martes, mayo 22, 2007

Ely del Valle, Cuando la justicia nos advierte de su ineficacia, mal andamos

Cuando la justicia nos advierte de su ineficacia, mal andamos
Ely del Valle
LA VIÑETA DE ENIO
¡Qué pena de Código!

A ver quién le explica a la probable -según la policía- próxima víctima de Alejandro Martínez Singul que las leyes están hechas, entre otras cosas, para protegerla.

23 de mayo de 2007. No me digan que no suena a risa. El mismo juez que no ha tenido más remedio que dejar en la calle a un violador múltiple, reincidente y no rehabilitado, alerta a la población del peligro que supone que este tío esté en libertad cuarenta y nueve años antes de lo que otro juez determinó en su día. Y lo terrible es que no se puede hacer nada. La aplicación de un código penal caduco nos deja a todos indefensos ante un ser defectuoso que tiene por costumbre ocupar sus ratos de ocio forzando mujeres. No me digan que no es como para hacer la ola de la emoción.El caso del "segundo violador del Ensanche" -por lo visto hubo otro que se le adelantó a la hora de elegir barrio- es de esos que hace que nuestras tripas se contraigan hasta alcanzar las dimensiones de un pistacho. No puedo evitar pensar en la alegría de sus vecinos cuando coincidan con él en el portal o cuando sus hijas tengan que compartir el ascensor con semejante elemento. No es difícil imaginarse la sensación de seguridad que deben de tener las veintiséis mujeres agredidas sexualmente por este violador con cara de sacar sobresaliente en matemáticas, sabiendo que, amparado por una ley tarada, es tan libre como usted o como yo de andar tranquilamente por la calle, con la diferencia, eso sí, de que usted y yo tenemos maneras bastante menos lesivas de pasar el tiempo.Durante los -para él- escasos dieciséis años que ha pasado entre rejas, no ha podido disfrutar de ningún permiso porque las autoridades pertinentes consideraban que había un alto riesgo de que reincidiera. Sin embargo hoy mismo, Alejandro Martínez Singul, se ha despertado en su cama y ha podido coger un autobús, ir al cine o tomarse una caña con la misma despreocupación con la que lo hacemos cualquiera. Ni siquiera se ha podido recurrir a la opción de ingresarlo en un centro psiquiátrico a pesar de que padece una neurosis grave rayana en la psicosis, porque el tribunal que le condenó en 1992 consideró en su día que tiene capacidad de discernir sobre el alcance de sus actos. Vamos, que como sabe lo que hace y lo hace a conciencia no está loco como una cabra y, por lo tanto, se le pueden aplicar esos beneficios penitenciarios que nos dejan a los demás con la única opción de esperar, impotentes, la crónica anunciada de su próxima violación. En fin, qué quieren que les diga. Casos como éste son los que nos hacen desconfiar de las normas, de los códigos y hasta de una Constitución que garantiza de boquilla una seguridad que estamos lejos de tener, al tiempo que nos obligan a pensar que, a veces, dejar la justicia en manos de la ley es una auténtica aberración.

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