lunes 4 de junio de 2007
Del desafío de Navarra, a la renovación del PP
Por Pablo Sebastián
QUE no se equivoquen en el PP, si Zapatero vuelve a ganar las próximas elecciones generales el PSOE no sólo se quedará en el poder una segunda legislatura sino que, posiblemente y tras la consolidación del liderazgo de Zapatero, permanecerán mucho más tiempo, culminarán la negociación con ETA -al precio político que sea- y la reforma confederal del Estado. Y en el PP se abriría una larga crisis y cruenta batalla por la sucesión de Rajoy, como la que ahora están librando, de manera casi pública, los que habían apostado por una derrota del PP en las elecciones municipales y tenían en su cuartel general político y mediático un «plan B» con nombre de mujer -Esperanza Aguirre- para la sustitución del líder y la definitiva marginación de Gallardón.
De ahí la importancia, para España y para el PP, del resultado electoral de los comicios generales que ya veremos si los adelanta o no el presidente del Gobierno, a la vista de la reciente derrota del pasado mes de mayo, que ha trasladado al interior del PSOE la incertidumbre que habitaba en el PP. Un PSOE que empieza a estar cansado del liderazgo errático y autocrático de Zapatero, a quien previsiblemente se le pedirán explicaciones en el Comité Federal, en cuyo epicentro estará el debate sobre el futuro de de Navarra. El que, de decantarse en favor de un pacto con los nacionalistas, podría tener efectos electorales negativos para el PSOE. Un mal menor según analistas de la Moncloa, que temen que si no hay pacto Nafarroa Bai, ETA volvería a matar y ello sí que sería, electoralmente, su final.
ETA ha aprendido a cobrar a plazos o por entregas «el favor» de no matar que nos hace, y ya recibió de Zapatero importantes transferencias: reunión PSE con Batasuna, mesa política de negociación, apoyo fiscal para Otegi, excarcelación de De Juana, regreso de ANV/Batasuna a los ayuntamientos, y ahora, mientras esperan el cobro de la factura navarra, vuelta al impuesto revolucionario. Sabiendo, como sabe ETA, que Zapatero aceptó el modelo palestino, de «paz por territorios», y por ello ha puesto a Navarra sobre la mesa de negociación, mientras juega, en el río revuelto e interno del PSOE, con el calendario electoral, para que no se mueva nadie en un partido donde han sido marginados sus dirigentes de prestigio, y donde la única figura emergente es el canario y ex ministro, Juan Fernando López Aguilar.
La derrota de Zapatero en las municipales y la encrucijada en la que está, entre ETA y Navarra, hacen pensar a la cúpula del PP que el camino de la recuperación del poder está expedito, que deben de continuar como hasta ahora y esperar sentados al pie del árbol del poder, con las manos abiertas para que les caiga maduro un nuevo triunfo electoral.
Pero el PP se puede equivocar de manera irremediable -España es mucho más que Madrid y Valencia- si no modera su discurso, no se abre al centro, y no pone caras nuevas -como las de Gallardón, García-Escudero, Pastor, etcétera- al frente del partido y en sustitución de sus más notorios portavoces. Los Acebes y Zaplana, que fueron corresponsables de los errores del último Gobierno de Aznar que gestionó mal la masacre del 11-M. Y sería bastante sorprendente que los que colaboraron, desde el Gobierno, en la derrota del PP de 2004 ahora hagan lo mismo desde dentro del PP, como consecuencia de la pasividad y el temor de Rajoy a los cambios, y también a los medios que protegen a dichos portavoces, en pago por los servicios prestados a la teoría de la conspiración del 11-M, que se desvanece en el juicio que confirmará la autoría del terror islámico en la masacre.
Y tampoco sabemos si Rajoy también teme, o sospecha, las reticencias de Aznar a los cambios en el PP, a pesar de que el ex presidente está en deuda con su partido (y con España) por causa de los que fueron flagrantes errores de la pasada legislatura que luego -tras el 11-M- dieron pie a la llegada al poder de Zapatero. Por lo que podríamos imaginar que el ex presidente del Gobierno, no querrá que Rajoy sea su último error y en consecuencia debería, en contra de lo que algunos esperan, apoyar la renovación del PP.
Un partido que ha vivido de los errores de Zapatero, que en sólo tres años ha enseñado a los electores su mandíbula de cristal y ha puesto rodilla en tierra el pasado 27 de mayo. Pero una cosa es ganar las elecciones y otra gobernar, como le puede pasar al PP en Navarra y en España si no consigue una mayoría suficiente en la próxima cita de las generales (la extrapolación de los resultados de mayo a una ficticias elecciones generales, habría dado 148 escaños al PP y 147 al PSOE), dado que la posibilidad de pactos del PP con los nacionalistas es hoy día nula. Ya lo advirtió Álvarez Cascos en el último Gobierno de Aznar, en plena euforia de la mayoría absoluta, al decir que «no se debían envenenar todos los pozos» por si el PP, un día no lejano, necesitaba beber de esas mismas fuentes, y acertó. De ahí la importancia de un nuevo equipo de dirigentes que modere y centre el discurso político del PP con credibilidad, y que, si llega el caso, tengan capacidad para pactar y negociar un nuevo gobierno nacional.
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