jueves 2 de agosto de 2007
Imaz se tambalea Germán Yanke
Había mucho optimista sobre el futuro político de Josu Jon Imaz, llamado por el destino —y con el apoyo del presidente Rodríguez Zapatero, como si sus elogios fueran una bendición— a reformar el PNV sin opción para sus adversarios. El destino, el nuevo siglo, la necesidad histórica, lo que fuese, servía para colocar imaginariamente una alfombra roja bajo los pies del actual presidente del PNV. Pero las cosas no son tan fáciles.
La paradoja primera es que haya tenido que ser Imaz el primero en decir que él no va a ser obstáculo para que haya, en el proceso electoral interno previsto para el final de este año, un candidato de consenso para la presidencia del partido. Es una paradoja porque siempre ha insistido en que la doctrina que defiende no se aleja ni un ápice de la aprobada por la Asamblea del PNV y que consta en sus documentos. Y porque, hasta el momento, han sido sus partidarios los que han salvado los muebles en unas elecciones —las del pasado mes de mayo— en las que el resultado del partido quedó muy lejos de las expectativas. Los grandes fracasados fueron los candidatos del PNV de Guipúzcoa, comandados por Joseba Egibar, y de Álava, comandados, a distancia, por el mismo Joseba Egibar. El que se salva de la debacle es el que se ve obligado, en primera instancia, a poner su cargo a disposición de un teórico “entendimiento”.
La paradoja segunda es que, con la doctrina del PNV del todo obsoleta en este siglo XXI y en esta España con un sistema autonómico que ya no se puede estirar más, sea la moderación —que podía entenderse como un pragmatismo que, sin renunciar a lo imposible, no insista en ello— la que se vea relegada por la formulación, otra vez más, de una doctrina etnicista y alejada del sistema constitucional. Y, así, Imaz se siente en la obligación de subrayar que la doctrina del partido tiene como fundamento —“foral”— un “pacto con el Estado” que, retóricamente, se formula como “un binomio inseparable y mutuamente condicionado” y, en la práctica, como la necesidad de que las Cortes Generales, es decir, la soberanía española, respeten los acuerdos establecidos en Euskadi. “Ni tu sobre mí, ni yo sobre ti”, resume Imaz esta coyunda.
Se podría pensar que, desde el pragmatismo, el presidente del PNV podía encontrar, para sostener el nacionalismo, una formulación más moderna, más próxima a los parámetros de una democracia basada en los ciudadanos y sus derechos. Pero no, vuelve a la vieja doctrina nacionalista de base etnicista, a los presupuestos del Plan Ibarrexte, a las tesis que —con más rudeza y menos luces— defiende su adversario en el PNV, Joseba Egibar. El nacionalismo vasco, a la postre, nació no para enfrentarse a España, en la que los vascos habían vivido plácidamente, sino contra la España constitucional que vio la luz en el siglo XIX. Ésa es la realidad de la Historia y del presente: sigue a disgusto en el sistema constitucional y desea apuntalarse en los privilegios de casta.
Se entiende, en este contexto de dificultades (prácticas y teóricas) de Imaz que su adversario, Joseba Egibar, en vez de decir que él tampoco quiere ser un obstáculo para el consenso —que no dice—, se abone a la doctrina. A la doctrina con la que acaba de darse, en Guipúzcoa, un batacazo electoral impresionante. Pero ¿qué importan los votos, fuera o dentro del partido, si lo importante son los “derechos” de un “pueblo”?
miércoles, agosto 01, 2007
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