jueves 30 de agosto de 2007
Muertes en carretera, o echando balones fuera
Miguel Martínez
C UALQUIERA de nosotros, habiendo jugado algún que otro partidillo de fútbol en nuestros años mozos, se siente capacitado para ejercer de seleccionador nacional. Así, después de los siempre habituales fracasos de nuestro combinado nacional en las citas internacionales, todos nos abonamos –un servidor el primero- al linchamiento público e inmisericorde del seleccionador, no alcanzándonos el raciocinio para comprender cómo ha podido dejar a Raúl en el banquillo siendo, como es, el baluarte y el alma de lo que otrora fuera la furia roja, o cómo ha sido capaz de convocarlo cuando resulta más que evidente que el 7 del Madrid tiene más cercano el retiro que un puesto de titular en su propio equipo. En cualquier caso nuestros vastos conocimientos futbolísticos nos habilitan para diagnosticar los errores y encontrar las soluciones que nuestros mandamases federativos, lejos de aplicarlas, esquivan alevosamente sabe Dios con qué oscuros intereses. Y si por el hecho de haber jugado un par de temporadas en los infantiles del equipo de fútbol de nuestro barrio, comprar el Marca o el Sport cada mañana y estar abonados al partido del domingo de Canal Plus nos facultan para lanzar documentadísimas opiniones –mucho más documentadas que las del propio seleccionador, por su puesto- y para hallar el remedio a tanto fracaso futbolero, de la misma manera, el hecho de haber obtenido un permiso de conducción hace algunos años, conducir todos los días de casa al trabajo -con un extra de kilometraje el fin de semana y otro en las vacaciones- y acumular unas cuantas decenas de miles de kilómetros en el haber de nuestro cuentakilómetros particular, por fuerza ha de convertirnos en expertos en tráfico, capaces de identificar los terribles despropósitos llevados a cabo por sus responsables que, parece ser, no son más ineptos porque no se entrenan. Si no han leído ironía en este párrafo ruego a mis queridos reincidentes que me disculpen por no haber sido lo suficientemente hábil en mi prosa como para traspasarles el sarcasmo que un servidor pretendía otorgar a esta parte de su discurso. Porque parece ser que el Ministro del Interior –éste y los anteriores- y el Director General de Tráfico –de éste y de anteriores gobiernos- se sientan cada mañana en sus despachos para ver cómo pueden conseguir que la cifra de muertos siga aumentando. A esta ardua tarea se suman los Jefes de las Agrupaciones de Tráfico de la Guardia Civil, de las unidades de Tráfico de las Policías Autonómicas y a los Jefes de Policía Local de toda España, que alientan a sus agentes a que lleven a cabo sus funciones de vigilancia del tráfico tan mal como les sea posible, con el claro objetivo de hacer trizas las estadísticas. Desde luego que los departamentos de carreteras y obras públicas de las diferentes administraciones, realizan reuniones periódicas para ver cómo pueden complicar más aún la vida del pobre automovilista, que es perseguido por unos y otros con la única intención de que se estrelle cuanto antes y que, si es posible, se rompa la crisma contra el parabrisas. Porque resulta que si en una curva, con la velocidad limitada a 80 Km/h, se estrellan 5 vehículos en el periodo de tres meses -obviemos, por insignificante, el detalle de que esos vehículos circularan doblando la velocidad máxima permitida- reclamamos a las autoridades que modifiquen el trazado de esa peligrosa curva, sin que a nadie se le ocurra pensar que por esa curva pasan 25.000 vehículos –o más- todos los días sin que ninguno de ellos se estrelle – obviemos, también por insignificante, el detalle de que esos 25.000 vehículos no circularan al doble de la velocidad permitida- y que por mucho menos de lo que cuesta enderezar la curva –que pagamos todos con nuestros impuestos- se pueden habilitar mecanismos y sistemas para garantizar que a todo el que circule por esa curva a más velocidad de la estipulada y cause riesgo al resto de usuarios de la vía –que puede ser usted, o cualquiera de sus hijos- , le van a meter tal paquete que se le van a quitar las ganas de emular a Fernando Alonso en las vías abiertas al tráfico, vías que, no lo olvidemos, ha de compartir con todos nosotros. Y por mucho que no se lleve demasiado eso de defender medidas coercitivas, un servidor alberga bastantes esperanzas en que la inminente modificación del Código Penal -que convierte en delito el hecho de conducir sin haber obtenido el permiso de conducción, así como los grandes excesos de velocidad- pueden contribuir de manera eficaz a la disminución de accidentes de tráfico, siempre que desde la judicatura –crucemos los dedos- se tomen el interés que una medida de tal calibre –no se imaginan la de gente que circula sin carné y la de fitipaldis que andan sueltos- necesita. Y aunque resulta del todo evidente que todas las infraestructuras son mejorables, que faltan radares en la red secundaria, que debiera incrementarse la presencia de policías dedicados a la vigilancia del tráfico en las carreteras, que es necesario formar más y mejor a los futuros conductores y que es ineludible agilizar al máximo el procedimiento sancionador, todo eso, y todas las soluciones que a ustedes se les puedan ocurrir no funcionan si cada uno de nosotros no conducimos con la prudencia y precaución necesarias. Porque nosotros somos, en definitiva, los que llevamos el pie sobre el acelerador y los que decidimos cuándo respetamos las normas y cuándo nos las pasamos por la costurilla del tanga. Y en vez de echar balones fuera, aquí queda que ni pintada esa frase atribuida a J.F. Kennedy cuando alegara lo de “No piensen qué puede hacer su país por ustedes, sino qué es lo que ustedes pueden hacer por su país”. Es decir, en vez de culpar de los accidentes al maestro armero, más nos valdría analizar nuestra conducta y eliminar de ésta todas esas acciones que son, muchas veces, causas mediatas –cuando no inmediatas- de muchos de los accidentes. Cuántas veces hemos escuchado presumir de infringir la Ley de Seguridad Vial como el que presume de haberse ligado a la Claudia Schiffer: “A 220 he puesto mi GTI. Y ni se movía de la carretera, tú... Madrid-Barcelona en tres horas y media, casi como el AVE”. Y yo no sé a ustedes, mis queridos reincidentes, pero cuando un servidor escucha ese tipo de machadas le suenan igual que si el del GTI presumiese de haberse paseado haciendo malabarismos con tres botellas de nitroglicerina dentro de una guardería, o si se jactase de haberle colado un billete falso de 100 euros a un vendedor de la ONCE. O la tan solidaria práctica de avisar con ráfagas de luces al resto de conductores de la presencia de la Guardia Civil tras la próxima curva -medida muy aplaudida, además de por infractores, por delincuentes y terroristas- para que no les pille de sorpresa la presencia de los beneméritos agentes. O la tan mediterránea actitud de picarse con el que pretende adelantarnos. ¿Cómo puede existir aún quien ose retar a un macho ibérico al mando de 177 CV de motor turboalimentado? Gas a fondo y el que adelanta que se las componga como pueda. O la no menos solidaria acción de apedrear los rádares fijos, los que suelen ser colocados en lugares de alta siniestralidad, para que así todos podamos demostrar nuestra destreza circulando impunemente a velocidades inadecuadas donde otros se han puesto el coche por sombrero. O la no menos común de coger el coche, totalmente cocido y beodo tras la cena de empresa, porque se conoce un atajo por caminos vecinales donde jamás se pone la poli. Conductas todas ellas toleradas, cuando no alentadas, por una amplia mayoría de la sociedad. Y luego la culpa es del Ministro y del Director General, claro, claro… Si es que ya lo decía Aznar. Que a él no le gusta que le digan a la velocidad que debe circular, ni las copas de vino que puede tomar. Pues eso: anarquía y barra libre. Y si nos estrellamos, la culpa será siempre de la carretera que es tercermundista, la señalización que es deficiente y del cenutrio del Ministro que es un incompetente redomado. ¿Sería demagógico achacar a esa actitud de Mr. Ansar el hecho de que en el mes de agosto de 2003 –última legislatura de Aznar- el saldo de muertos en carretera duplicara holgadamente a los de éste? Pues si ustedes opinan que es demagógico –un servidor así lo cree, sinceramente- olviden ese dato, aunque sepan que es rigurosamente cierto: 450 muertos durante agosto de 2003. (por 199 cuando se está escribiendo este artículo) Si es que un ex presidente del talante de Aznar metido a anarquista queda -como poco- raro, raro, raro… En cualquier caso, y pese a un agosto desafortunado en cuanto a número de accidentes, las estadísticas contabilizan en lo que va de año 500 muertos menos que el año pasado en las mismas fechas. 500 vidas, que no son pocas. ¿Será que los conductores lo estamos haciendo un poco mejor que el año anterior, o que las incompetentes medidas y las ridículas campañas de nuestras incompetentes autoridades empiezan a dar algún fruto?
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario