miércoles, junio 06, 2007

Patxi Andion, Pasquin de muerte

miercoles 6 de junio de 2007
Pasquín de muerte Patxi Andión

La sociedad civil se pregunta por las cosas que vigen, perduran, permanecen y se suceden en ella. Algunas son cosas atemporales, y de esas se pregunta poco porque la sociedad civil, que no es tonta, se conoce las verdades de Perogrullo y además detesta perder el tiempo, y sabe que las cosas atemporales son aquellas que desde la más remota intimidad local viajan por el espíritu desde el inicio humilde al destino universal. Son cosas que merecen su “estentoridad” por cuanto le son útiles al progreso social o al menos al gozo civil. Pero hay otras cosas que, muy distintamente a las atemporales, sin razón civil alguna aparente se revelan de pronto extemporáneas, y ésas son muy malas. Las peores.
Las cosas que permanecen como vigentes y relucen de pronto fuera de lugar, en otro tiempo al que no pertenecen, y rechinan como los goznes de puertas oxidadas y apestan como los despojos sin camposanto y lucen avejentadas y ridículas sacadas de su contexto histórico como pretenciosas maduras que se miran al espejo y no logran verse, por eso buscan una nueva operación estética. Las cosas extemporáneas se parecen a llamadas desesperadas y comprometedoras de asuntos pasados y finiquitados que de pronto nos vuelven a poner frente a frente con un fantasma resucitado con la sábana hecha jirones.
El último zutabe de ETA es un pasquín de muerte, como aquellos que la pregonaban en los siglos de la era pretecnológica. Y como ellos nos concita alrededor suyo, empujándonos unos a otros intentando ver o leer lo que el de al lado no ha descubierto. Es un anuncio de muerte que nos tira del fondillo de los pantalones con la pretensión de arrastrarnos a nosotros también al lujo de la alcantarilla.
ETA anuncia que “todos los frentes estarán activos” y en la intertextualidad se revela toda la extemporaneidad de la lucha armada. Porque la sociedad civil se pregunta dónde encontrar una idea que necesite de la lucha armada para ser conseguida. Ni siquiera un sentimiento, por diabólico que pudiera ser enfatizado, parece necesitarlo, si acaso menos.
Y la sociedad civil vuelve a mirarse en el interior de las papeleras de las calles, debajo de los coches, o por el rabillo del ojo al que camina unos pasos detrás, porque entre el texto de la organización hay una foto anunciada en el pasquín, la misma, compuesta con los rostros de todos y cualquiera. No hace falta ser guardia civil, agente de la policía local o sargento de artillería, basta con simplemente caminar frente a cualquier sitio, junto a cualquier persona. Aunque a la lista preferencial se unen los civiles del Partido Nacionalista Vasco en otra vuelta más a la estrategia demencial.
La sociedad civil se pregunta por los redactores del pasquín de muerte, porque no deben parecerse a los ciudadanos que trabajan, comen, crían a sus hijos, duermen y creen. No logra identificar en ninguno de ellos a alguien que proclame su voluntad de matar para conseguir su fin, sólo el suyo. Y se preocupa y se entristece y se desanima y deprime, porque no consigue verle la salida a la sinrazón. No sabe qué hacer, porque casi todo lo que ha intentado no ha servido, de forma que estos comienzos de Junio se parecen a cualquier comienzo de junio desde los años sesenta y mira a su alrededor y no se lo cree. Nada es igual al tiempo de los años sesenta, salvo, al parecer, el empecinamiento en la muerte. Como si nada hubiera pasado.
El calendario vuelve a oler a ácido y los inocentes tiemblan. El sol no ha servido para nada. Mayo

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