún las reglas y las condiciones necesarias para versificar, estimulada sólo por su natural inclinación, ha sido capaz de crear mejores estrofas y alcanzar más altos niveles líricos. Algunas, las he guardado para que el día de mañana pueda leerlas. Hoy está de moda lo absurdo y extravagante, como sinónimo de creatividad artística y literaria. Vamos a una exposición o galería de arte y nos quedamos extasiados ante un extraño cuadro que sobre un fondo blanco, nos ofrece una rara figura o trazo en rojo carmesí. El título “La formación del Cosmos”. Lo mismo podría ser sangre sobre paisaje nevado, mancha de pintura sobre un lienzo en blanco o el corazón de mi abuela flotando en el espacio. La imaginación es libre para nominar cualquier mamarrachada. Claro que llegará el entendido de turno (el culto latiniparla quevediano de nuestros días) e intentará convencernos de que él ve lo que ni el propio autor fue capaz de imaginar. En la poesía ocurre otro tanto. Todo el mundo habla, alaba y confiesa haber leído a los más excelsos poetas de nuestro siglo de oro y a los que posteriormente continuaron con la tradición del clasicismo en la poesía. Pero si observamos y tenemos la paciencia de leer a los actuales y publicados, reconocidos por una crítica que ignoramos en que parámetros se basa, nos damos cuenta de que cualquier similitud con los anteriores no puede ser ni pura coincidencia. “Rien de rien”, como dicen los franceses. Y no es porque los tiempos cambien, ni las costumbres modifiquen gustos y tendencias, ya que los citados anteriormente estarán siempre en la cúspide del Parnaso, porque supieron crear un mundo de belleza e impresionaron nuestros sentidos con los estímulos más reconfortantes. Algo que las nuevas y raras hornadas de poetas nunca podrán alcanzar, porque les falta el arte de saber desnudar su alma y transparentar sus sentimientos a través de esa bella metáfora, el cadencioso sonido de su verso o la luz que irradia esa frase elegida para decir líricamente lo que en ese instante alienta en su corazón. Ni Clio, Erato o Euterpe, debían estar presentes en ese instante mágico y hermoso en el que nace la poesía. No me extraña que con autores de este calibre, que solo se han limitado a colocar en hileras frases más o menos logradas, pero inconexas, sin rimas, ni medidas, la poesía se haya convertido en el patito feo de la Literatura moderna y los libros donde se publican en candidatos a posteriores y denigrantes saldos. ¿Qué pretenden estos rapsodas de la modernidad? Si es intentar acabar con la auténtica poesía lo están consiguiendo, al olvidarse de nuestros mejores clásicos que constituyen una parte importante de nuestro acervo cultural, y decantarse por ese verso libre de reglas, medidas y sonoridad que nos quieren imponer. Y un mundo sin poesía, es como un mundo de ciegos angustiados porque es vivir en la oscuridad después de haber gozado plenamente de la luz. Yo he sentido la llamada de la poesía y su tremendo influjo antes de aprenderme el Catecismo. Es un decir, para precisar la precocidad de mi entusiasmo versificador. Claro que una cosa es desear y amar a una profesión o un arte y otra muy distinta llegar a perfeccionarlo y hacer que los demás lleguen a comprenderte y reconocerte. Hubo un tiempo de ansias y ardores juveniles donde la poesía era el medio más frecuente para expresar ese amor primerizo y exaltado; para entrar en contacto íntimo con Dios, en esos momentos de arrebato religioso en los que necesitaba la plegaria o embargaba el agradecimiento; cuando la pena o el dolor atenazaban la garganta, pero liberaban el espíritu a través de esas estrofas o sencillamente para desnudar el alma y serenar la conciencia dejando que los versos ayudaran en el trance. Una válvula de escape que en muchas ocasiones sirve de bálsamo en el sufrimiento y aliento en el amor y la confidencialidad. Cuando murió mi madre, casi sin esperarlo, aunque estaba ya bastante afectada y era ya muy mayor, yo no supe reaccionar. Viví esos días sin darme cuenta de la tragedia que acababa de sufrir. Asistí a su muerte, junto al resto de mis hermanos, la vi sobre la cama ya cadáver y me emocionó el beso que le dio su confesor, el párroco de su cercana y frecuentada iglesia, cuando al día siguiente fue a visitarla, encomendarla y ayudarla en ese viaje que hacía unas horas había comenzado. Me emocionó más aún, porque yo no fui capaz de besarla muerta. Es algo que no puedo realizar, por mucho que haya querido a esa persona. Ya en casa, después de todos los trámites y penosos acontecimientos que supone la muerte de un familiar, busqué la soledad de una habitación, libre de interrupciones y condolencias y pude reflexionar sobre lo ocurrido. Hasta entonces no advertí la realidad de lo que acababa de ocurrirme. Me sentía en deuda con esa madre a la que tanto debía, incluso mi propia vida y a la que acababa de despedir eternamente. Sin lágrimas en los ojos, a veces me cuesta llorar y otras soy excesivamente lacrimoso, pero destrozado internamente, le brindé en unos versos el homenaje de cariño y agradecimiento que no había sido incapaz de ofrecerle. La soledad y el misterio se han dado cita a tu muerte; me impresiona el cementerio, saber que estás y no verte, Leer tu nombre querido sobre una tumba grabado recordando que te has ido dando fe de que has estado. Sentir que el beso debido buscándote se ha quedado. la piedra lo ha recibido el viento se lo ha llevado. Tenerte cerca y lejana soñarte alegre y dichosa, tener la esperanza vana de que no estás bajo esa losa. Memoria que no perdona y que con fuerza se aferra a recordar la persona cuando ya no es de esta tierra. Ausencia que me atormenta, ansias de hablarte y besarte, de recordarte contenta por algo que pude darte. De sufrir por mis errores que tanto daño te hicieron, y no sentir los fervores que dulce muerte te dieron. El ver tu brazo elevarse con fatiga y emoción sin que pudiera acabarse tu postrera bendición. Haberte dejado ir sin apretar nuestras manos y prometerte vivir siempre unidos los hermanos. Verte inerte, consumida, oculta tras la mortaja, tus ojos secos, sin vida, sentir cerrarse la caja. No haber tenido el valor de abrazarte fuertemente para aliviar con mi amor la soledad de tu muerte. Ni ser capaz de llegar hasta tu tumba y gritarte que más no te pude amar y nunca podré olvidarte. Vencer absurdos temores que el cementerio me causa y llenar de llanto y flores el lugar donde descansa. Venerando emocionado, el cuerpo donde he nacido el amor más abnegado el ser que más me ha querido. Tengo otras en viejas carpetas desordenadas. Unas me han supuesto releerlas con emoción, otras con arrepentimiento y algunas con cierta vergüenza y complejo. Pero, en esto de los escritos pasa como en lo de los hijos, que unos mejores y otros peores, pero todos forman parte de tu mundo y tus vivencias y no te atreves a desecharlos aunque los veas carentes de interés. Comprendo que la dedicada a mi madre, puede mejorarse y mucho, pero me gusta conservarla tal cual, porque supone la realidad de lo que sentía en ese momento. Otra que me salió de forma espontánea, de un tirón, un día de absorta y serie meditación, es la titulada : “HAMBRE”. Dice así: Llora el niño desolado la madre sufre en silencio, maldice el padre amargado con impotencia y desprecio. El niño está amoratado por su llanto terco y recio, el padre mira angustiado la madre le ofrece el pecho. Sangre y no leche ha brotado, que el niño bebe sediento, el padre observa asustado tan insólito alimento. Cuando el niño se ha calmado y el sueño le vence lento, padre y madre se han mirado en un silencio muy tenso. Algo dura lo comprendo. Pero la vida, a veces, lo es más y nosotros pasamos indiferentes ante la bárbara realidad. Una corta historia que se dará con frecuencia en el mundo de la hambruna y la muerte que nos ofrecen a diario y alterna las noticias con el partido de fútbol o los escarceos amorosos de la “salsa rosa” y compañía. Termino con el soneto que hice para que figurara como epitafio en mi tumba. Que ya no es necesario porque he indicado cremación y aventamiento de cenizas. Del polvo vine y en polvo estoy sumido, de la nada mi cuerpo fue formado, nada traje al nacer, nada he llevado más allá de la vida que he tenido. Sólo queda de todo cuanto he sido, un nombre sobre lápida grabado, . un recuerdo posible emocionado, y una imagen que acaba en el olvido. Soy ya sombra que vuelve del pasado a la mente de aquél que me ha querido o a la cita de aquél que me ha tratado., Aquí duerme su sueño indefinido un escritor iluso y fracasado que pasó por la vida inadvertido. Y aquí terminan por hoy mis sueños de poeta, mis queridos lectores. Gracias.
jueves, mayo 17, 2007
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