jueves, agosto 30, 2007

Valentin Puig, Un dilema que no sole es Bagdad

jueves 30 de agosto de 2007
Un dilema que no sólo es Bagdad

POR VALENTÍ PUIG
LOS pros y contras de la intervención militar en Irak exigirán durante largo tiempo una consideración reflexiva que por una vez vaya más allá del blanco o negro. De una parte, Sadam Husein fue derrocado y los iraquíes votan según los modos de una democracia constitucional; de otra, las pistas inciertas de armamento de destrucción masiva precipitaron una decisión militar con errores de logística cuando después de un certero derrocamiento del régimen de Bagdad se trataba de tutelar una estable democratización iraquí. La misma precipitación turbó el recuento de alianzas posibles de los Estados Unidos, sobre todo en Europa, a diferencia de lo que ocurrió en la primera guerra del Golfo. Aun así, lo que hoy convulsiona Irak son fundamentalmente los atentados terroristas. Circunscribir el debate a una confrontación escolástica entre realistas y neoconservadores reduce el significado de las lecciones que puedan deducirse. A primera vista, pierde lustre la ilusión de democratización global y de intervencionismo humanitario.
Vienen a corroborarlo las afirmaciones del senador republicano John Warner a su regreso de un viaje a Irak. El senador Warner, legislador de prestigiosa experiencia en defensa y partidario de la intervención en Irak, ya no deja sin concretar la agenda de una retirada norteamericana. Pide que se inicie una retirada de tropas norteamericanas el 15 de septiembre a efectos de que el gobierno iraquí se vea en el requerimiento de su propia consolidación política y tanto el ejército como la policía iraquí asuman de lleno sus deberes. El senador sugiere a la Casa Blanca que de los 160.000 soldados que están destinados en Irak 5.000 regresen a casa para Navidad. Aunque el ejército norteamericano haya mejorado las condiciones de seguridad en Irak, tanto los informes de inteligencia como el senador Warner coinciden en que no se divisa una mejoría político-institucional antes de un año. La eficacia del primer ministro Al-Maliki es puesta en duda.
El dilema no es únicamente Bagdad. Con todos los desaciertos que haya conllevado la decisión de George W. Bush, lo que urge es asumir que la globalización también obliga a considerarla en términos de seguridad. Desde el 11-S, esa seguridad global ha conocido la amenaza de Bin Laden. De eso se trata y no de que los Estados Unidos se estén entrometiendo dañinamente en todo. Brent Scowcroft, ex consejero de Seguridad Nacional y escéptico respecto a la intervención en Irak, considera que a los Estados Unidos todavía les corresponde actuar como catalizador, pero con innegables dificultades a la hora de concertar coaliciones. Si el mundo no es propicio a la dominación norteamericana, también es cierto que sin el liderato de Washington poco puede hacerse.
Ahí aparece en términos perentorios la necesidad de un nuevo paradigma en las relaciones internacionales. El sujeto más ambivalente es la Unión Europea. En algunos países de la Unión Europea se ensalza el humanitarismo intervencionista al tiempo que se vende armamento a quien sea, se transfiere tecnología a zonas de lo más inflamable y se confía en regímenes corruptos más que en nuevas democracias. Más allá de Irak, focos de actualidad tan levantisca como Pakistán, el Irán de los «ayatollah» o Corea del Norte -todos ellos con alto riesgo nuclear- son un atisbo sombrío de la brutalización que Thér_se Delpech describe en su ensayo , tan esclarecedor, «El retorno a la barbarie en el siglo XXI».
Dice Delpech que lo que hoy está en juego es la capacidad de Europa de asumir responsabilidades internacionales en un mundo profundamente alterado. Lo fácil y cómodo es creerse que el dilema sólo es Bagdad y que ese es un atolladero típicamente norteamericano, ajeno a una Europa en la que se da una precarización constante del pensamiento estratégico: «La esperanza de escapar a las turbulencias del mundo manteniéndose dentro de una zona estabilizada es hoy tan evidente como inútil». En un siglo, Europa ha perdido muchísima influencia en el mundo, salvo como repartidora de subvenciones que no sabe exigir contrapartidas. El nuevo centro de gravedad y epicentro está en Asia. Por lo demás, queda mucho por hacer en Afganistán, Rusia va a lo suyo, China está realquilando Africa y el terrorismo islamista dispone de una larga paciencia. Thér_se Delpech se pregunta si el siglo XXI será el siglo del miedo.
vpuig@abc.es

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