miércoles, agosto 29, 2007

Carlos Luis Rodriguez, Aquellos apostoles pelmas

jueves 30 de agosto de 2007
CARLOS LUIS RODRÍGUEZ
a bordo
Aquellos apóstoles pelmas
Hay mucho gente esperando ansiosa a que las galescolas confirmen su prejuicio o su esperanza. El prejuicio de que el nacionalismo mantiene sus atavismos, su afán de adoctrinamiento, su idea de que existe una identidad perdida que hay que recuperar, e instalar de nuevo en el software colectivo, ocupado a día de hoy por un virus de procedencia extraña.
Ese prejuicio espera ver en las galescolas un laboratorio para fabricar gallegos más puros, que de mayores sean defensores de la causa patria. Obtenida la prueba incriminatoria, esta gente la exhibiría con satisfacción para demostrar que el quintanismo es sólo una piel de cordero, al que sólo cabe combatir o atar en corto, según sea popular o socialista el fiscal acusador.
Al otro lado se sitúan los esperanzados en un BNG que va aprendiendo que defender la recuperación de Astano de la mano de banqueros y empresarios del país, o impulsar políticas de vivienda audaces, por ejemplo, es la mejor divisa, el himno más rentable para el nacionalismo del siglo XXI. Para este BNG, una galescola sólo identitaria sería un enorme retroceso.
Que además, ni siquiera serviría para formar una generación de gallegos comprometidos. Para que semejante cosa fuese posible, el niño prefabricado en el aula tendría que ser una repetición del Mowgli de Kipling, aislado del mundo exterior, donde, más que identidades, hay variedades que compiten y se mezclan. Pero es que, además, un empeño excesivo en inculcar determinados valores ya demostró sus efectos perversos sobre la galleguización.
Hubo un tiempo en que la asignatura de gallego estuvo dominada por apóstoles del nacionalismo, que vieron la oportunidad de catequizar subrepticiamente al alumnado autóctono. En lugar de una lengua natural, fresca y neutral, intentaban enseñar una lengua con una connotación, un idioma cuyo uso presuponía pensar esto, defender lo otro o atacar lo de más allá.
Parte de esos chavales engrosan hoy las estadísticas de jóvenes que han desertado del gallego, o que lo tienen guardado junto a sus juguetes antiguos. Cuando el profe de gallego abandonaba la clase convencido de haber puesto un grano más de arena en la construcción nacional de Galicia, sus alumnos respiraban aliviados al verse libres de un tío tan pesado. La normalización le debe mucho más al Xabarín Club que a los que se obcecaron en hacer del gallego escolar algo más de lo que es: un idioma.
Si ahora el nacionalismo se obceca en hacer de la galescola algo más que una escuela infantil, incurrirá en un error parecido. Si la galescola funciona bien, si está bien dotada, si los críos están a gusto y los padres contentos, el nacionalismo obtendrá un éxito, aunque los pícaros no sepan el himno. Si ocurre lo contrario, y el invento se deja en manos de otros apóstoles, la galescola será un reducto puritano que sólo agradará a los incondicionales, esos que no son suficientes para soñar con un BNG que no sea subsidiario en el panorama galaico.
Por todo esto, la galescola se convierte en una gran prueba para el nacionalismo, la más importante de la temporada junto al pugilato de los Presupuestos Generales del Estado. Para el BNG, la clave está en invertir las estrategias, o sea, practicar la flexibilidad en la parcela escolar, y ser en Madrid menos manso con el Gobierno. El principal autoodio (viejo concepto infelizmente recuperado) es el presupuestario. El otro es sólo un arcaísmo para ocultar que el gallego de hoy tiene identidades por un tubo.

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