martes 5 de junio de 2007
La Justicia hoy y en tiempos de Cervantes Lorenzo Contreras
Con razón o sin ella, la Justicia, su Administración, está mal catalogada por la opinión pública. Probablemente en este caso, como en tantos otros, pagan justos por pecadores. Pero, de todos modos, en España el problema de la Justicia tiene en materia de crítica negativa una larga tradición. Don Quijote, es decir, Miguel de Cervantes a través de su personaje, dice de la Justicia en la primera parte del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha: “La Justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interés, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La Ley del encaje aún no se había sentado en el entendimiento del juez porque entonces no había qué juzgar ni quién fuese juzgado”.
Se ve que las cosas cambiaron en tiempos de Cervantes y que la Justicia dejó de “estarse” en sus propios términos. La lectura de la obra inmortal y los episodios vividos por el escritor a lo largo de su ajetreada vida permiten llegar a conclusiones lo suficientemente negativas como para pensar que la evolución del suum cuique tribuere entró en una larga crisis, de manera que los factores del favor y del interés hicieron poderoso acto de presencia en el tablero donde estos esenciales valores se ventilaban.
El profesor Valentín Martínez-Otero, de la Universidad Complutense, ha escrito un sintético pero ilustrativo artículo en el número de abril pasado correspondiente a “Torre de los Lujanes”, que edita la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País. En él sostiene que la Justicia es una de las claves del donquijotismo, esa “descabellada idea de mudar el mundo”, enderezar entuertos, vengar agravios y estar siempre del lado del débil. No por ello sin dejar de cometer algunos errores, como por ejemplo, cuando Don Quijote, llevado por su defensa de la libertad, “comete la enorme majadería de desencadenar a unos malhechores”. Cuando uno piensa en ciertos favores judiciales o penitenciarios, como el que se ha otorgado al criminal De Juana Chaos, un cierto eco histórico-literario, el de la liberación de los galeotes, acude a la memoria. Con el etarra también parece que se ha cometido una “enorme majadería”. Éste podría ser el juicio del profesor Martínez-Otero. En su discurso sobre la Edad de Oro, Cervantes prefiere hacer decir al hidalgo: “Mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien a todos y mal a ninguno”.
Piensa el autor del artículo que cito que en la época de Cervantes la justicia era “significativamente corrupta”, de modo que “no eran extrañas las sentencias desproporcionadas y caprichosas, los tratos de favor, etc.”. Cualquiera diría que ciertos fallos judiciales politizados son en la actualidad reflejo de vicios que no han decaído. Con razón estima el autor que “la justicia no es tan ciega como la pintan”. Quienes la imaginan bajándose la venda para que un ojo vea lo que el otro prefiera no ver para no quedar condicionado, aciertan en la simbología.
El loco lúcido que resultó ser Don Quijote fue en la pluma de Cervantes un personaje que encarnaba una singular justicia asentada en la ley natural. Una ley natural que, según apunta en su glosa Martínez-Otero, fue manejada por Cervantes, dada su amarga experiencia, como perteneciente a un mundo que a menudo fluye “por fuera de la legalidad”. Es lo que determina que Alonso Quijano, tras convertirse en caballero, no se concediese ningún tipo de tregua ni dejara de tomarse la justicia por su mano. O sea, que Cervantes ideó a los caballeros andantes, ya anacrónicos en su tiempo, como “institución” totalmente necesaria para defender a los menesterosos, que de otro modo quedarían deshonrados, burlados y agraviados.
De todo lo cual deduce Endress, citado por el autor del artículo, dos conclusiones: la vehemente crítica de Cervantes a la justicia de la época y el fracaso del hidalgo en su pretensión de promover justicia. Respecto a este fracaso, Martínez-Otero objeta que la actitud justiciera del hidalgo desborda la ficción literaria, de manera que sus continuas derrotas llegan al lector como aire fresco y como comportamiento ejemplarizante “si se sortean los desvaríos”. Una matización de jurista que, sin embargo, permite esta conclusión: “Asistimos en nuestro tiempo a considerables desigualdades sociales en el plano nacional e internacional, incluso en los países más prósperos, en gran medida porque la justicia campea a sus anchas, aunque se oculte bajo el manto de la legalidad”. O sea, que en el fondo, la justicia hace bien a veces en bajarse una esquina de la venda que le permite ver lo que pasa y no resultar a la postre tan ciega como la pintan.
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