miércoles, mayo 23, 2007

Alfonso Garcia Nuño, Los madelos de Boff

REDUCCIONISMO DE LA FE
Los modelos de Boff
Por Alfonso García Nuño
El último viaje del Papa ha suscitado la torrentera de comentarios que cabía esperar. Uno de los análisis que no podía faltar es el del publicista brasileño Leonardo Boff. En el artículo que escribió para el diario argentino La Nación, para situar las intervenciones papales y calificar esta visita, hace una exposición sobre los dos modelos de catolicismo que, a su juicio, están presentes en Brasil. La disyuntiva que nos presenta es entre un catolicismo devocional y uno de compromiso ético.
Evidentemente, tras decirnos en qué consiste cada una de las dos posibilidades, encasilla a Benedicto XVI en una de ellas. No sé si sería interesante preguntarnos si es justa la adscripción que hace y, si no nos parece adecuada, intentar rescatar al pontífice del apartado entomológico en que le haya colocado Leonardo Boff. Lo que sí me parece que merece la pena es preguntarse por la disyuntiva presentada, porque acaso ésta pudiera aplicarse no solamente a la Iglesia en Brasil, sino también a la Iglesia en toda América o incluso a la Iglesia en cualquier parte del mundo.
El modelo devocional católico, nos dice Boff, "tiene un cuño popular centrado en la devoción de los santos, la oración y los peregrinajes, y hoy, en su forma moderna, en la dramatización mediática con fuerte contenido emocional" y presenta un serio inconveniente, pues "no tiene potencialidad de transformación social, por estar volcado sobre sí mismo". Por su parte, el modelo del compromiso ético "se inspira en la acción católica y en las pastorales sociales y culmina con la teología de la liberación"; además "este modelo requiere mediaciones socioanalíticas porque está interesado, desde su perspectiva espiritual, en la transformación social". Frente al gran inconveniente del primero, éste presenta la ventaja de que "articula constantemente fe, justicia y evangelio con compromiso de liberación". Nótese que el modelo está coronado por la teología de la liberación. Y claro, no es necesario señalar que Leonardo Boff se decanta por el del compromiso ético.
¿Pero son realmente éstas las dos únicas posibilidades que se le presentan a la Iglesia o al católico de vivir su fe en Brasil o donde sea? Evidentemente, si a uno le ponen delante una encrucijada en la que solamente le cabe escoger entre sentir bonito o hacer el bien, la elección es clara. Pero, si además le dicen a uno que alguien ha preferido la opción de reducir el cristianismo a sentir emociones por vía devocional o de "dramatización mediática" mientras millones de personas tienen carencias materiales de todo tipo, la censura hacia el tal no se hará esperar. ¿Pero esta encrucijada es real? ¿Cuál es la verdadera disyuntiva del cristiano?
Tanto el modelo devocional como el de compromiso ético que nos presenta Leonardo Boff tienen la misma carencia: son un reduccionismo del catolicismo; prueba de ello es que, en el retrato que se nos hace de ambos, Dios brilla por su ausencia. El uno reduce el catolicismo a las emociones, el otro a la moral. Es verdad que la vivencia de la fe, al ser la de un hombre, tiene emociones, pero el fin del cristianismo no es sentir emociones, por hermosas que estas sean o por mucho que vengan de Dios.
También es verdad que el cristianismo comporta un deber ser, pero, por muy ilustrado o dieciochesco que sea, la fe no se puede reducir a ética; es mucho más que eso. Porque el cristianismo es, ante todo, el encuentro y el seguimiento en el Espíritu de una persona, Jesucristo, en camino hacia el Padre. Lo que le tenemos que agradecer al publicista brasileño es que nos haya descrito tan bien dos tentaciones muy reales que sufre la Iglesia en nuestros días. Tan reales son que es fácil encontrar casos en que se plasma cada uno de los dos modelos. El dilema no es devocionalismo o moralismo, sino fe autentica o un reduccionismo de ésta, sea del tipo que sea. Uno de los posibles sería prescindir del hoy, pues siempre uno de los grandes retos de la Iglesia, y nuestra época no puede ser una excepción, es vivir el seguimiento de Cristo a la altura de los tiempos. Pasatiempo final, sin premio para los acertantes: ¿Dónde sitúa Leonardo Boff al Papa? ¿Dónde cree usted que está Benedicto XVI? ¿Y usted dónde se coloca?... –"Bien, vale, ¿pero podría decir este publicista español qué es en concreto eso de estar a la altura de los tiempos?"

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Los silencios reveladores de Benedicto XVI

Por Leonardo Boff Para LA NACION


RIO DE JANEIRO Desde la perspectiva del entusiasmo popular, podemos decir que la visita del Papa a Brasil fue un gran éxito. Aunque no posee la irradiación carismática de su antecesor, la figura de Benedicto XVI, naturalmente contenida, aquí se mostró desinhibida en contacto con el entusiasmo de los fieles. La figura del Papa es un símbolo poderoso que evoca arquetipos ancestrales del gran padre, del sabio y del pastor que dispone de poderes sobrenaturales. Arquetipos de esta magnitud llegan a la profundidad de las personas y movilizan fuertes sentimientos. Pero, ¿qué modelo de catolicismo promueve el Papa? Es notorio que en Brasil persisten dos tipos de catolicismo: el devocional y el del compromiso ético. El primero tiene un cuño popular centrado en la devoción de los santos, la oración y los peregrinajes, y hoy, en su forma moderna, en la dramatización mediática con fuerte contenido emocional. El catolicismo del compromiso ético se inspira en la acción católica y en las pastorales sociales y culmina con la teología de la liberación. Este modelo requiere mediaciones socioanalíticas porque está interesado, desde su perspectiva espiritual, en la transformación social. ¿Cuál de ellos es el más apropiado para una nación que debe revisar su antihistoria, heredada del colonialismo, del etnocidio indígena, del esclavismo y de la moderna dependencia de los centros metropolitanos? La respuesta depende del nivel de conciencia alcanzado por los católicos. Yo creo que el catolicismo devocional no tiene potencialidad de transformación social, por estar volcado sobre sí mismo; mientras que el otro articula constantemente fe, justicia y evangelio con compromiso de liberación. Vistas desde este enfoque, las intervenciones del Papa fueron in crescendo hasta hacerse explícitas en el encuentro con los obispos en Aparecida. Al comienzo, procuró mantenerse equidistante entre los dos modelos, pero terminó reforzando el devocional, ya que las aperturas a lo social fueron más esbozadas que afirmadas. Hay en Benedicto XVI un tono fundamentalista cuando habla de la centralidad de Cristo hasta en los asuntos sociales que, seguramente, dificultará el diálogo interreligioso; es una teología sin el Espíritu, pues todo se reduce a Cristo, lo que en teología se denomina cristomonismo -la "dictadura" de Cristo en la Iglesia-, como si no estuviese también el Espíritu que vemos en la historia y en los procesos sociales suscitando verdad, justicia y amor. Lo que el Papa dijo sobre la primera evangelización en Brasil, como un encuentro de culturas y no una imposición y alienación no se sustenta históricamente. La colonización y la evangelización fueron parte de un mismo proyecto, que significó uno de los mayores genocidios de la historia. No olvidemos el testimonio del texto sacro maya, el Chilam Balam: "Entre nosotros se introdujo la tristeza, se introdujo el cristianismo, el principio de nuestra tristeza y de nuestra esclavitud; vinieron a matar nuestra flor, a castrar el sol". Condenar como "utopía y retroceso" la voluntad de rescatar tales religiones, con su sabiduría ancestral, equivale a un insulto a los indígenas y un desaliento a los esfuerzos de tantos misionarios que apoyan estas iniciativas. Es teológicamente frágil la tesis de que Dios es explícitamente imprescindible para construir una sociedad justa. Los Estados Pontificios desmienten esta tesis. La España de Franco y el Portugal de Salazar alababan públicamente a Dios y no dejaban de torturar y condenar a muerte. Lo que hace falta es un consenso ético y una apertura a la trascendencia, dejando abierta la definición del contenido, como sucede en los Estados modernos. Estas insuficiencias teóricas hacen que el discurso papal se deslice hacia el moralismo y el espiritualismo. Y melancólicamente repite la cantilena: no a los contraceptivos, no al divorcio, no a los homosexuales, no a la modernidad, sí a la familia tradicional, sí a una rígida moral sexual, sí a la disciplina. Tantos "no" hacen antipático su mensaje, como si no hubiera temas más apremiantes. Estos discursos expresan una "razón indolente", categoría analítica creada por el pensador portugués Boaventura de Sousa Santos. Indolente es la razón que no capta los desafíos relevantes del presente y desaprovecha las buenas experiencias del pasado. Hay silencios significativos en los discursos del Papa: sólo una vez se refirió a las comunidades de base, una vez a la opción por los pobres, una vez a la liberación, nunca a la teología de liberación y a las pastorales sociales, nunca al gravísimo problema del calentamiento global. En cambio, retrocede a los años 50 del siglo pasado con el discurso tradicional y ambiguo de la caridad y la asistencia a los pobres. Esos silencios son una forma de negar y ocultar. La razón indolente, propia de grandes instituciones como la Iglesia, es un modo de razón miope que se concentra en lo cercano y descuida lo lejano, o de una razón prejuiciosa que no busca caminos nuevos y siempre vuelve a los antiguos (más catequesis, más celibato, más obediencia, más adhesión al magisterio), o de una razón arrogante, cuando insiste en la Iglesia como la única verdadera, o de una razón antiutópica, por no suscitar un horizonte de esperanza y por creer que el futuro es la mera prolongación del presente. El Papa no advierte los nuevos temas centrales, que tienen que ver con la discusión sobre la misión de la Iglesia en sí misma, sino con el futuro de la Tierra y de la humanidad y con examinar en qué medida la misión del catolicismo puede ayudar a asegurar el porvenir, sin el cual nada se sustenta. El catolicismo brasileño y latinoamericano, para estar a la altura de los tiempos actuales, exige el coraje que tuvieron los primeros cristianos: abandonaron el suelo cultural judaico de Jesús y se insertaron en el suelo pagano helenista. De esa inserción nació el cristianismo actual, que es una expresión del Nuevo Testamento, no del Antiguo. Necesitamos ahora un catolicismo de rostro indio-negro-latinoamericano que no esté en contra del romano, sino en comunión con él. © IPS / LA NACION El autor, brasileño, es teólogo; participó en el movimiento Teología para la Liberación. Link permanente: http://www.lanacion.com.ar/909506

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