miercoles 6 de junio de 2007
Acabar con ETA
La ruptura formal del 'alto el fuego permanente' que ETA anunció en marzo de 2006 se convirtió ayer en una noticia que, a pesar de estar anunciada, llevó el estremecimiento a la sociedad, y especialmente a las miles de personas que han vivido y viven bajo la amenaza directa del terrorismo etarra. El contenido del comunicado hecho público por ETA da buena cuenta del grado de fanático sectarismo en el que están inmersos sus redactores. Creer que «Euskal Herria quiere dar los pasos para construir un Estado independiente», calificar de «fascista» la actitud del presidente Rodríguez Zapatero, reprobar al PNV por situarse «al amparo del españolismo» y anunciar que «reiteran su decisión de defender con las armas un pueblo agredido por las armas» refleja no ya una visión radicalmente alejada del más elemental principio de realidad. Revela sobre todo un propósito de imposición tan brutal en su abominable simpleza que nadie que discrepe de tan delirante pronunciamiento puede sentirse a salvo de su coacción.El anuncio de ETA confirma que el presidente Rodríguez Zapatero había alentado esperanzas infundadas en torno a la disposición de la banda terrorista a dejar de serlo. Esperanzas sobre las que había procedido a una gestión entre ilusa y pretenciosa de aquel alto el fuego, por mucho que ayer tratara de reivindicar «la autenticidad del esfuerzo realizado». Pero también confirma que las implacables críticas lanzadas desde el Partido Popular y por diversos líderes de opinión, acusando al Gobierno de haber cedido al chantaje terrorista, eran una exageración que no podría justificarse por la quiebra del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo. El presidente optó ayer por preservar el tono de otras ocasiones, insistiendo en que «ETA vuelve a equivocarse». Equivocación no es el vocablo más acertado para calificar la decisión de ETA. En primer lugar, porque la realidad es que la banda terrorista se muestra como lo que es: un grupo alienado por la violencia que no es capaz de conducirse más que a través del terror y de la perpetuación de su existencia armada. En segundo lugar, porque al optar por una declaración contenida, que en principio podría parecer la más idónea en un estadista, exterioriza una actitud más defensiva que proactiva en la lucha contra el terrorismo, cuando sólo el intensivo empleo de todos los instrumentos del Estado de Derecho puede empujar a ETA a su final.Tan importante o más que el hecho de que un Gobierno democrático acierte con una estrategia que acorte la existencia de ETA es que lo haga sin generar desconcierto en la opinión pública, confrontación entre los partidos democráticos y enfrentamiento entre distintos poderes del Estado. La unidad democrática no sólo es la condición más eficaz para responder al terrorismo desde el Estado de Derecho. Representa además la base sobre la que la propia sociedad puede mantener la confianza que precisa en sí misma y en las instituciones de la democracia. Sería una deplorable noticia que, pasadas las primeras horas de conmoción, tanto el Gobierno como el PP y las formaciones nacionalistas se apresten a especular políticamente sobre qué posición les interesa mantener frente a la amenaza. Sería inadmisible que tanto los responsables institucionales como la oposición optasen por esperar al primer atentado que ETA pueda cometer para reaccionar entonces, y siempre en función de su naturaleza. La sucesión de treguas y rupturas del alto el fuego ha generado, tanto en la sociedad vasca como en el conjunto de la española, una mezcla de indignación y cansancio, de firmeza e impotencia que se vuelve especialmente crítica cuando la ciudadanía contempla a una clase política instalada en una división coincidente con sus intereses más particulares e inmediatos. Sería un inmenso error que desde el Gobierno se percibiera el anuncio de ETA como si se tratara de un revés grave pero pasajero, dando pábulo de alguna forma a la absurda y temeraria teoría según la cual 'esto también forma parte del proceso'. Teoría tan del gusto de los más entusiastas de la iniciativa que en su día adoptó el presidente Zapatero y a la que pareció adscribirse ayer mismo la portavoz del Gobierno vasco, Miren Azkarate, con la inoportuna y equívoca aseveración de que «el diálogo sigue siendo la única vía posible para alcanzar la paz». Como sería un error, equiparable al anterior en sus efectos, que el primer partido de la oposición optase por enviar a los españoles el mensaje de que atajará el problema del terrorismo etarra cuando acceda, tras las próximas elecciones, al Gobierno de la nación. El presidente tiene el deber ineludible de garantizar a los ciudadanos que, pase lo que pase, no incurrirá más en la ligereza de ver en ETA lo que no es. Porque sólo cuando la banda y la izquierda abertzale se convenzan de que ni éste ni ningún otro gobierno democrático cederá a su chantaje, sólo cuando constaten su inapelable derrota, sentirán que no tienen otra salida que la renuncia al terror y la desaparición de la banda.
miércoles, junio 06, 2007
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