lunes 4 de junio de 2007
La mirada ciega
Por Jon Juaristi
El disidente es una figura de la modernidad surgida en el seno de las dictaduras comunistas del siglo XX. No es que antes faltaran casos de resistencia a la voracidad del poder. Los hubo ya en las monarquías absolutas, como Tomás Moro en la Inglaterra de Enrique VIII o, siglos atrás, el obispo Becket en la de Enrique II, por hablar sólo de algunos que la literatura ha consagrado, pero se trata de avatares de una figura distinta: el mártir, movido al testimonio por convicciones religiosas. El disidente, con independencia de su fe en realidades trascendentes o de su carencia de la misma, se caracteriza por la reclamación pacífica de libertades democráticas frente a poderes dictatoriales o claramente totalitarios. Y hay que distinguirlo asimismo del objetor de conciencia, cuya forma convencional -la definida por Henry David Thoureau hace siglo y medio- atañe a la desobediencia civil en contextos democráticos.
Tampoco la resistencia política puede ser identificada sin más con la disidencia. El disidente puro es un solitario. Sir Isaiah Berlin reconoció esta figura en la escritora rusa Ana Ajmatova, orgullosamente aislada en el Moscú estalinista, pero el tipo ideal no se ha dado casi nunca en toda su pureza. El disidente vive en la contradicción: necesita alianzas para que su resistencia rebase lo testimonial; no puede recurrir, sin embargo, a las que permitirían al régimen presentarlo como un conspirador o como un traidor a la nación. La soledad constituye un componente esencial de la disidencia, pero sólo desde el punto de vista del disidente. A los demás, su soledad nos incumbe, nos interpela con un clamor silencioso, exigiéndonos una toma de posición moral. No podemos dejarlo solo.
Todavía el mundo abunda en tiranías. No pocas están formándose ante nuestros ojos, con renovados pretextos populistas y antiimperialistas. Pero en lo que nos concierne como españoles, nuestros disidentes más próximos, nuestros disidentes íntimos, están en Cuba, prisioneros de la más vieja dictadura de la América que habla nuestra lengua. Las actitudes y gestos gubernamentales complacientes con el castrismo convierten a España entera en colaboracionista de un régimen criminal que busca desesperadamente perpetuarse. Y no es cuestión de miradas; no hay tal cosa como una mirada nacional. Toda mirada a Cuba que no se fije hoy en la disidencia perseguida es ceguera culpable que mañana pagaremos todos.
lunes, junio 04, 2007
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