jueves, agosto 30, 2007

Ladron de Guevara, Vascongadas

jueves 30 de agosto de 2007
Vascongadas
Ernesto Ladrón de Guevara
A L igual que sucede con la modificación arbitraria y sin fundamento de la toponimia, el mundo nacionalista ha impuesto, sin cortapisas de ningún género, símbolos, conceptos falaces y desviados de su verdadero sentido semántico o rigor científico, etc. Una de las cuestiones de las que habría mucho que hablar es el término que define mejor desde la antropología cultural y la historia a la colectividad vasca. Francamente no se sabe muy bien lo que es, más allá del ideario político nacionalista, eso que llamamos hoy Euskadi, término inventado por Sabino Arana que utilizó igualmente otros neologismos como Euskeria para definir al área de influencia de los vizcaínos. En sentido estricto, sobre la base de la España prerromana y romanizada, la tierra donde habitan los vascos debiera ser Vasconia, tal como lo refleja sabiamente el antropólogo Julio Caro Baroja que establece la derivación de esa voz de Wasconia que a su vez proviene de la zona aquitana de Gascuña, donde se hablaba el vascuence desde tiempos aún inescrutables. Como quiera que el reino hispánico de Sancho III el Mayor abarcó el mayor imperio cristiano de la Alta Edad Media en las estribaciones pirenaicas, estos lugares quedaron comprendidos en su ámbito y no se sabe bien si la Vasconia peninsular fue posterior o no a aquella Gascuña de tiempos prerrománicos. Pero, en cualquier caso, en sentido histórico parece apropiado que el término Vasconia fuera el que debiera dar su nombre al ámbito cultural vasco, único precedente posible para nombrar al espacio político generado de forma un tanto arbitraria al no haber referencias de unificación de los territorios vascos o vasconizados anteriormente a 1936. Previamente a la II Repúlica los intentos de conformación política de los territorios forales estuvieron motivados por los anhelos del fuerismo liberal de articular un frente unitario contra las aboliciones forales, que no fueron en sentido estricto tales pues lo que se hizo en 1839 fue adecuar los fueros a la unidad constitucional de la monarquia y en 1876 se conservó el régimen específico de carácter fiscal con unos conciertos económicos que han constituido un privilegio excepcional en virtud de las realidades forales preexistentes, de fuerte carácter medieval. Ese intento de defender a ultranza los regímenes forales dio lugar a una serie de “conferencias” a partir de 1840 para evitar el vaciamiento de aquellos privilegios caracteristicos del Antíguo Régimen preconstitucional (1812) en tierras vasconizadas. Ese fue el motivo por el que se introdujo el término “nacionalidad” al tiempo que se aclaraba con vehemencia que no significaba renunciar a la españolidad de los territorios forales, sino marcar su identidad para conservar sus privilegios. Eso sucedió hasta que Sabino Arana bebiendo de las fuentes de Prat de la Riba introdujo la ideología separatista. La Sociedad Vascongada de Amigos del País, con los Caballeritos de Azcoitia al frente, a finales del siglo XVIII, introdujeron el término “País Vasco”, pero sin el sentido que hoy tiene el concepto de país homologable a nación o estado nacional. En aquel momento la idea de País Vasco tenía una orientación cultural y en ningún momento aparece en alguno de los textos una formulación identitaria, de carácter separatista. Más bien al contrario, por ser ideales ilustrados que tenían una fuerte componente estatalizante. Otros términos igualmente utilizados han sido los de “pueblo vasco”, eúskaros, provincias vascongadas, país vasco-navarro, etc. La denominación Euskal Herria, o Euscal-erria tiene igualmente raíces antiguas. Aparece por primera vez en un escrito de 1571, pero comenzó a utilizarse en medios culturales vasquistas en los años ochenta del siglo XIX, tal como lo refiere Coro Rubio Pobes. También Unamuno lo utilizó en sus escritos, aunque dejara de usarse –hasta el siglo XIX- En sentido vulgar significaría tierra donde se hablaba euskera, que como todo el mundo sabe correspondía a la antigua Gascuña y a la Navarra pirenaica. Incluso hasta el Valle de Arán (Haran, en euskera significa valle). No es casual que el nacionalismo vasco en sus diferentes variantes haya abandonado el término Euskadi con fuerte contenido etnicista por el de Euskal Herria (tierra de habla vasca) que abarca a los siete herrialdes o provincias en la semántica de Vicente de Arana en 1882 que dijo que eran “Las siete regiones que forman la actual Euskaria, o sean el señorío de Vizcaya, y las provincias de Álava y Guipúzcoa, el reino de Navarra, y en el departamento francés de los Bajos Pirineos, el Labourd o Lapurdi, la Baja Navarra, y el condado de Soule o Suberoa” Como se apercibirán los lectores fue en los momentos posteriores a la inapropiadamente definida como “derogación foral” de Cánovas cuando se dan este tipo de expresiones y definiciones que no tenían su correlato con el fuerismo anterior a 1876, ni tan siquiera en el ámbito carlista cuyo caballo de batalla no eran los fueros sino la conservación del Antiguo Régimen y su lucha contra el constitucionalismo liberal, y por ello fue una guerra civil entre españoles. De todo esto se deriva una tremenda confusión semántica y falta de rigor terminológico a la hora de prestar su nombre a los territorios vascongados. Lo más pertinente sería denominar con la voz “Vascongadas” a los territorios procedentes de la antigua Vasconia al margen de las prerrogativas nacidas en la Baja Edad Media, característicamente españolas como son la hidalguía universal vizcaína y la limpieza de sangre. No hay nada más genuinamente hispánico desde un punto de vista medieval que la denominación de “cristiano viejo” del que surgen los impulsos identitarios vascos. Por eso Sanchez Albornoz llamaría a la Vasconia romanizada o sin romanizar la “abuela de España”. Considero que Euskadi, Euskal Herría, País Vasco o cualquier otro término de carácter jurídico o político son inadecuados. Lo correcto es “Vascongadas” o, si lo prefieren, “provincias vascongadas”. Todo lo demás, aún avalado por las leyes, contiene una sustancial falta de rigor.

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