jueves, agosto 30, 2007

Garcia Brera, Adioses

jueves 30 de agosto de 2007
Adioses
Miguel Ángel García Brera
T RES figuras públicas – una gran actriz, Emma Penella, un escritor originalísimo, y sobresaliente en el ámbito periodístico, Francisco Umbral, y un jovencísimo, y ya fantástico, futbolista, Antonio Puerta-, acaban de elevarse hacia el mundo sobrenatural. A Puerta me acercaba la admiración que provoca el esfuerzo y la entrega al oficio, de un hombre joven, aún a los que, como a mí, el fútbol no nos dice mucho. A la artista y al escritor me ayuntan los recuerdos de mi juventud, cargada de sueños, de actividades y de encuentros gratificantes. En defensa de los tres, ante su juicio, rezo y pido que su ganada admiración por haber ejercitado sus talentos, les haga merecer el premio eterno, al margen de ese debe que todos, inevitable, acumulamos en nuestro paso por la vida; incluso a pesar nuestro. De Emma Penella, enormemente atractiva para un muchacho de 22 años que tenía tres menos que ella, puedo presumir, ejerciendo de fantoche, que fui compañero de rodaje en el film “De espaldas a la puerta”. Vivía yo entonces en una residencia de estudiantes –donde ejercí dos años de educador- justo al lado de la primera sede de Televisión Española, en la Avenida de la Habana, y un día, con mi amigo Antonio Pérez, descubrimos que la Penella y su hermana Terele Pávez rodaban, con otra gente que ya no recuerdo, justamente en la calle, delante de un club situado frente al estadio Bernabeu. Antonio Pérez, otros amigos, y yo mismo, éramos, en aquel Madrid de diversiones blancas, jovenzuelos retozones, alegres, dados a la broma y a ejercer, en cualquier ocasión y lugar, tal si fuera en serio, de personajes jardielponcelianos. Una noche, al pasar por el Bernabeu, descubrimos el rodaje, nos acercamos y, en seguida nos vimos envueltos en la orden de un director que nos pedía pasar una y otra vez, como viandantes ocasionales por delante del local nocturno, en un cortejo que seguía o enmarcaba algunas escenas de los verdaderos actores. Pero nosotros estábamos más por entrar en conversación con Emma, y por lograr su atención, la que pronto tuvimos porque era persona amable y no dejó de sorprenderse, jovial, ante nuestras excentricidades. Y es que, si bien paseábamos ante la cámara como disciplinados actores, a voz en grito nos preguntábamos dónde cobraban quienes hacíamos de extras, cuánto se iba a cobrar y si nos iban a dar por lo menos un bocadillo; entonces no se decía bocata. Por si fuera poco, importunábamos al director y a cuantos parecían de su equipo, incluyendo a las actrices, preguntándoles si nos quitábamos la chaqueta para hacer más informal el paseo, o si no sería mejor que nos maquillaran, y otros sinsentidos. Recuerdo que Emma Penella fue la más comprensiva con nuestra teatralidad, que, vista desde fuera de nosotros mismos, era más bien una inconveniencia. Ya cuando habíamos abusado un rato, terminamos con las bobadas, pedimos perdón, nos despedimos y, tanto Antonio como yo, jamás reemprendimos nuestra carrera emuladora de Jerry Lewis. Tiempo después, vi el film. En él, cuando va a apareciendo la palabra fin, mi amigo y yo, casi tapados por el rótulo, paseamos, desdibujados, por delante de aquel club ya desaparecido. A Paco Umbral lo conocí en Valladolid, mientras yo estudiaba Derecho, pero lo traté más en Madrid, donde muchas veces coincidimos en la redacción de “Punta Europa”. Íbamos mendigando la publicación de nuestros trabajos, como es obligación de todo escritor que empieza y donde encontrábamos siempre la mano tendida de un hombre excepcional, Domingo Paniagua, que asistía a la revista como secretario de redacción. Al salir de esas visitas, solíamos charla un rato en un café cercano y comentar el número de “piezas” que habíamos logrado “colar” para su publicación. Ahora que “un ser de lejanías“ tan cercano como fue Umbral en su intermitente trato conmigo, se ha ido a enhebrar palabras nuevas en el cielo, saco de un anaquel el número 90 de “Punta Europa” y veo publicados su artículo “Evtuchenko, poeta del deshielo”, junto a mi cuento “Morir es realmente sencillo”. Toda una meditación para esta hora triste ante la ausencia de un genio de la escritura. En “Mundo Hispánico” volvimos a coincidir, siempre en gratos encuentros, aunque no por eso dejé de vapulearle, con afecto, por supuesto, cuando en un artículo se deslizó más allá de lo deseable al tratar inconvenientemente a Don Marcelo, el inteligentísimo Cardenal de Toledo, al que Umbral y yo conocíamos de Valladolid, donde sus sermones conmovían por su sabiduría, por su oratoria y por su espíritu social manifestado en una crítica valiente de algunas situaciones de aquella época. Como Don Marcelo era un hombre de Dios, estoy seguro que habrá rezado estos días para que Umbral no circule por el otro mundo en ámbitos alejados de donde él está. Aunque sólo se trate de una muerte administrativa, debo recoger aquí como contraste, a la ausencia de tres seres admirables, otra baja de interés público, en esta ocasión bienvenida e intrascendente para mi corazón, pero no para el patrimonio artístico español. También he conocido y hablado, en una ocasión, con Rosa Regás, en un acto de entrega de premios País-Aguilar. Su conversación fue pura banalidad. Antes me había desorientado su oratoria engolada, insípida y falta de generosidad con las premiadas en aquella convocatoria. Ahora, cuando le han robado de la Biblioteca Nacional, que dirigía, nada menos que unos mapas incunables y le han arrancado algunas hojas de otros libros de mérito, se va, dolida porque el ministro le ha dicho que no ha hecho nada en tres años. Me parece que la dimisión, ante una catástrofe como la que supone el expolio, era más que obligada; pero debe estar agradecida al titular de Cultura por simplemente acusarle de no haber hecho nada. Sí ha hecho algo: Mucho daño a una Casa que no ha sabido guardar, preocupada, con espíritu integrista, por cambiar de sitio la estatua de Menéndez Pelayo, o entretenida en presumir de no leer periódicos o no ver televisión. Lo que me extraña es que, en un caso así, no se haya pedido una comparecencia en el Congreso o una Comisión de Investigación. Si el Fiscal General del Estado se aliviara estos días de tanto trabajo como tiene, no me extrañaría que llegara a promover una investigación judicial, donde la directora de la Biblioteca expoliada, tal vez por imprudencia o falta de diligencia, tuviera alguna explicación que dar. Y encima dice la funcionaria que, si hubiera sido hombre, no habría sufrido este acoso. Lo contrario parece más evidente, si llegó a donde llegó fue por ser mujer en un contexto de feminismo exacerbado. Hombre fue el anterior director y no hay noticias de que los científicos, único con acceso a los lugares reservados de la Biblioteca Nacional, arrancaran las hojas de los libros ni se llevaran a casa las Cosmogonías.

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