jueves, mayo 10, 2007

Felix Arbolí, Los artifices de un bonito empeño

jueves 10 de mayo de 2007
LOS ARTÍFICES DE UN BONITO EMPEÑO
Félix Arbolí

L OS que escribimos en éstas páginas, lectores y comentaristas o foristas, como les llaman algunos, aunque yo prefiera la primera, formamos por el tiempo y la fidelidad a nuestra misión, una especie de gran familia, más o menos avenida en determinadas circunstancias, pero compenetrada en ideales, aunque a veces puedan aparecer voces discordantes y pequeñas diferencias en la manera de enfocar un asunto o tema. Nada importante esta posible y distinta matización. El escritor, al menos en mi caso particular, se deja el alma en cada una de las palabras que aparecen en su texto. Se confiesa sincera y públicamente, sin el menor rubor o resquemor, exponiendo sus sueños e ideales, doliéndose de sus penas y decepciones y descubriendo su mundo íntimo en toda su intensidad, porque aunque saben que le van a leer personas conocidas y extrañas, no las ve, ni puede apreciar mientras lo hace sus reacciones favorables o contrarias. Distinto sería, creo yo, tener que exponer nuestras miserias, angustias, pecados y vanidades ante personas físicas que nos rodearan en ese momento. Creo yo, no lo sé, que me daría cierto reparo haber escrito muchas de las cosas que aparecen en mis artículos, si tuviera delante al destinatario. La invisible existencia de público, que aquí se convierte en desconocido lector, nos da fuerzas y valentía para dejar volar nuestra imaginación y mover las teclas a su ritmo, sin pararnos a considerar la oportunidad o inoportunidad de reflejar esos sentimientos o expresar nuestras ideas que, en la vida ordinaria procuramos ocultar a la voraz curiosidad de ese cotilla que siempre tenemos rodándonos. A veces, suelo dejar correr la tarde mientras leo uno tras otro los distintos artículos de mis compañeros y los consiguientes comentarios de los lectores. Algunos, ya leídos y conocidos en su momento. Me gusta comprobar los diferentes estilos, contradictorios enfoques sobre un mismo tema y la lluvia de alabanzas y críticas que generan entre los lectores, de acuerdo con sus especiales y exclusivas maneras de enfocar la vida y sus circunstancias. Todo obedece a un canon previamente establecido de una manera personalista y si el texto del autor no se ajusta a sus convencimientos, el comentarista saca sus garras e intenta demostrar que sólo su verdad es inmutable y digna de tenerse en cuenta. A veces, hasta usando un lenguaje y unas expresiones nada acordes con una persona que se supone cultivada. La mayoría, hay que reconocerlo, son comentarios favorables o contrarios, pero dentro de unas normas correctas, nada ofensivas y hasta ilustrativas, ya que aportan datos que sirven para obtener un conocimiento más profundo del asunto tratado. A los autores de estos textos, hipócrita sería ocultarlo, nos agrada que haya comentarios sobre los mismos y, lógicamente, aunque no necesariamente, que éstos sean a ser posible favorables. A nadie le amarga un dulce y la vanidad es uno de los defectos que más domina a los humanos. Cuando advertimos que un artículo en el que hemos puesto alma, vida y corazón, como dicen Los Panchos, pasa de largo sin haber merecido un simple comentario, nos causa, me causa, una decepción enorme pues creo que ni ha sido digno de ser leído, ni merecedor de unas líneas atestiguando su lectura. Puede que sea una “rara avis” en este mundo donde me hallo infiltrado, pero reventaría si no fuera capaz de tener la valentía de confesar estos detalles tan internos, que la mayoría oculta socarronamente para no ser descubiertos en su debilidad de confesar su vanidad. Ésta algo tan humano y sentido, como el amar, odiar, pensar y pecar. Hasta el que confiesa que no es nada vanidoso, está demostrando sin darse cuenta que lo es en grado superlativo. A través de lo que escribimos unos y otros creemos conocernos tal cual somos. Nada más fácil pensar que en cada palabra surgida de la mente de un escritor va un trozo de su propia alma. Cristo dijo “Por sus hechos los conoceréis”, nosotros no podemos guiarnos en este caso por su siempre sabio y atinado consejo, ya que no contamos con hechos, sino con palabras. Eso sí que expresan ideas y éstas pueden llegar a formarnos una imagen más o menos certera o distorsionada de su autor. Pero dejando cierto margen al error en nuestra apreciación, ya que a veces en las letras impresas no está toda la sinceridad de la que hace gala el responsable, si podemos saber algo sobre la vida, costumbres, pensamientos y círculo habitual. Cuando intento descubrir al compañero que se esconde tras un nombre y unas breves líneas de su biografía, incluida una pequeña foto que ignoro si es actual o ya lejana, no acierto a saber si estoy en lo cierto o en el error en mi posible apreciación. A excepción de los que conozco de mis andanzas periodísticas, para los que no me hacen falta aproximaciones figurativas, al resto sólo los veo a través de sus escritos. Eso sí, por ese afán que siempre he sentido de averiguar las interioridades del prójimo, reminiscencia de mis largos años intentando sacar la verdad de mis entrevistados, me he dedicado en las horas de no tener nada mejor que hacer, a pensar cómo serán en realidad todos estos compañeros y comunicantes que a diario nos visitan y ocupan nuestro tiempo. Con mi desbordada fantasía, tengo hecha una posible ficha de cada uno de ellos. En su físico y más importante aún, en su modo de ir por la vida y hasta del ambiente familiar que pueda rodearle. Porque a través de sus escritos, muchas veces sin darnos cuenta, reflejamos el entorno en que nos movemos y hasta la calidad de las personas que nos acompañan. Sería pretencioso y casi imposible, ufanarme de ser capaz de esbozar en un simple artículo las virtudes y defectos que honran y humanizan a mis compañeros. Aparte de su excesivo número, hay algunos sobre los que no tengo ni “pastelera idea” para adentrarme en su personalidad y características. No me creo dotado de poderes adivinatorios y solo podría intentarlo entre aquellos que conozco personalmente, aunque no sea un asiduo de su trato y compañía y los que suelo leer con más frecuencia, porque siempre encuentro algo interesante y positivo en sus trabajos. Sin que ello quiera decir que a los otros los ignore o menosprecie. ¡Dios me libre de tamaña barrabasada!. A nuestro director le veo como una persona sensata, muy sensible a las vicisitudes que se cruzan en su camino, parco en el hablar y seco en su apariencia, hasta que no se le trata y se le conoce, que es cuando descubrimos su tremenda humanidad y el abuelazo que se esconde tras esas gafas. Su “lobo feroz” con el que intenta engañarnos, es sólo una fachada que camufla la ternura del “Gepetto” de Pinocho. Excelente compañero desde los tiempos heroicos y rompedores del diario “Pueblo”, donde coincidimos y nos conocimos. Del compañero Pla, poco puedo decir que ya no se sepa, pues es transparente como el cristal y en sus escritos e intervenciones se descubre a ese maestro que todos quisiéramos poder imitar algún día. Reservado y locuaz a un tiempo, según las circunstancias y personas que compartan sus momentos. Amigo de sus amigos, compañero leal y sincero de todos los que compartimos su actividad. Quiere aparentar a veces indiferencia y marcar las distancias, pero al final puede más su humanidad que sus defensas y cae en el angosto lugar reservado a los mejores y más nobles. Otro compañero con cuya amistad me honro. Miguel Martinez, ha sido desde el primer día de mi incorporación a estas páginas, algo especial y muy estimado. Es una persona de las que se puede decir y con enorme fundamento, que escapa a las miserias y mezquindades a las que estamos sometidos los humanos. Sensato, valiente, firme en sus convicciones, amigo sin hipócritas razones que sustenten esa amistad, correcto en responder a los insolentes insultos que a veces les lanzan los intolerables y despóticos y agradecido a cualquier muestra de comprensión y agrado que susciten sus escritos. Un ser que debe ser, y esto aunque lo supongo, podría asegurarlo sin la menor vacilación, un maravilloso esposo y extraordinario padre, porque con esas cualidades no puede ser de otra manera. Un bendito de Dios en este mundo de lobos. A la página de “Viztazo” he de agradecerle siempre haber podido conocer este tipo de personas que le hacen a uno tener confianza en el prójimo y esperanza en la vida. Otro, para el que sirven las anteriores líneas es mi fabuloso Óscar Molina, nuestro intrépido piloto que goza la inestimable oportunidad de surcar las alturas y aislarse de toda esta contaminación que sufrimos los que ya no podemos ni dar un corto salto. Este contacto con ese cielo limpio y azul, libera su alma de miserias y enriquece su enorme bagaje literario que descubre en esos magistrales escritos a los que nos tiene acostumbrados a pesar de su juventud. Un ponderado y gran escritor con el que tenemos la honra de compartir nuestras modestas experiencias. De mi antiguo profesor y actual compañero Antonio Castro Villacañas, solo agradecerle las provechosas enseñanzas que recibí en su aula académica, donde siempre fue un profesor oído con atención y tratado con respeto no exento de cariño, porque es persona propicia a ser querida y considerada con admiración. Hoy el alumno alterna la tribuna con su profesor del que sigue recibiendo magníficas enseñanzas en este difícil arte de escribir que él domina con indiscutible solvencia. Es una pluma que prestigia donde tengan la inmensa suerte de contar con su valiosa colaboración. Carmen Planchuelo, la pluma que nos visita y entusiasma un día de cada mes. La esperada inspiración y extraordinaria prosa de una mujer privilegiada, que como toda exquisitez es difícil de gozar con la frecuencia deseada. Mi entrañable compañera y alentadora en los duros momentos pasados a la que debo en gran medida la recuperación de mi propia estima y el empuje que necesitaba para continuar un camino que se me ponía muy cuesta arriba. Gracias amiga, aunque no te prodigues como desearíamos tantos, sabes que ocupa un lugar destacado entre nuestras preferencias y esperamos tus artículos con la misma impaciencia que el agricultor la lluvia necesaria a su cosecha. José Meléndez, mi buen amigo y extraordinario compañero, poco puedo añadir a lo que escribí en esa contraportada que te dediqué en exclusiva, tras el infortunado accidente en el que perdió la vida tu yerno y tu hija salió herida. Sabes desgraciadamente lo que es ver desaparecer a los que quieres y necesitas, como me está ocurriendo a mi actualmente. Dios te concedió las fuerzas para seguir adelante y volcarte en ese nietecito huérfano de padre y yo espero y le pido que me las conceda también, antes de volverme loco y no de amor, como le ocurrió a Juana de Castilla, sino de dolor y tantas ausencias continuadas. Te leo y admiro y os deseo de corazón todo lo mejor. A Blanca, ¿hace falta añadir lo de Sánchez de Haro para dar a entender que nos referimos a la que acapara la atención y el entusiasmo de nuestros lectores y compañeros, entre los que me incluyo?. Llegaste de improviso, como decíamos en mi tierra “a la chita callando” y te has convertido en una especie de ciclón literiario que enardece a favorables y detractores y les somete a extensas y duras confrontaciones, porque tienes la virtud de no dejar a nadie indiferente con tus escritos. Eres una mujer que sabe llegar y calar a fondo en el corazón y los sentimientos de tus lectores, porque dices las cosas tal como las sientes, cual si estuviera hablando contigo misma o contándole una historieta a esa hija que te tiene enloquecida. Enamorada de tu hombre, como debe ser, aunque parezca que ahora no se estile, formáis una pareja muy compenetrada y de total complicidad en aventuras y deseos. Has sido un verdadero aliciente para estas páginas cargadas con exceso de problemas, politiqueos y mal rollo, no por los que escriben, sino por los que brindan los temas que protagonizan al articulista. Podría seguir con el indiscutible maestro y patriarca de nuestras páginas don Ismael Medina, un nombre admirado y respetado en mis tiempos de periodismo, que continúa ofreciéndonos y Dios quiera que por muchos años, esas magistrales páginas donde salen a relucir sus excepcionales cualidades no ya solo en el arte del buen escribir, sino en la concienzuda exposición de unos temas siempre candentes, porque rozan la más inquietante actualidad. Cronista de una España que él conoce como nadie y ama con exceso. Un lujo para todos. No quisiera extenderme más en este homenaje lleno de sinceridad y agradecimiento a los compañeros que comparten esta grata misión informativa conmigo y gracias a los cuales continuo mi labor de aprendizaje, que noto en el día a día. Nada extraño con tan excelentes maestros. Mi más sincera admiración a Antonio Parra, una auténtica exhibición del saber y contar que me ha dejado sorprendido en más de una ocasión y tocado de sana envidia ante tanta belleza y perfección literaria. Que Dios te conserve esa fe de la que haces gala y te sientes orgulloso y que Él me de algo de la tuya para llegar a conocer tan profundamente a ese Ser en el que creo, pero del que me asaltan ciertas reservas respecto a algunas cuestiones relacionadas con su Iglesia, que es la mía. No desmerecen para nada los restantes compañeros que nos acompañan en este bonito y grato quehacer. Ellos están frescos en mi memoria y gozan del máximo respeto y consideración, como Wifredo Espina, el profesor y periodista, experto catalanista que con imparcialidad y sobrados fundamentos enfoca los difíciles problemas que tienen como eje esa querida Comunidad y su relación con el resto de España, para la que siempre desea lo mejor. Ladron de Guevara, un apellido que tiene connotaciones cinematográficas de primera categoría, inicio de una estirpe que aún continúa y que le ha dado destacadas figuras. Experto en temas educacionales, de inmensa trascendencia para nuestro presente y en especial para nuestro futuro, aunque se halle bastante castigada e ignorada en los tiempos actuales. Sus trabajos nos han servido de enorme ayuda y comprensión para un tema tan importante. Muchos “ladrones” de nuestro tiempo que nos proporcionen orientación y concienciación, necesitamos como este admirable compañero. Ignacio San Miguel, que cambió su trabajo de las procuradurías en los tribunales para procurar, con esa especial manera de escribir y llegar al núcleo del asunto, hacernos más libres y responsables, intentando mejorar la vida que nos ha tocado en suerte conocer y soportar. A todos, sin excepción, mi amistad, admiración y mejores deseos. Sólo deciros que me encuentro satisfecho, muy feliz, de formar parte de vuestro mundo y agradecido a que me brindáis la oportunidad de compartirlo con vosotros.

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