miércoles, agosto 29, 2007

Blanca Alvarez, Franceses

Franceses
30.08.2007 -
BLANCA ÁLVAREZ b.alvarez@diario-elcorreo.com

Quienes los conocen como turistas tienen una imagen de ellos tan falseada como los turistas que veranean en nuestras costas de los españoles. Aceitosos comedores de ajos con gracia para las palmas, opinan, desdeñosos, los guiris. De los franceses suelen venir los turistas burgueses fascinados y un punto envidiosos, Oh, la, la!Cuando convives con ellos durante años, te encandilan y los detestas a partes iguales. Un exiliado republicano que padeció su falta de generosidad y luego entró a liberar París en la Novena del general Leclec, subido a un tanque con nombre español, decía que los franceses tienen el corazón en la izquierda y la cartera en la derecha. Adorables y convincentes hipócritas, capaces de regalar al mundo la revolución de la Libertad, Igualdad y Fraternidad, para luego utilizar la misma trilogía como enseña de su conquista europea a bayoneta calada.Sarkozy es el mejor exponente de 'lo francés', con la única pega de la total falta de encanto decadente que tanto nos gusta de sus compatriotas. Nadie como las francesas sabe llevar un pañuelo al cuello y fingir, con elegancia, la más moderna de las posturas vitales mientras mantienen, con mano férrea y sonrisa pétrea, los mandamientos más burgueses. Nadie como los franceses para ejercer un colonialismo feroz mientras defienden frente al mundo el decálogo de la Libertad.Capaces de las mejores definiciones irónicas y el más corrosivo veneno, sin despeinar el corte de pelo. Ellos no llaman 'viejos verdes' a los cincuentones perdidos por un trasero de veinte años, los definen como gentes que buscan el mediodía a las dos de la tarde; a los burgueses sin clase ni pedigrí los definen, sin alzar la voz ni arrugar el bolso, como unos 'matuvi', en castellanización de su mala uva. Se rinden ante el genio de los creadores mientras desprecian, con un giro golfista de cadera, a todo cuanto huela a emigrante miserable. Son unos estetas sin otra ética que la beneficiosa para su bienestar. Por eso detestan a los dictadores: no podrían invitarlos a sus salones sin perder esa 'diferencia' de falsos ilustrados frente al mundo; eso sí, los colocan en sus colonias sin pudor ni rubor. No gustan de reconocer sus puntos negros: los revisten con gasas de diseño. De la barbarie exterior -todo cuanto no sea francés es bárbaro- tan sólo les entusiasma aquello capaz de ser reconvertido en pieza de pasarela o museo. Son adorables cuando los conoces porque nadie como ellas lleva unas perlas o un zapato bajo; nadie como ellos miente con mejor galanura a sus conquistas. También por convertir al minoritario idioma tricolor en más vivo que nadie. Pero París no sólo es la ciudad de la luz, también es la de las sombras y los barrios perfumados de especias como Belville.

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