jueves, agosto 30, 2007

Enrique Badia, Los altibajos de agosto

jueves 30 de agosto de 2007
Los altibajos de agosto Enrique Badía

Hace tiempo que las leyes de la física tienen establecido a qué velocidades se propagan la luz y el sonido, pero les falta determinar cuál corresponde al miedo, que no parece ser menor. Sobre todo en cuestiones de dinero, basta la más pequeña alteración para que el personal sienta el escalofrío que suele preceder al pánico y se lance en desbandada a proteger la posición. Claro que no es menos cierto que el entusiasmo también se propaga con relativa celeridad.
No ha sido éste el primer agosto alterado por una anunciada amenaza de crisis económica de alcance global. No por casualidad. En economía son tanto o más importantes los estados de ánimo, las llamadas expectativas, que la realidad. Lo de las bolsas es paradigmático, pero lo mismo puede aplicarse, con las debidas gradaciones, a todo lo demás.
La Bolsa española, el Ibex 35 más en concreto, se movía el año pasado por estas fechas en rangos de 12.000 puntos, con orientación alcista y los analistas pronosticando capacidades de crecimiento a corto plazo hasta el 13.000. Luego, nada más aproximado ese guarismo, los mismos expertos aseguraron que había recorrido hasta 14.000. Y en vísperas de este convulso verano, cuando el índice llegó a la cota 15.000, los vaticinios alcistas se reprodujeron, marcando techos de 16.000 y hasta 16.500 para Navidad… pero la cosa ha retrocedido y este penúltimo día de agosto abrirá a 14.183; esto es, un 14 por 100 por encima de lo marcado hace justo un año. Con ese panorama, ¿se puede hablar de debacle, derrumbe, hundimiento y demás adjetivos rimbombantes que se han aplicado estos días? Incluso hablar de crisis, ¿es real?
Aunque a menudo se olvide, la denominación técnica de las bolsas habla de mercados de renta variable que, por más que suene a perogrullada, significa que pueden subir… o bajar. Por decirlo de otro modo, el recorrido alcista es posibilidad, pero no obligación. Y que tomen una orientación u otra depende de muchos factores.
Ocurre, por ejemplo, que en el estadio actual de la tecnología, el ánimo, el pálpito y la estimación de expectativas de los inversores se han visto complementados, si no sustituidos, por complejos modelos matemáticos de predicción y aplicaciones informáticas que lanzan compras o ventas en tiempo real, dependiendo de parámetros prefijados para un determinado índice o un concreto valor. Y como los parámetros son bastante compartidos, las órdenes toman un signo u otro prácticamente a la vez.
Los problemas de este verano tienen también algo de ese tenor. Su origen es crediticio y el fundamento surge de un cambio de expectativas en los circuitos de financiación. La cosa arranca de cuando la economía va bien, los créditos vivos se pagan, los ratios de morosidad caen próximos a cero y los bancos relajan sus exigencias para conceder financiación. Lo hacen todos a la vez, entre otras razones porque los mercados en los que sus acciones cotizan podrían penalizar una eventual pérdida de cuota crediticia frente al competidor.
Lo malo es que la relajación acaba colando en la cartera de préstamos un número creciente de baja o cuando menos peor calidad. Esto conduce, al cabo de un tiempo, a que los índices de morosidad crezcan, lo que a su vez desencadena un endurecimiento de las condiciones crediticias que, en primer lugar, afecta a las posibilidades de refinanciación de los deudores morosos y acaba repercutiendo en los que no lo son. Así, una parte de lo que era mora pasa a fallido y algunas entidades entran en problemas de liquidez. Dicho más claramente, se pasa de una situación en la que dominaba el deseo y la confianza para prestar dinero, desde la creencia de que había escaso riesgo, a otra en que baja la confianza de poderlo recuperar.
La primera víctima de todo esto, al margen de los directamente afectados, son las operaciones de fusión y adquisición que, por extraño que siga pareciendo, son el verdadero motor de la senda alcista de los mercados bursátiles. Sólo que, por efecto contagio, se enfría todo lo demás.
Suponiendo que esto se fundamentara en la lógica, lo que de verdad debería fundar el diagnóstico es analizar cómo marchan los negocios de las empresas, en qué medida el precio de las acciones se corresponde con el rango de beneficios fruto de su actividad y, si acaso, cuál es el estado de la coyuntura económica general. Pero centrarse en eso a muchos les parece puro paisaje… o ganas de incordiar.
ebadia@hotmail.com

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