martes 22 de mayo de 2007
Marina
Félix Arbolí
H OY he vivido un día de los que dejan huellas en el ánimo de toda persona que tenga un mínimo de sensibilidad. Empezó siendo uno de esos días tristes y lluviosos, que uno quisiera pasar dormido para no tener que soportarlo, cuando recién levantado se asoma a la ventana y mira al cielo para dar gracias a Dios por el nuevo día, y comprobar el clima dominante. La visión de unas nubes negras, densas y amenazadoras, me desalienta. Siento deseos de cerrar los ojos y pasar la hoja del calendario. La climatología influye de forma decisiva en la actividad cerebral y física del individuo. Al menos, en mi caso. Ignoro si a los demás les pasará igual. Sin determinar transporte a utilizar, autobús o taxi, el primero que llegue, salgo dispuesto a realizar mi visita dominical al Rastro madrileño. Una actividad o capricho que llevo practicando desde hace más de veinte años. Paraguas en ristre para que no me lloviera, ya que dicen que cuando uno saca este incómodo artefacto la lluvia se retrae, cojo el “35”, que pasa por la Puerta de Toledo y me dispongo a sacarle partido a una mañana que se había presentado bastante insulsa y aburrida. El puesto de libros de Isabel, una institución en la Plaza del Campillo Nuevo, es mi primera parada obligatoria y deseada. ¡Cuánto ingenio y años empleados, noches en vela, folios gastados, teclas espoleadas, sueños, recuerdos, desgracias, alegrías y aventuras suponen esos maravillosos y multicolores volúmenes expuestos al público!.!Qué horrible sería una vida sin lectura!. ¿Con qué llenaríamos esos espacios vacíos que se dan a lo largo de nuestra existencia?. Vargas Llosa, Nativel Preciado, Menkell, Zafón, Delibes, Pérez Reverte, Julia Navarro, la hija de mi inolvidable y entrañable amigo Yale, que entonces era una criorrilla de escasos años, Saramago, el Nóbel más leído de la actualidad, Paul Auster, que vende hasta la minuta que firmara en cualquier restaurante, Almudena Grandes, una prolífica y magnífica autora, capaz de sorprendernos con sus dotes literarias y con sus exaltados comentarios como el que cuentan que dijo en una ocasión sobre que a veces le gustaría desayunar mientras con una metralleta mataba fachas, Memirovsky y su fascinante “suite francesa”.etc, etc. Todo un mundo sugestivo, apabullante, desconocido, real e imaginario, que cambia según hileras, editoriales y tamaños. La colocación de un puesto de libros es empresa un tanto difícil y requiere práctica y profundos conocimientos sobre la materia, al igual que la elección por parte del autor o la editorial de la portada correspondiente. Son detalles, que aparte del contenido que uno se vaya a encontrar, tienen una enorme importancia para incentivar su venta. Al puesto se acerca y detiene un joven padre y su hija. El demuestra ser un lector excepcional a juzgar por la selección y cantidad de libros que iba apartando, ayudado por los certeros consejos de Isabel, la dueña del negocio. La información y conocimiento de la materia que se expone, más aún en el caso de los libros, es de gran interés y excelentes resultados para cliente y librero. Muchos vendedores, incluso en reconocidos centros comerciales, no saben apreciar la diferencia entre vender libros y patatas. Están parloteando con el compañero o compañera de sección, mientras el despistado cliente se afana en encontrar ese título que le han recomendado, un libro que se ajuste a sus preferencias o el más adecuado para regalar a esa amiga o compañero de trabajo. Al final aburrido viendo que nadie se le acerca ni intenta ayudarle, emigra hacia otros escenarios más proclives a la información y el asesoramiento. No es ninguna broma, se lo puedo asegurar. El padre de la pequeña, continúa su compra. Sin Isabel al quite, dispuesta a ayudarle en su selección y recomendándole sin engaños el que le es más apropiado, ese cliente se habría marchado sin formar esa pirámide con su pedido. La chiquita que le acompaña, una preciosa muñeca, su hija, debe tener unos diez u once años. Pertenece a ese tipo de cría que te cautiva desde el primer instante, porque ves en ella un regalo de la naturaleza. Se llamaba Marina, según me informó con desparpajo y viveza, pero mostrando en todo momento un respeto al mayor, no exento de la sinceridad y la gracia de esa edad maravillosa. Me agradó poderosamente la inocencia fresca y lozana que mostraba en sus gestos y palabras. Tengo una nieta de su edad y se como son y hay que tratar a esas delicadas muñecas para que ni el más leve soplo de polvo pueda afectarlas. Constituyen un poderoso fundamento sobre nuestra procedencia divina por ese halo angelical que irradian, su sinceridad sin manipulaciones y su envidiable inocencia. Comprenden todo, pero no han sido contaminadas. Mientras el padre recoge libros y los traslada a su montón, ella y yo continuamos nuestra charla. Le hablé del origen latino de su precioso nombre “mujer de la mar” y que era sinónimo de la serenidad y belleza de un mar en calma, sin marejadas, ni tempestades, tan preciado y cultivado en la pintura. Ella me miraba entre asombrada y complacida, atenta a cuanto yo le hablaba y yo sentía crecer internamente su orgullo ante el nombre que le habían elegido. Una de mis dos nueras lo lleva también y le hace honor con su físico y encanto. Hasta la Malinche mejicana, colaboradora eficaz de Hernán Cortés en la conquista de la Nueva España (México), fue bautizada con él y eran legendarias su belleza, inteligencia y cultura entre las mujeres de su época. Me oía sin pestañear, y yo me consideraba afortunado al ser capaz de tenerla tan atenta a mis palabras. Me salían palabras y conceptos, sin saber de donde y cómo, pero se que con ellas complacía a mi pequeña oyente y ese era el mayor regalo que podía esperar. Sus oscuros ojos marrones, sobresalían como riscos en esa marina serena y pletórica de belleza que en forma de halo resplandecía en todo su rostro. Sentí como esa pequeña me hacía comprender la bondad y perfección de Dios. Ojos dulces, serenos, cantaba el poeta en sus versos inmortales, que yo los hago extensivos a los de esta criatura, porque en ellos veo reflejada una inocencia plagada de sueños, aún sin despertares. Hasta el tiempo pareció calmarse y salió el sol, azulando como una hermosa marina a todo el cielo, para contemplar la visión de ese ángel al natural. Donde quiera que te encuentres mi querida y pequeña amiga, te deseo lo mejor. Que el tiempo no borre esas facciones donde el bien se refleja en toda su hermosa dimensión y que ese padre amante de la lectura y exponente de un cariño que aún puedes disfrutar y asimilar, no te falte mientras lo necesites, que es como decir mientras tu preciosa vida tenga realidad. Porque ambos tenéis mucha suerte, él por vivir contigo, que eres un auténtico don del mismo cielo y tú por tenerlo cerca, cariñoso y protector, solícito y atento a que esa su muñeca maravillosa conserve el mayor tiempo posible la dicha que ilumina su mirada. Marina, mi pequeña amiga, milagro de un amanecer que se limpió de nubarrones, atenta y solícita oyente, que Dios te proteja a lo largo de toda tu vida para que no pierdas nunca esa belleza interna y ese encanto nato que por un momento me hizo creer que estaba en pleno cielo. Me hiciste comprender que no hay día malo, si en medio de la tormenta se encuentra uno con un ser tan maravilloso y angelical.
martes, mayo 22, 2007
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