jueves 30 de agosto de 2007
Sentimientos humanos: el pánico
Blanca Sánchez de Haro
N O sé cómo se define a nivel médico el pánico, ni si puede incluso estar catalogado como una patología sicológica cuando es algo habitual en la vida de una persona. Yo me refiero a esos instantes de pánico que se viven en determinados momentos ante situaciones o circunstancias que se escapan tanto de nuestras previsiones o de lo que conocemos como normal, que incluso sentir miedo es poco decir. Yo se que una vez sentí “pánico”. No se porqué estoy tan segura de que era pánico pero lo estoy. He sentido otras veces miedo, incluso pavor, pero eso era pánico. Iba a saltar de un puente, quiero decir, iba a hacer puenting. ¿Que porqué? Es una larga historia y ya bastante fama tengo de “zumbada” como para dar más motivos. El caso es que estaba con unos arneses puestos desde las ingles hasta los hombros esperando mi turno para saltar en lo alto de un puente que debía tener por lo menos 60 metros de altura ( o más, que esto es como el tamaño del pez que pescó el pescador). Estaba viendo la cara de otros dos que estaban delante, si es que a eso se le podía llamar cara, porque parecía más bien el gesto de quien canta una sentida saeta. Los monitores te hacen subir al murete que sujeta la baranda y pasar las piernas despacio por la misma, para quedarte de espaldas al vacío sujeto con las puntas de los pies en el mismo murete. Antes te han atado la cuerda al arnés por supuesto. Cuando estás preparado te dicen: uno, dos,…tres y saltas. Bueno a alguno le tienen que volver a decir: uno, dos,…tres y salta. Allí estaba yo con los ojos desorbitados y el corazón a cien, paralizada, totalmente paralizada, empecé a sentir una fuerte presión en las sienes y a emborronar lo que veía. Iba a saltar ya el último que quedaba delante de mi, así que los monitores comenzaron a atarme la cuerda a la arandela esa del pecho. Me hablaban, yo no contestaba, incluso uno me abrazó y me dijo; que no es nada mujer. No contesté, apenas podía respirar, me dolía el pecho y empezaban a zumbarme los oídos, las piernas se me doblaban y no podía controlar el temblor de las manos. Me dieron las indicaciones precisas para que pasara la baranda y quedara de puntillas al vacío. No mires abajo, escuche decir. No miraba no, no recuerdo haber visto en ese momento absolutamente nada. Escuche: Uno,….. Y yo había saltado y estaba oscilando debajo del puente y gritando: ¡¡Esto es la h………….!! ¡¡ Guayyyyyyyyy ¡!. Magnífica experiencia os lo aseguro, hombre para repetir pues no, pero para poder contarla, la verdad es que es impresionante. Pero a lo que íbamos. En los momentos previos al salto yo estaba presa absolutamente del pánico. Imaginaros lo fácil que hubiera sido decirme a mi misma: Blanca majetona, no saltes, quitarte el arnés y baja del puente que nadie te obliga, además te ahorraras 40 euros. Te vas a tu casa tan ricamente como hacen la mitad de los que suben al puente a intentarlo. Anda bonita ya pasó, que te va a dar un algo. Pues ni se me pasó por la cabeza semejante posibilidad, os aseguro que ni el menor atisbo de raciocinio era alcanzable para mí en esos momentos. Lo único que tenía en mente era: Cuanto antes mejor, cuanto antes mejor.
jueves, agosto 30, 2007
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