viernes, agosto 31, 2007

Alberto Miguez, Rosa, Rosae

viernes 31 de agosto de 2007
Rosa, Rosae Alberto Míguez

Rosa Regàs era en los años sesenta un símbolo de la modernidad y, la educación y el seny catalán. La gauche divine y el formidable despertar intelectual barcelonés de aquellos años le deben mucho a Rosa como le debía mucho también el difunto Carlos Barral, que empezó de poeta exquisito y terminó de funcionario europeo, como debe ser…
Fenómenos como el “boom” iberoamericano (García Márquez, Donoso, Vargas Llosa y tantos otros) y la presencia de estos nuevos y en algunos casos excelentes escritores serían inexplicables sin Carmen Ballcells (la representante comercial de todos ellos) y la propia Rosa que al mando de las relaciones públicas de Barral editores se convirtió en una simpática señorita Pepis según el tono general de los intelectuales catalanes de la época.
Era naturalmente, una señora perfumada en París, antifranquista por ética y estética elementales, aparecía por “Bocaccio”. Una vez a la semana lucía nuevo modelo o leía las ultimas conversaciones de Pániker o del inolvidable Luis Carandell.
Rosa, Rosae mantenía excelentes relaciones con los escritores de “Madrid”, especialmente con los del realismo socialista más conocidos como “los de le berza”: López Salinas, Antonio Ferres, y demás rojerío centralista. Nadie hubiera supuesto entonces que aquella señorita del Ensanche era una socialista radical, una republicana de altos vuelos. Y, lo que es peor, se hubiese disfrazado de bolchevique feminista, odiase con tanta intensidad a los diarios escritos cuyas tesis no le gustaban y, además, se hubiera convertido en la inspiradora de una de las ministras más sosas e ignaras del zoológico zapateril, Carmen Calvo, la caperucita de Cabra, Maleni la destructora ferroviaria o la genial autora de las soluciones habitacionales a treinta metros por barba, hoy exiliada en Mocejón del tío Guadañas. ¡Vaya sección femenina andaluza y demás condominios!
Ahora, Rosa Regàs ha mostrado su verdadero rostro poniendo a parir al recién nombrado ministro de Cultura porque algunos cacos birlaron en la Biblioteca Nacional unas láminas o incluso algo más; la benemérita lo dirá. El ministro César Antonio Molina se atrevió a pedirle con buenos modos a Rosa Rosae que concluyera sus larguísimas vacaciones y volviera a Madrid para encargarse de organizar el desmadre en que se había convertido la Bilbioteca Nacional. Desde hace tres años todo el mundo sabía en aquella casa que Rosa no daba clavo, pero sí tuvo tiempo para descabalgar la estatua de Don Marcelino Menéndez y Pelayo que fue, queridos niños, un teórico fascista como acaba de decir Ansón, La COPE, La Razón y hasta el obispo Cañizares
Regresa ahora Rosa, Rosae a Barcelona en viaje de vuelta como mártir de la causa republicana, socialista o lo que sea. Ya se sabe quién tiene la culpa de los mapas distraídos por un investigador casquivano en el caserón de la Biblioteca Nacional la tienen el pobre don Marcelino, los heterodoxos españoles, Luis María Ansón y César Vidal. En los cuarteles de invierno de la costa gerundense, Rosa Rosae tendrá ahora tiempo para explicar a sus múltiples nietos, bisnietos y demás familia. Al fin habrá descubierto que la culpa de la epidemia de topillos y mosquitos-tigre que amarga estas vacaciones crepusculares la tiene Don Marcelino. ¿Quién sino?

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