miercoles 6 de junio de 2007
El PSOE debe destituir a Zapatero Pablo Sebastián
Zapatero ha llegado al final de su irresponsable escapada y ahora nos pide ayuda para hacer frente a ETA, una batalla en la que siempre ha estado la inmensa mayoría de los ciudadanos y en la que el gran ausente ha sido el propio presidente del Gobierno, preso de este pintoresco “convencimiento” que le hizo anunciar el pasado 29 de diciembre el fin del terrorismo, a sólo unas horas del estallido de Barajas sobre la vida de dos inocentes. Lo que no fue motivo suficiente para que Zapatero renunciara a su baile suicida con los lobos de ETA, vestido de Bambi de la Moncloa y exhibiendo una perenne sonrisa que ayer se transformó en mueca helada al comparecer ante los ciudadanos con la misma cara de espanto que ya mostró el pasado 30 de diciembre tras el atentado etarra, para luego decidir que había que seguir —más en secreto— con la negociación, haciendo alarde el presidente de su pretendida audacia y su cacareado, por él, “temple”.
Lamentablemente, las amenazas y los crímenes de ETA no son nuevos en España. La novedad reside en que nunca en la presidencia del Gobierno de nuestro país se ha sentado un político con un nivel de incompetencia y de incapacidad política tan grande como Zapatero. Un presidente que debería presentar su dimisión en el Congreso de los Diputados o, de lo contrario, ser destituido por el Partido Socialista —abriendo un procedimiento de impeachment a la española—, porque Zapatero no está en condiciones de abordar la avalancha terrorista que se nos viene encima, ni de unir a los españoles y a todas las fuerzas políticas en este obligado y difícil empeño. Su palabra no vale nada y carece de la autoridad política y moral para dar órdenes a las fuerzas de seguridad y la Fiscalía del Estado para hacer frente al nuevo desafío planteado por ETA y festejado por Batasuna.
Aunque no estaría mal que antes de irse propiciara el regreso del PSOE al Pacto Antiterrorista, decidiera el ingreso de De Juana Chaos en la cárcel, ordenara a la Fiscalía del Estado solicitar ante el Tribunal Supremo la condena de Otegi, así como investigar y perseguir cualquier actividad ilegal de ANV y Batasuna y que, por supuesto, impidiera que Navarra caiga en manos del nacionalismo. Aunque nada de esto se puede llevar a cabo sin el previo cese del fiscal general, Conde-Pumpido, y del primer responsable del Centro Nacional de Inteligencia, que son corresponsables del flagrante fracaso del proceso negociador, en compañía de notorios dirigentes del PSE como Eguiguren y López, sin olvidar al inefable José Blanco, que ayer aún descalificaba al Partido Popular, como si fuera el autor de los desastres de su presidente y secretario general, exigiéndole que se pusiera a las órdenes (sic) de este fantasmal inquilino de la Moncloa.
Cualquier otro dirigente del PSOE, incluso el pérfido Rubalcaba —que el 30 de diciembre cambió las palabras del presidente de suspensión de los contactos con ETA, tras la bomba de Barajas, por las de ruptura total, y que actuó de bombero en la reforma del Estatuto catalán que Maragall trajo a Madrid con la bendición de Zapatero—, podría, en estas circunstancias dar un golpe de timón al Gobierno y reconstruir el consenso perdido, en pos de la dura batalla que se plantea. Rubalcaba, Solana, Bono, Chaves, el joven y emergente López Aguilar, e incluso ¡el mismísimo González! son personas más capacitadas que Zapatero para resolver la crisis política e institucional provocada por él, e incluso para obtener, en el nombre del PSOE, un mejor resultado en las elecciones generales de marzo del 2008, en las que no sólo estará en juego la presidencia del Gobierno de España sino el futuro y la historia del Partido Socialista.
La destitución de Zapatero —o su forzada dimisión— al frente del Gobierno y del PSOE sería un hecho sin precedentes en la vigente democracia, pero también una prueba de fortaleza de las instituciones y de valor democrático del Partido Socialista, si no quieren entrar en una profunda crisis de difícil solución. Pero ¿no acaban de ver lo que ha hecho Zapatero en Madrid, en pos de su primera derrota electoral y a tan sólo tres años de su llegada al poder? Pero ¿no se dan cuenta que la primera obligación del presidente, tras su llegada al poder después de la masacre criminal islámica de Madrid, era lograr la reconciliación de los españoles e hizo exactamente todo lo contrario, con la reapertura del debate, ya olvidado, de la Guerra Civil, la reforma catalana del modelo del Estado y la negociación, sin garantías, ni apoyos, con ETA que ha vuelto, de su mano, a los ayuntamientos vascos y que ahora le llama fascista y le anuncia nuevos crímenes?
El macabro juego de acusar al PP de falta de unidad contra ETA, de decir que no se han hecho concesiones porque la banda va a matar, o de intentar comparar esta fracasada negociación de Zapatero con los otros intentos de Suárez, González y Aznar, son otra indecencia que ningún ciudadano se va a tragar. Porque la unidad democrática frente a ETA la rompió Zapatero, porque se fue a negociar con la banda de la mano de Carod-Rovira —por cierto, ETA también ha levantado su veda criminal en Cataluña—, y sin el apoyo de las víctimas del terrorismo (de las que se ha mofado) y del otro gran partido nacional, como hicieron sus predecesores en el cargo, y porque ha hecho innumerables concesiones políticas a ETA, por ahí andan a su aire De Juana y ANV. Aunque, por lo que se ve, no todas las concesiones que prometió a ETA a cambio del alto el fuego, de ahí la respuesta infame y criminal de la banda.
Zapatero debe presentar la dimisión, o debería ser destituido por su propio partido, a ver si una vez que abandone el palacio de la Moncloa completa su formación y, entre otras cosas, estudia y aprende que España es una gran nación, una objetiva realidad histórica que no puede ser discutida ni mucho menos discutible. Y que la presidencia del Gobierno español, además de un honor, es una alta responsabilidad que no se puede desempeñar desde la incapacidad política y la más sonriente frivolidad. Eso que los publicistas de Zapatero han llamado, con generosidad, “la insoportable” levedad del presidente. El que, a lo mejor, desde su ignorancia supina, piensa que no ha pasado nada importante y que todo debe de continuar más o menos como está.
miércoles, junio 06, 2007
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