jueves 30 de agosto de 2007
Los juicios gloriosos de Umbral
Joan Pla
S OLTÉ un rollo de 4000 palabras, media hora larga desde un balcón consistorial, y la multitud paisana de Felanitx, aguantó de pie en la plaza y aplaudió con entusiasmo y grandes tracas mi pregón de fiestas de San Agustín. “Ama y haz lo que quieras”, dije en esencia, glosando la filosofía moral del santo obispo de Hipona, que no compartió tantas vaginas como dice Raúl del Pozo que compartió con Paco Umbral, pero que le faltó poco para ser tan “putón verbenero” como lo fuimos los septuagenarios que hoy lloramos las muertes de nuestros coetáneos y colegas. Yo también amé a Ema Penella, aunque nunca le puse los cuernos a Emiliano Piedra. “Ama y haz lo que quieras”, decía San Agustín, y en su día grande y celeste o en sus vísperas solemnes, se me iban al otro barrio la gran actriz, el gran futbolista del Sevilla, el gran amigo y condiscípulo Josep Moll y el inolvidable Paco Umbral, a quien apenas he dedicado un dibujo y una nota de dolor, brevísima, en el periódico que más páginas le ha tributado, “El Mundo”, naturalmente. Hoy hablaré de Umbral, a quien siempre rebatí con amor y buenas palabras y con el que compartí muchas venturas y desventuras en aquel Madrid trepidante e invicto de las noches y del amor entre dos piernas. Me integré en “Vistazo” y, a los pocos días, estalló la polémica que había suscitado Umbral con sus opiniones sobre José Antonio Primo de Rivera. El bueno de Antonio Castro Villacañas, en mayo de 2003, en una de sus antológicas y memorables “apuntaciones”, nombraba entre otros a Umbral y decía lo siguiente: “Enrique de Aguinaga ha definido muy bien lo que pretendemos los joseantonianos en este año centenario del nacimiento de José Antonio: sencillamente, que se lean con atención su vida y su obra, que se conozcan la una y la otra, que se analicen con detalle... En suma, que cuantos se acerquen a su figura lo hagan dotados de una curiosidad intelectual ciertamente incómoda. Por eso nos duele el espeso silencio, ordenado por los poderes públicos y los poderes fácticos, con que se ha acogido la fecha de su nacimiento. Y nos duele todavía más que quienes han hablado o han escrito estos días sobre él lo hayan hecho -salvo excepciones admirables- desde la frivolidad y la antipatía. En este sentido, Julián Lago, Paco Umbral y Antonio Burgos se han llevado la palma en el triste certamen de ver quién dice mayores majaderías sobre la persona y la obra de un español insigne. Con el máximo respeto posible tras leer sus eruptos impresos, claro producto de su respectiva ebriedad intelectual y política, yo simplemente se los rebato con otros juicios provenientes de Miguel de Unamuno, Pedro Laín Entralgo o Luis Rosales, por ejemplo, que -para cualquier español mínimamente enterado de quién es cada cual- tienen sin duda mucha mayor consistencia que nuestros tres antes citados gacetilleros contemporáneos…” Umbral, al que nunca dejaré de admirar por su pertinaz e incansable dedicación a la palabra escrita, ha ironizado mucho y ha ofendido a muchos contemporáneos importantes, pero a ninguno de ellos les ha escupido como le escupieron a él ayer en una publicación digital mallorquina. Hablo de un grupo independentista que nos lee aquí y nos pone siempre a parir. Estaba Umbral de cuerpo o, mejor dicho, de ceniza presente, y se alegraban los mencionados de su muerte y le insultaban asquerosamente, llamándole estúpido y petulante, por ser columnista del que ellos llaman “El (In)mundo” y, además, por ser español, es decir, invasor de las Islas Baleares y enemigo de la lengua y de la cultura catalanas que trajo a este archipiélago el rey aragonés Jaime I, cuando invadió y arrebató a los árabes, en el siglo XIII, sus islas de calma y belleza inefables. Umbral, como digo, zahirió a muchos colegas y, aunque no lo cuente ahora, Raúl del Pozo fue uno de sus enemigos más solemnes. No tanto, pero casi, como Antonio Casado y otros que ayer le alabaron a ultranza y que fueron sus víctimas en “El Giocondo”, aquel libro de los años setenta del siglo pasado en el que todos éramos maricones, menos él, que era un macho cabal, al que le gustaban, como a Larra, “las siestas del adúltero”. Cuando vino a Ibiza a enseñarnos el nardo en una playa nudista, ya no lo tenía, como decía ayer Raúl, “como una piedra”. Más bien, como diría un mallorquín, “havia perdut s’enravenada”, que es la virtud, en buen idioma, del rábano bien erecto. Umbral, como todos los tímidos, era cáustico y amargo. Y, además, puñetero. Incordiaba al pobre Miguel Ángel Asturias, cuando ya era Premio Nobel y vivía aquí en Mallorca, y le recordaba que Borges, en un alarde de despiste y de mala leche argentina, en lugar de llamarle "Asturias", le llamaba "Santander" y, en su afán de provocar, trabucando nombres y profiriendo coñas marineras, decía que los mallorquines tampoco le llamábamos Miguel Ángel Asturias, sino Miguel Ángel Mallorca. Aunque lo hacía por picar al viejo colega, decía verdad, puesto que aquí en Mallorca está la Fundación que lleva su nombre y el gran proyecto cultural que desarrolla. Aquí están sus amigos que, aunque algunos son ya más viejos que el olivar, le recuerdan vivamente. Paco Umbral le ha lanzado a Sara Montiel los mayores elogios ofensivos, como aquel que la define por sus "manos artrósicas de joyas, pero socialista de toda la vida" o cuando la llama gorda y vieja, porque tiene que soportar sus arrobas y sus años, cuando ella se desmaya en sus brazos, por una bajada de tensión, y Pepín Tous iba a por el "Mercedes" blanco en Barcelona. Ve tú a saber si se desmayó Sara en sus brazos, si era blanco el coche que fue a buscar el pobre Tous a Barcelona, hace mil años. Ve tú a saber si deliraba Umbral en uno de sus incontables momentos de debilidad mental, que solían producirse cuando escribía y retrataba a los demás. A Umbral ya le metió caña el difunto Pablo Llull, cuando insultó a Monserrat Caballé y yo, que he compartido con él trepidantes aventuras en la travesía desesperada de la noche de Madrid, aunque le he querido como a un buen amigo y colega, no le he perdonado todavía aquella majadería que largó sobre la Montiel, cuando escribió que llevaba un pulserón de oro catalán que le había regalado su marido y añadió, entre paréntesis, que "un mallorquín no da para más". Dice Umbral que Sandra Negrín, siempre que entraba Buero al Café Gijón, exclamaba : " ¡ Aquí llega don Antonio Buero Vallejo, que en paz descanse ! "Juro por todos los espíritus de alcohol que me bebí en el "Gijón”, siempre en santa compaña con los más arrojados luchadores de la libertad, que jamás oí recitar tamaña esquela a la entrañable Sandra Negrín, que entonces era patrona de la jodienda liberada, putativa consorte de Raúl del Pozo para los hijos sin padre, martillo de herejes revisionistas y alegría de la huerta antifranquista de los años sesenta. También aseguro que nunca ví a Buero Vallejo hablar con ella, lo cual nos hubiese dado un retrato de familia formidable, puesto que se habrían conjugado en la estampa la seriedad y la frivolidad, el sexo bien configurado y la pornografía despendolada, el genio trabajador y el ingenio holgazán. A Umbral, por supuesto, nunca le quiso Buero en la Real Academia. Tal vez, nadie ha analizado el por qué de la gran frustración con que se ha ido a la tumba . Yo creo que fue por decir que Buero tenía "cabeza y ojos volteados de mártir del Greco". Umbral describía a Buero Vallejo “con cara y porte de hepático irremediable, de condenado a muerte. Encima, lo presentaba como al inventor del "sainete social, sin humor" o del "pastiche histórico alusivo por elevación a don Francisco Franco", añadiendo que su verdadera muerte había sido la muerte de Franco, por dejarle sin objetivo, sin musa, sin enemigo y sin cosa de la que escribir. En pleno fragor de la pugna, le escribí a Buero y le insinué la posibilidad de que fuese él, precisamente él, el que propusiese la candidatura de Umbral para el primer sillón vacante de la Academia. Contestó Buero y apenas me dijo que lo de Umbral eran "inadmisibles inexactitudes" Añadía Buero que Umbral era un escritor muy leído "por su propensión a difamar". Cuando nombraron a Pere Gimferrer académico de la lengua, el poeta catalán ya había leído el párrafo que le dediqué en el diario “Baleares”: “Umbral dice que robas y lees libros con más rapidez que él. Umbral, por contra, escribe más que tú y dice que tú practicas la "cultura del tirón". Alguien me comentó después: “Lo de Umbral no es el tirón, sino el atraco a picha armada, puesto que se pasa la vida meándose en la cultura y en el valor de los demás. Además, todavía no ha digerido el hecho de que fuese Gimferrer y no él el nuevo académico.” Hoy, todos lloramos su muerte, aunque pronto echaremos de menos el estímulo de sus mordacidades irrebatibles, de su enorme timidez siempre resuelta en aparente desprecio o menosprecio de sus prójimos y coetáneos, de su grandeza profesional que, como toda grandeza, en su caso ha resultado ser una grandeza mortal…y rosa, como la de los hijos que perdimos y que tanto nos hirieron el alma. Dios te guarde, querido Paco…
jueves, agosto 30, 2007
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