jueves, agosto 30, 2007

GEES, Ensueños orientales

jueves 30 de agosto de 2007
Ensueños orientales
POCO a poco Irán va logrando sus objetivos. Tras la guerra privada entre Hizboláh e Israel, que puso en evidencia la extrema debilidad de las instituciones libanesas, ha llegado el conflicto civil entre nacionalistas e islamistas en Palestina, con el resultado de todos conocido. En ambos casos el objetivo era el mismo: impedir los procesos de democratización en marcha y cualquier entendimiento con las potencias occidentales e Israel.
Con un gobierno provisional, una Autoridad Palestina extremadamente debilitada y una sociedad rota hablar de «proceso de paz» es un anacronismo. Un acuerdo resultado de un diálogo entre israelíes y palestinos es imposible, por la inexistencia de un gobierno árabe suficientemente representativo al oeste del Jordán. La paz unilateral ensayada por Sharon con la retirada de Gaza ha dado como resultado la emergencia de «Hamastán», tal como pronosticaron los dirigentes del Likud, con Netanyahu a la cabeza. Y es que, por mucho que se repita desde sectores de la izquierda que la obstinada política de Israel es responsable de la radicalización palestina, lo evidente es que la crisis de Gaza ha llegado cuando las tropas y los colonos israelíes se han retirado.
En Líbano la situación es tensa. Tras la guerra de Hizboláh e Israel, Irán y Siria han movido pieza con Fatah al-Islam, un grupo terrorista vinculado a al-Qaeda y utilizado tácticamente para evidenciar la debilidad del gobierno. El movimiento les ha salido mal, porque Siniora ha sabido estar a la altura de las circunstancias, pero tras este envite llegará otro y al final el peso de la población chiíta y la capacidad militar de Hizboláh pueden ser definitivos. En este marco tan poco optimista se perciben en Israel interesantes movimientos sobre cómo afrontar una situación que se agrava por momentos, movimientos cuyas ondas repercuten tanto en Washington como en las cancillerías europeas.
El gobierno Olmert hizo pública su disposición a negociar con Siria en un momento en el que los rumores de una guerra entre ambos países crecían. Para los israelíes no hay duda sobre la responsabilidad de Damasco en el rearme de Hizboláh y en los intentos de desestabilización del gobierno de Beirut. Olmert intenta cambiar los Altos del Golán por el control de Hizboláh. El planteamiento es, en apariencia, absurdo. ¿Por qué va a negociar Siria con un gobierno israelí desacreditado al que le quedan apenas dos o tres meses de vida? ¿Qué sentido tiene un giro estratégico cuando Estados Unidos se encuentra ya en elecciones presidenciales? En realidad lo fundamental es lo que no se dice pero se presupone.
Para Olmert, como para muchos analistas israelíes, Siria es un aliado coyuntural de Irán. El gobierno de Damasco es baasista, mientras que el de Teherán es islamista. Si en Siria se ha perseguido con extrema crueldad tanto a los Hermanos Musulmanes como a al-Qaeda, en Irán se han alentado movimientos de este tipo, aunque aún más los chiítas de corte fundamentalista. Siria apoya a Hizboláh para desestabilizar al régimen político libanés y justificar la vuelta de sus tropas, pero al final unos y otros, nacionalistas sirios e islamistas libaneses, están condenados a enfrentarse. Lo que subyace en la oferta de Olmert es la idea de que el modelo cristiano-sunita de gobierno para el Líbano ya no es viable y que la anexión a Siria tras un segundo protectorado puede resultar un mal menor. Sólo un estado fuerte podría poner fin a los ejércitos privados en manos de islamistas y cortar su cordón umbilical con Irán. Logrado su objetivo principal, la anexión del Líbano, el gobierno de Damasco podría romper sus lazos con Teherán, perseguir a los islamistas y reconstruir su relación con Occidente.
La idea tiene cierto fundamento, pero ni se dan las mínimas condiciones para ser viable en el corto plazo, ni en Oriente Medio, como en Balcanes, parece sensato jugar a modificar fronteras para resolver problemas diplomáticos.
La idea de recurrir a estados vecinos para acabar con milicias islamistas apoyadas por Irán también ha surgido en relación con la cuestión palestina. El 23 de mayo pasado Netanyahu, máximo dirigente del Likud y probable Primer Ministro israelí antes de Navidad, planteaba desde las páginas del Financial Times el futuro del pueblo palestino en el marco de una federación o confederación con Jordania. Hacía años que los dirigentes israelíes no hablaban públicamente de Jordania como la solución del problema palestino.
Netanyahu partía de la idea de que la Autoridad Palestina era incapaz de imponer su autoridad en una sociedad partida en dos. Los hechos acaecidos desde entonces le han dado la razón. Más recientemente, el día 15 de junio, el empresario Ian Bremmer se hizo eco desde las páginas del International Herald Tribune de la polémica diplomática surgida de esta propuesta. Es evidente que en el medio plazo no se vislumbra salida alguna al conflicto civil palestino, pero ¿estarían los jordanos dispuestos a convivir de nuevo con los palestinos a pesar de la horrible experiencia pasada, que concluyó con su expulsión tras los acontecimientos del «Septiembre Negro»? ¿Un modelo confederal sería suficiente para arbitrar tan difícil convivencia? ¿Qué ocurriría con Gaza? ¿Deberían los egipcios volver a cargar con semejante regalo? ¿Estarían los palestinos dispuestos a aceptarlo? Todo ello teniendo en cuenta que la estabilidad de la Monarquía jordana está amenazada tanto por el crecimiento de los Hermanos Musulmanes como por la proclamada animadversión de al-Qaeda. No está claro que la sociedad jordana esté a la altura de su Monarquía, pero tampoco que ésta pueda asumir tamaña empresa.
Tanto la maniobra de apertura a Siria de Olmert como la propuesta de confederación jordano-palestina de Netanyahu tienen en común algo que los dirigentes israelíes comparten con sus iguales en Egipto, Jordania o Arabia Saudita: que la principal amenaza para la estabilidad de la región es el régimen iraní.
Cuando Don Juan Carlos visitó en Ryad al Rey Abdullah, éste le transmitió su grave preocupación por el programa nuclear persa y por sus implicaciones políticas, diplomáticas y militares, a la par que le pedía firmeza por parte española.
Es más que probable que el tema volviera a salir en las conversaciones que ambos Monarcas tuvieron en Madrid. Pero con algunas diferencias. El tiempo para impedir que Irán acceda a la capacidad nuclear se agota y las consecuencias de su influencia sobre Líbano y Palestina se hacen tristemente evidentes. La desestabilización de Jordania y de Egipto son los siguientes objetivos.
Volver a hablar de proceso de paz ya no es sólo anacrónico, resulta patético. Hay que asumir la realidad tal como es y comenzar a considerar nuevas opciones. Movimientos en el corto plazo, como tratar de reforzar a Abbas, son comprensibles pero no resuelven nada en el medio plazo.
No podemos caer en la tentación de olvidarnos de lo que es Fatah sólo porque Hamás sea aún peor. Unos y otros son responsables del callejón sin salida al que han llevado a su pueblo, una situación de la que se ha podido aprovechar Irán, un país dotado de una estrategia coherente que, paso a paso, va logrando sus objetivos ante la inacción de unos y otros.
FLORENTINO PORTERO
Analista del Grupo de Estudios Estratégicos GEES

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