sábado, mayo 12, 2007

El "serkozyxmo" acaba con Mayo del 68

El «sarkozysmo» acaba con Mayo del 68
Javier Gómez París- Francia es un país de excepciones. Su alma republicana con barniz y ademanes monárquicos. Su cacareada «excepción cultural», sin ir más lejos. Tierra de la «égalité» sin apenas mujeres en la Asamblea Nacional. La izquierda y la derecha galas, dos «rara avis» del mundo político europeo, no se libraban de esta esquizofrenia general. El socialismo, enrocado en un antiliberalismo propio de formaciones comunistas. La derecha, en su mundo de fábulas «gaullistas», hecho de protección social, oligopolio industrial y una política exterior con Estados Unidos como rival a batir. La irrupción de Nicolas Sarkozy cambió el panorama. Al menos, el del centroderecha, despertado hace tres años de su letargo «gaullista» con un cubo de agua fría y obligado a hacer flexiones ideológicas cada mañana hasta renovar su identidad. El programa y el discurso resultantes no sólo permitieron la victoria electoral del pasado 6 de mayo, sino también la derrota del pensamiento de izquierdas, predominante en Francia desde la revolución libertaria de mayo de 1968. Una herencia que Sarkozy denunció durante toda la campaña como el «pensamiento único» y que, de golpe, pareció caduca y ajada ante el «bulldozer» conceptual «sarkozysta». Ejemplo de Aznar En noviembre de 2002, en su época de mayor apogeo internacional, José María Aznar, entonces presidente del Gobierno español, fue el invitado estrella de la fundación de la Unión por un Movimiento Popular (UMP). En aquel mitin de Le Bourget, en las afueras de París, el dirigente del PP dio a la derecha francesa la receta para hacerse con la victoria en el futuro: «Para ganar, es necesario tener un líder, no tres; un programa, no tres; y un partido, no tres». Ese culto a la unidad y la coherencia fue seguido al pie de la letra por Nicolas Sarkozy, quien, acto seguido, puso en marcha su plan para encabezar a la UMP en las elecciones presidenciales de 2007. El primer paso, hacerse con el partido. Lo consiguió en 2004. El segundo, convertirse en su líder absoluto y unir a todo el centroderecha bajo la misma bandera. Conquistados los militantes, Sarkozy culminó el trabajo durante los últimos meses, cuando consiguió que sus antiguos enemigos, Jacques Chirac y Dominique de Villepin, apoyasen su candidatura. Por último, Sarkozy sacó un cuerpo de ventaja a la socialista Ségolène Royal gracias a que su programa no era sólo un menú electoral, sino un sólido engranaje calibrado minuciosamente durante cuatro años. ¿Cuáles son las señas de identidad del «sarkozysmo»? El primer rasgo de esta refundación ideológica pasa por la vuelta a «una política de valores». Frente al «todo económico» liberal y el «todo social» del gaullismo, el líder de la derecha impuso el retorno a los principios fundamentales de lo que denominó «derecha desacomplejada»: mérito, orden, trabajo, autoridad e identidad nacional. El líder galo basa su análisis en que la sociedad moderna está cada vez más desestructurada por la ausencia de creencias e ideales, tanto políticos como religiosos. Lo que le llevó a dejar en un segundo plano la lista de la compra electoral, con sus promesas y sus millones, y convertir su discurso político en una especie de argamasa social con los principios que deben regir la Francia del mañana. Su victoria electoral, con 20 millones de votos y un inaudito 84% de participación, terminaron por darle la razón. Uno de los riesgos que intuían sus asesores es que este giro a la derecha clásica, esta mirada continua y en cada mitin a la Historia y los «valores intangibles» de Francia, fuese interpretado como un signo de conservadurismo. La solución fue presentar esta apuesta por la tradición y la ética como una «nueva forma de hacer política». «Yo soy de derechas, no conservador. Encarno el cambio frente al inmovilismo», repitió como una letanía en cada uno de sus desplazamientos. El discurso del 29 de abril en Bercy, a una semana de los comicios, fue como un plano maestro de la edificación ideológica del «sarkozysmo», con el laxismo de «mayo del 68» como principal enemigo: «La palabra “moral” desapareció del vocabulario político pero a mí no me da miedo. Mayo del 68 nos impuso su relativismo intelectual y moral. Todo vale. Dan igual el bien y el mal. El alumno vale lo mismo que el maestro. La víctima, menos que el delincuente. Querían hacernos creer que no hay jerarquía de valores. Que la autoridad no sirve. Que la cortesía es obsoleta. Que no hay que prohibir. Quiero cerrar esta página para siempre». Este mensaje, dirigido a las clases populares, destruyó la línea de flotación de la izquierda. Un vistazo a la estratificación del voto del pasado 6 de mayo demuestra que Sarkozy convenció a los menos privilegiados. La mayoría de quienes ganan menos de 800 euros le votó, así como ganó entre los obreros, y en las zonas con más desempleo, recluyendo al Partido Socialista en las clases medias urbanas. «Su éxito subraya el fracaso de la izquierda moral y biempensante. Estoy persuadido de que gran parte de los votantes han expresado su hartazgo del magisterio moral que ejercen la izquierda, los artistas y los intelectuales desde 1968», opina Philippe Ridet, responsable en «Le Monde» de seguir la campaña de Sarkozy. Ultraderecha destruida Otro de los objetivos que se autoimpuso Nicolas Sarkozy fue arrasar a la extrema derecha y convencer a sus electores para que volviesen al redil de los partidos democráticos. Ello le obligó a radicalizar su discurso, especialmente en materia de orden público y de lucha contra la inmigración, empuñando la bandera de la «identidad nacional». Un concepto que hiló fino, alejándolo de cuestiones étnicas o sanguíneas: «La identidad nacional es un conjunto de reglas y valores que deben repetar los inmigrantes. No hay lugar para la poligamia, la mutilación genital, los matrimonios forzados, el velo en la escuela o el odio de Francia». Desayuno en un hotel de provincias, a primera hora de la mañana. Los periodistas que siguen la campaña de Nicolas Sarkozy le cuestionan sobre su viraje hacia la derecha, con la identidad nacional y la severidad contra la delincuencia como velaje desplegado. «Es complicado de explicar. Siento que esa Francia exasperada está ahí, la Francia que se ha dejado convencer por los extremismos, la que votó no a la Constitución europea, la que dejó de creer en la política. Es la única forma de recuperarlos», respondió el candidato. El líder de la UMP llegó incluso a robar un antiguo eslogan de la ultraderecha: «Los que no amen a Francia, que no tengan reparo en abandonarla». Muchos entonces invocaron un posible pacto entre Sarkozy y el Frente Nacional. Uno de los consejeros más cercanos del dirigente explicaba a LA RAZÓN, el pasado 28 de abril, no entender estos rumores: «¿Pero cómo va a haber un pacto? Al contrario, lo que hay es una campaña basada en los temas de fondo, como la identidad y la seguridad, que al final aplastará a la ultraderecha». En las elecciones de 2007, el Frente Nacional cayó del 18% al 10% y pasó de la segunda fuerza política a la cuarta. Aunque, en su gateo político, Sarkozy creció como un apólogo del liberalismo, sus principios económicos han derivado hacia un «napoleonismo» de nuevo cuño. Una heterogénea mezcla de reformismo económico que no descarta el proteccionismo en sus relaciones con la Unión Europea o para defender la industria gala. Existe, sin embargo, una ruptura con respecto a la época «chiraquiana», basada en la apuesta por el pragmatismo económico, más allá de los límites del modelo social galo, y en su discurso contra el asistencialismo de Estado: «Cuando el asistencialismo paga más que el trabajo, se desmoraliza a la Francia que se despierta pronto por la mañana». El gran eslogan de Sarkozy durante la campaña, y probablemente el argumento que le dio el triunfo en una Francia obsesionada con el aumento del poder adquisitivo, fue la revalorización del trabajo, en el país con el horario laboral medio menos exigente del mundo: 35 horas semanales. «Dejemos que puedan trabajar más quienes quieran ganar más», repetía el exministro. Un mensaje con eco en todos los escalones sociales: el agricultor sin blanca, el administrativo desbordado por los recibos y la clase empresarial. «Nuevo proteccionismo» Nicolas Sarkozy también mostró su perfil proteccionista al cargar contra la economía financiera y las deslocalizaciones. Hasta enarboló, con inusitada pompa y pocas explicaciones, la causa de la «moralización del capitalismo». Una anécdota resume su concepción del «nuevo proteccionismo». Durante su periodo como ministro de Economía, Nicolas Sarkozy pidió un informe a uno de sus jóvenes y ultradiplomados consejeros sobre una empresa que había declarado suspensión de pagos y pensaba deslocalizar su fabricación al Este de Europa. «El chico me presentó un informe magnífico, impecable y bien argumentado en el que me explicaba que no había otra salida para la empresa que echar el cierre y despedir a sus trabajadores», relató el ahora presidente de Francia a un grupo de periodistas, entre ellos el enviado de LA RAZÓN, durante un viaje de la reciente campaña electoral. «Le dije: “gran informe”. Él no cabía en sí de gozo. Y cuando ya se iba del despacho, le solté: “Muy bien, y ahora vuelve a escribirlo como si tu padre trabajase en esa fábrica”».

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